Juan Pablo II: Los movimientos eclesiales, «respuesta providencial»

Homilía en la Vigilia de Pentecostés

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 30 mayo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Juan Pablo II este sábado en la Vigilia de Pentecostés que presidió en la Plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

[En italiano]
1. «Veni, creator Spiritus!»

Desde toda la Iglesia, en la solemnidad de Pentecostés, se eleva unánimemente este canto: «Veni, creator Spiritus!». El Cuerpo místico de Cristo, esparcido por toda la tierra, invoca al Espíritu del que recibe la vida, el Soplo vital que alienta su ser y su actuar.

Las antífonas de los Salmos nos han recordado hace unos momentos cómo fue la experiencia de los discípulos en el Cenáculo: «Al llegar Pentecostés, cincuenta días después de Pascua, todos se reunieron» (primera antífona). «Lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de los apóstoles: El Espíritu de Dios se aparecía en el mundo» (segunda antífona).

Nosotros revivimos también esa misma experiencia espiritual en esta plaza, convertida en un gran Cenáculo. Y, como nosotros, innumerables comunidades diocesanas y parroquiales, asociaciones, movimientos y grupos en todas las partes del mundo elevan al Cielo la invocación común: ¡Ven, Espíritu Santo!

2. Saludo a los señores cardenales y a los demás prelados y sacerdotes presentes. Os saludo a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, que habéis venido para participar en esta sugerente celebración.

Dirijo ahora mi pensamiento a los numerosos jóvenes que desde Lednica, en Polonia, se han unido a nosotros a través de la radio y de la televisión.

[En polaco]

Desde la plaza de San Pedro dirijo mi cordial saludo a los jóvenes reunidos en la vigilia de oración en Lednica. Rezo con vosotros, queridos amigos, por el don del Espíritu Santo. Que el Consolador, el Espíritu de Verdad, os llene del amor de Cristo, a quien confiáis vuestro futuro. Os bendigo de corazón.

[En italiano]
3. Saludo de manera especial a los miembros de la Renovación en el Espíritu, una de las expresiones de la gran familia del movimiento carismático católico. Gracias al movimiento carismático, muchos cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, han redescubierto Pentecostés como realidad viva y presente en su existencia cotidiana. Deseo que la espiritualidad de Pentecostés se difunda en la Iglesia, como empuje renovado de oración, de santidad, de comunión y de anuncio.

Aliento en este sentido la iniciativa denominada «Zarza ardiente», promovida por la Renovación en el Espíritu. Se trata de una adoración incesante, día y noche, ante el santísimo Sacramento; una invitación a los fieles a «regresar al Cenáculo» para que, unidos en la contemplación del Misterio eucarístico, intercedan por la unidad plena de los cristianos y por la conversión de los pecadores. Deseo de corazón que esta iniciativa les lleve a muchos a redescubrir los dones del Espíritu, que en Pentecostés tienen su manantial.

4. ¡Queridos hermanos y hermanas! La celebración de esta tarde me recuerda el memorable encuentro con los movimientos eclesiales y con las nuevas comunidades de la vigilia de Pentecostés de hace seis años. Fue una manifestación extraordinaria de la unidad de la Iglesia, en la riqueza y variedad de los carismas, que el Espíritu Santo infunde en abundancia. Repito con fuerza lo que dije en aquella ocasión: los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son una «respuesta providencial», «suscitada por el Espíritu Santo» a la necesidad actual de nueva evangelización, para la que se necesitan «personalidades cristianas maduras» y «comunidades cristianas vivas» (Cf. «Insegnamenti» XXI, 1 [1998], p. 1123).

Por este motivo, también os digo a vosotros: «¡Abríos con docilidad a los dones del Espíritu Santo! ¡Acoged con gratitud y obediencia los carismas que el Espíritu no deja de ofrecer! ¡No os olvidéis que todo carisma es ofrecido para el bien común, es decir, para beneficio de toda la Iglesia!» (ibídem, p. 1122).

5. «Veni, Sancte Spiritus!».

Entre nosotros, con las manos elevadas, está orando la Virgen, Madre de Cristo y de la Iglesia. Imploremos junto a ella y acojamos el don del Espíritu Santo, luz de verdad, fuerza de auténtica paz. Lo hacemos con las palabras de la antífona al «Magnificat» que luego cantaremos: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor: tú que, en la variedad de las lenguas humanas, reúnes a los pueblos en la única fe, aleluya».

«Sancte Spiritus, veni!»

[Traducción del original en polaco e italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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