Juan Pablo II presenta la carta apostólica y el «Año del Rosario»

Intervención durante la audiencia general de sus 24 años de pontificado

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CIUDAD DEL VATICANO, 16 octubre 2002 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles en la que celebró el vigesimocuarto aniversario de su elección como obispo de Roma presentando la carta apostólica dedicada a la oración del Rosario«Rosarium Virginis Mariae» y proclamó el «Año del Rosario».

* * *

¡Queridos hermanos y hermanas:

1. Durante mi reciente viaje a Polonia, me dirigí a la Virgen con estas palabras: «Madre santísima […], obtén también para mí las fuerzas del cuerpo y del espíritu, para que pueda cumplir hasta el fin la misión que me ha encomendado el Resucitado. En ti pongo todos los frutos de mi vida y de mi ministerio; a ti encomiendo el destino de la Iglesia […]; en ti confío y te declaro una vez más: «Totus tuus, Maria! Totus tuus». Amén» (Kalwaria Zebrzydowska, 19 de agosto de 2002). Hoy repito estas mismas palabras, dando gracias a Dios por los 24 años de mi servicio a la Iglesia en la Sede de Pedro. En este día particular, pongo nuevamente en las manos de la Madre de Dios la vida de la Iglesia y la vida tan convulsionada de la humanidad. A ella le confío también mi futuro. Pongo todo en sus manos para que con amor de madre lo presente a su Hijo «para alabanza de su gloria» (Efesios 1, 12).

2. El centro de nuestra fe es Cristo, Redentor del hombre. María no le ofusca, ni ofusca su obra de salvación. Tras la asunción en cuerpo y alma al cielo, la Virgen, quien fue la primera en experimentar los frutos de la pasión y de la resurrección de su propio hijo, nos conduce de la manera más segura a Cristo, fin último de nuestro obrar y de toda nuestra existencia. Por este motivo, dirigiendo a toda la Iglesia, en la carta apostólica «Novo millennio ineunte», la exhortación de Cristo a «remar mar adentro», añadía que «nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que […], junto con muchos obispos […], he confiado el tercer milenio» (n. 58). E invitando a los creyentes a contemplar sin cesar el rostro de Cristo, deseé profundamente que en esta contemplación María, su Madre, sea maestra para todos.

3. Hoy quiero expresar este deseo con mayor claridad a través de dos gestos simbólicos. Dentro de poco firmaré la carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae». Además, junto a este documento, dedicado a la oración del Rosario, proclamo el año que va desde octubre de 2002 a octubre de 2003 «Año del Rosario». No lo hago sólo porque este año es el vigesimoquinto de mi pontificado, sino también porque se celebran los 120 años del aniversario de la encíclica «Supremi apostolatus officio», con la que el 1 de septiembre de 1883 mi predecesor, el Papa León XIII, comenzó la publicación de una serie de documentos dedicados al Rosario. Además hay otro motivo: en la historia de los grandes Jubileos existía la buena costumbre de que, después del año jubilar dedicado a Cristo y a la obra de la Redención, fuera proclamado uno en honor de María, como queriendo implorar de ella la ayuda para hacer fructificar las gracias recibidas.

4. ¿Hay acaso un medio más adecuado que el Rosario para la exigente pero extraordinariamente rica tarea de contemplar el rostro de Cristo con María? Para ello tenemos que redescubrir la profundidad mística encerrada en la sencillez de esta oración, tan querida por la tradición popular. Esta oración mariana, en su estructura es de hecho sobre todo meditación de los misterios de la vida y de la obra de Cristo. Al repetir la invocación del «Avemaría», podemos profundizar en los acontecimientos esenciales de la misión del Hijo de Dios sobre la tierra, que nos han sido transmitidos por el Evangelio y por la Tradición. Para que esta síntesis del Evangelio sea más completa y ofrezca una mayor inspiración, en la carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae» he propuesto añadir otros cinco misterios a los que actualmente se contemplan en el Rosario, y los he llamado «misterios de la luz». Comprenden la vida pública del Salvador, desde el Bautismo en el Jordán hasta el inicio de la Pasión. Esta sugerencia tiene el objetivo de ampliar el horizonte del Rosario para que quien lo recita pueda penetrar –con devoción y no mecánicamente– todavía más en el contenido de la Buena Nueva y conformar siempre más su propia existencia con la de Cristo.

5. Os doy las gracias a los que estáis aquí presentes y a los que en este día tan particular se han unido conmigo espiritualmente. Gracias por la benevolencia y en especial por asegurar vuestro constante apoyo con la oración. Confío este documento sobre el santo Rosario a los pastores y a los fieles de todo el mundo. El Año del Santo Rosario que viviremos juntos producirá ciertamente benéficos frutos en el corazón de todos, renovará e intensificará la acción de la gracia del gran Jubileo del Año 2000 y se convertirá en manantial de paz para el mundo.

¡Que María, Reina del Santo Rosario, a quien vemos aquí expuesta en la bella imagen venerada en Pompeya, conduzca a los hijos de la Iglesia a la plenitud de la unión con Cristo en su gloria!

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa dirigió este saludo en castellano a los peregrinos]

Queridos hermanos y hermanas:

En el vigesimocuarto año de mi Pontificado, pongo de nuevo a la Iglesia, mi futuro y el de la humanidad, en manos de María.

Con la Carta apostólica «Novo millennio ineunte», he invitado a los creyentes a contemplar el rostro de Cristo. Hoy quiero expresar este deseo con mayor claridad firmando la Carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae» y proclamando el año que va desde hoy a octubre del 2003 «Año del Rosario».

Os invito a redescubrir el Rostro de Cristo a través de la simplicidad de esta oración, patrimonio de la tradición popular. He previsto que se puedan añadir otros cinco misterios, los «misterios de la luz», a fin de que, quien los recite con devoción y no mecánicamente pueda conformar más su existencia a la de Cristo.

Saludo a los fieles de lengua española; en especial a los peregrinos de la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, de Puebla Nueva; a las Corales «Ars Nova» de Plasencia y «Stella Nevadensis», de Granada, España; y a los peregrinos de la Arquidiócesis de Concepción, Chile. Agradezco especialmente vuestras oraciones. Os confío este documento que producirá frutos de amor y paz. ¡Que María, Reina del Santo Rosario, os guíe a la plenitud de la unión con su Hijo Jesucristo! Gracias.

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ZENIT Staff

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