Juan Pablo II: La gran emergencia, salvar la vida y dignidad del hombre

El resultado de una sociedad que vive como si Dios no existe

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CIUDAD DEL VATICANO, 30 enero (ZENIT.org).- La defensa de la vida humana desde su concepción hasta su ocaso natural se ha convertido, según Juan Pablo II, en el gran desafío de los cristianos, en una sociedad que vive como si Dios no existiera.

El Papa, como en sus mejores tiempos, volvió a comenzar esta mañana las maratónicas reuniones quinquenales con los obispos de todo el mundo. El primer grupo en venir a Roma ha sido el de los obispos de Hungría. Tras concelebrar con los prelados la eucaristía, el pontífice se encontró con ellos en un ambiente sumamente cordial. Les entregó un discurso escrito en húngaro; los obispos le respondieron con un saludo en la lengua oficial de la Iglesia, ¡en latín!

Las palabras que el Papa dirige en ese mensaje a la Iglesia magiar con unos once millones de habitantes, de los cuales seis millones y medio son católicos bautizados (Cf. Anuario Estadístico de la Iglesia), son muy fuertes. Terminada la persecución comunista, explica, Hungría tiene que vivir en una sociedad materialista en la que la vida y la dignidad del hombre corre grave peligro.

Cultura de la muerte
«Las estadísticas del aborto publicadas en las últimas décadas en vuestro país son alarmantes», constató el Papa con los obispos húngaros. «Tienen que llevar a defender sin temor y con claridad la vida humana en toda fase de su existencia, desde su concepción hasta el momento de su muerte natural. Haced todo lo posible para alentar a las mujeres encintas a llevar a cumplimiento su embarazo».

Por eso, consideró que la Iglesia tiene la misión de «suscitar en nuestro mundo una auténtica «cultura de la vida»». Un desafío, añadió, que no sólo tiene que afrontar Hungría, sino que se hace particularmente apremiante «en muchos países del viejo continente», en los que «la difusión de una cultura de la muerte cada vez más preocupante».

El deber de tomar la palabra
«En estos tiempos dramáticos, la Iglesia asume una función importante –añade el Papa en el discurso sin temor a utilizar adjetivos plásticos– . Los cristianos tienen que convertirse cada vez más en lo que están llamados a ser: sal de la tierra y luz del mundo».

En particular, a los obispos y sacerdotes les pidió «tomar la palabra en toda ocasión, oportuna o inoportuna. ¡Tenéis que intervenir allí donde creéis que debéis defender a Dios y al hombre! ¡No sois del mundo, pero no os segreguéis del mundo».

Tras el comunismo, la indiferencia
Tras la sociedad comunista y atea, el Papa considera que estos países del Este se encuentran en «una sociedad laica, en la que se acalla cada vez más a Dios». Por eso, esta sociedad, añadió dirigiéndose a los prelados, «tiene necesidad de vuestra voz».

En muchos países europeos, los católicos comprometidos se han convertido en una minoría. De este modo, propuso: «Para dar un alma a la sociedad, puede ser conveniente tratar de aliarse con los pastores y con los cristianos de otras Iglesias y comunidades eclesiales. El ecumenismo del testimonio abre de hecho un amplio campo de colaboración».

Ahora bien, al igual que la sociedad comunista y atea, tampoco la sociedad de la «indiferencia religiosa» tiene la última palabra. «Aunque quede marginado o acallado, Dios siempre está presente», constató. «Ciertamente muchos viven como si Dios no existiera. Pero el deseo de él siempre está vivo en los corazones».

La gran oportunidad
«De hecho, el hombre no se contenta sólo con lo humano, sino que busca una verdad que lo trasciende, pues advierte, aunque sea de manera confusa, que en ella está el sentido de la propia vida. La respuesta a la cuestión de la vida es la gran ocasión que se le presenta a la Iglesia», aseguró.

El Papa concluyó con un llamamiento esencial: «¡Abramos por tanto nuestras puertas a todos aquellos que están en búsqueda de Dios! Quien pide la verdad a la Iglesia tiene el derecho a esperar que se le exponga auténtica e integralmente la palabra de Dios expresada o transmitida. De este modo, la búsqueda de la verdad queda protegida de los peligros de una religiosidad indeterminada, irracional, sincretista, y la Iglesia del Dios viviente se revela como lo que es, columna y sostén de la verdad».

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ZENIT Staff

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