Juan Pablo II: La oración, una cuestión de amor

El Papa invita a descubrir a Dios en la belleza de la creación

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CIUDAD DEL VATICANO, 12 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II está convencido de que no se pueden entender qué es la oración sin comprender el lenguaje del amor.

«La oración no tiene miedo de la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su cariño», explicó el pontífice a los miles de peregrinos que este miércoles participaron en la audiencia general en el Vaticano.

El Papa continuó así la serie de meditaciones que este año viene ofreciendo sobre los salmos y cánticos de la Biblia que los cristianos rezan en la Liturgia de las Horas. El texto escogido en esta ocasión fue el himno entonado por tres jóvenes judíos condenados a morir abrasados por las llamas de un horno.

El libro de Daniel narra como la intervención de Dios salvó a los jóvenes macabeos del suplicio ordenado por el rey babilonio Nabucodonosor en el siglo II a.c. Sus conmocionadas palabras de bendición y acción de gracias a Dios, consideró el pontífice, constituyen un sugerente motivo de oración para todo cristiano hoy.

«Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres: a ti gloria y alabanza por los siglos», entonan los muchachos judíos al ser salvados, dejando lugar después a un poético himno en el que interpelan a las bellezas de la creación: «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor».

«Este himno es como una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben hasta Dios como figuras espirales de humo de incienso, recorriendo el espacio con formas semejantes pero nunca iguales», explicó el pontífice.

El creyente, en su oración, añadió también repite su alabanza a Dios, pues «insistir en las mismas cuestiones es signo de intensidad y de los múltiples matices propios de los sentimientos, de los impulsos interiores, y de los afectos».

Por otro lado, aclaró, al invitar a toda la creación a cantar su alabanza a Dios, el pasaje del Antiguo Testamento permite descubrir a Dios en las maravillas del cosmos.

Es más, el cristiano, es consciente de que Jesús, con su muerte y resurrección abrió «un cielo nuevo y una tierra nueva», plasmando «un hombre diferente renovado a imagen de su creador por medio del nacimiento de lo alto».

«Al entonar este canto –concluyó el Santo Padre–, el creyente cristiano es invitado, por tanto, a contemplar el mundo desde la primera creación, intuyendo cómo será la segunda, inaugurada con la muerte y la resurrección del Señor Jesús».

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ZENIT Staff

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