Juan Pablo II: La gloria del Señor en el juicio

Catequesis del miércoles 3 de abril

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CIUDAD DEL VATICANO, 8 abril 2002 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general del miércoles 3 de abril dedicada a reflexionar sobre el salmo 96.

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1. La luz, la alegría y la paz, que en el tiempo pascual inundan a la comunidad de los discípulos de Cristo y se difunden en la creación entera, impregnan este encuentro nuestro, que tiene lugar en el clima intenso de la octava de Pascua. En estos días celebramos el triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte. Con su muerte y resurrección se instaura definitivamente el reino de justicia y amor querido por Dios.

Precisamente en torno al tema del reino de Dios gira esta catequesis, dedicada a la reflexión sobre el salmo 96. El Salmo comienza con una solemne proclamación: «El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables» y se puede definir una celebración del Rey divino, Señor del cosmos y de la historia. Así pues, podríamos decir que nos encontramos en presencia de un salmo «pascual».

Sabemos la importancia que tenía en la predicación de Jesús el anuncio del reino de Dios. No sólo es el reconocimiento de la dependencia del ser creado con respecto al Creador; también es la convicción de que dentro de la historia se insertan un proyecto, un designio, una trama de armonías y de bienes queridos por Dios. Todo ello se realizó plenamente en la Pascua de la muerte y la resurrección de Jesús.

2. Recorramos ahora el texto de este salmo, que la liturgia nos propone en la celebración de las Laudes. Inmediatamente después de la aclamación al Señor rey, que resuena como un toque de trompeta, se presenta ante el orante una grandiosa epifanía divina. Recurriendo al uso de citas o alusiones a otros pasajes de los salmos o de los profetas, sobre todo de Isaías, el salmista describe cómo irrumpe en la escena del mundo el gran Rey, que aparece rodeado de una serie de ministros o asistentes cósmicos: las nubes, las tinieblas, el fuego, los relámpagos.

Además de estos, otra serie de ministros personifica su acción histórica: la justicia, el derecho, la gloria. Su entrada en escena hace que se estremezca toda la creación. La tierra exulta en todos los lugares, incluidas las islas, consideradas como el área más remota (cf. Sal 96, 1). El mundo entero es iluminado por fulgores de luz y es sacudido por un terremoto (cf. v. 4). Los montes, que encarnan las realidades más antiguas y sólidas según la cosmología bíblica, se derriten como cera (cf. v. 5), como ya cantaba el profeta Miqueas: «He aquí que el Señor sale de su morada (…). Debajo de él los montes se derriten, y los valles se hienden, como la cera al fuego» (Mi 1, 3-4). En los cielos resuenan himnos angélicos que exaltan la justicia, es decir, la obra de salvación realizada por el Señor en favor de los justos. Por último, la humanidad entera contempla la manifestación de la gloria divina, o sea, de la realidad misteriosa de Dios (cf. Sal 96, 6), mientras los «enemigos», es decir, los malvados y los injustos, ceden ante la fuerza irresistible del juicio del Señor (cf. v. 3).

3. Después de la teofanía del Señor del universo, este salmo describe dos tipos de reacción ante el gran Rey y su entrada en la historia. Por un lado, los idólatras y los ídolos caen por tierra, confundidos y derrotados; y, por otro, los fieles, reunidos en Sión para la celebración litúrgica en honor del Señor, cantan alegres un himno de alabanza. La escena de «los que adoran estatuas» (cf. vv. 7-9) es esencial: los ídolos se postran ante el único Dios y sus seguidores se cubren de vergüenza. Los justos asisten jubilosos al juicio divino que elimina la mentira y la falsa religiosidad, fuentes de miseria moral y de esclavitud. Entonan una profesión de fe luminosa: «tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses» (v. 9).
[Traducción realizada por «L´Osservatore Romano»]

Al final de la audiencia, el Papa hizo este resumen de su intervención en castellano.

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Queridos hermanos y hermanas:

La luz, la alegría y la paz, que en el tiempo pascual inundan la comunidad de los discípulos de Cristo hasta alcanzar a toda la creación, caracterizan este encuentro dentro del clima de la Octava de Pascua. Celebramos el triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte, ya que con su muerte y resurrección se instaura de modo definitivo el reino de justicia y amor querido por Dios. A meditar sobre el tema del Reino nos lleva hoy la reflexión del Salmo noventa y seis, que se abre con una solemne proclamación: «El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables».

El anuncio del Reino de Dios ocupa un lugar importante en la predicación de Jesús, haciéndonos ver que dentro de la historia hay un proyecto, un designio querido por Dios y que ha tenido su realización en la Pascua, con la muerte y la resurrección de Jesús.
Saludo a los fieles de lengua española; en especial a los Seminaristas de Barbastro, así como a los grupos provenientes de distintas parroquias de Cartagena, Albacete, Petrola, Murcia y Valencia; a la Asociación de Amas de Casa, de Pego, así como a los alumnos de los Colegios alicantinos aquí presentes; también a los peregrinos de Ciudad Juarez (México) y a los estudiantes de la Escuela Italiana de Bogotá. Muy buenos días de Pascua a todos.

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ZENIT Staff

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