Juan Pablo II: La humanidad anhela en esta Navidad sobre todo paz

Palabras del Papa en el «Angelus» del 16 de diciembre

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CIUDAD DEL VATICANO, 17 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la intervención de Juan Pablo II antes de rezar este domingo a mediodía el «Angelus» junto a varios miles de peregrinos presentes en la plaza de San Pedro del Vaticano.

Zenit no pudo publicar este documento ayer a causa de un problema técnico.

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1. Hoy, tercer domingo de Adviento, se renueva el alegre anuncio: «Gaudete in Domino semper – Alegraos siempre en el Señor» (Fil 4, 4). Son palabras tomadas de la Carta de San Pablo a los Filipenses, que caracterizan la liturgia de hoy.

Esta invitación de alegría tiene una motivación muy precisa: «El Señor está cerca» (Fil 4,5). Es una verdad bien conocida por el buen israelita, pues en Él encuentra confianza y consuelo; verdad que encuentra su fundamento en Cristo. En Él, de hecho, Dios se ha hecho cercano a cada hombre: Él es el Mesías, el Emmanuel, «el Dios con nosotros» (cf. Isaías 7,14; Mateo 1,23). La alegría es el corazón del Evangelio de la Navidad.

2. Como madre experta, la Iglesia conoce mejor que cualquier otra institución las dificultades y sufrimientos propios de la vida humana. Sabe bien que en la vida de muchos pueblos y personas la tristeza prevalece sobre la alegría, la angustia sobre la esperanza.

Pero precisamente a estos hombres y mujeres va destinado de manera privilegiada el anuncio de la Navidad, pues Cristo «anunció a los pobres el Evangelio de salvación, la libertad a los prisioneros, a los afligidos el consuelo» (Plegaria Eucarística IV). Él es el auténtico liberador del hombre, enviado por Dios para rescatarlo del poder del mal y de la muerte. De esta profunda e íntegra liberación deriva la alegría que Cristo da a sus amigos. Alegría que, como su paz, es diferente a la del mundo (cf. Juan 14,27), superficial y efímera.

Los graves problemas que rodean la existencia hacen en ocasiones difícil reconocer estos dones de Cristo. Tarea de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, es precisamente la hacerlos visibles y testimoniar su presencia. La humanidad anhela hoy sobre todo la alegría y la paz. Nos toca a nosotros, los creyentes, con la elocuencia del amor hecho obras, convertirnos cada día en fermento profético de un mundo reconciliado por el amor y vivificado por la alegría divina.

3. Que María Santísima, a quien invocamos como «Causa de nuestra alegría», nos ayude a cumplir con fidelidad esta misión. ¿Quién mejor que ella ha experimentado la cercanía del Señor, manantial de alegría y paz? Confiamos en su materna protección para ser siempre, pero especialmente en la hora actual, testigos creíbles de la alegría de Cristo.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit.]

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ZENIT Staff

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