Juan Pablo II, puente entre el Este y el Oeste de Europa

Hablar el autor de un ensayo sobre la aportación del Papa a la unidad del viejo continente

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZARAGOZA, martes, 29 junio 2004 (ZENIT.org).- El ensayo «Juan Pablo II y Europa», recientemente publicado por Rialp, resume la significativa aportación del Santo Padre a la causa de Europa desde los comienzos de su pontificado.

El libro está prologado por el presidente de la Fundación Robert Schuman, Jacques Santer, ex primer ministro de Luxemburgo y presidente la Comisión Europea entre 1995 y 1999.

Su autor, el profesor vasco José Ramón Garitagoitia Eguía, licenciado en Derecho y doctor en Ciencias Políticas, explica en esta entrevista las conclusiones a las que llega en su libro.

Su tesis doctoral sobre «El pensamiento ético-político de Juan Pablo II» (Zenit, 10 de febrero de 2003) fue publicada en 2002 por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, dependiente del gobierno de España, con una presentación del último presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov.

–«Karol Wojtyla es un místico». Así empieza usted su libro. ¿Cree que el Papa tiene una concepción mística de Europa?

–Garitagoitia: A propósito de su pregunta, son muy significativas las palabras que pronunció hace veinticinco años en Gniezno, el 3 de junio de 1979, durante su primera visita a Polonia: «¿No quiere acaso Cristo –dijo entonces–, no dispone acaso el Espíritu Santo que este Papa polaco, Papa eslavo, justamente ahora manifieste la unidad espiritual de la Europa cristiana?». A la vista de todos está que no hay más que un Karol Wojtyla: es al mismo tiempo profundamente humano e intensamente espiritual.

Es un «místico» que entiende a los hombres, la historia y el mundo desde el auténtico realismo –desde su Verdad más íntima– y esa luz lo ilumina todo, también esa realidad que es Europa.

Por eso insiste en que Europa no es sólo un lugar geográfico, sino más bien un concepto cultural e histórico al que la fe cristiana le ha dado forma, y cuyos valores fundamentales han inspirado el ideal democrático y los derechos humanos de la modernidad europea.

–¿Cómo es esta Europa de Juan Pablo II?

–Garitagoitia: De sus intervenciones se desprende que el Santo Padre anhela una Europa en la que las naciones sean consideradas como centros vivos de una riqueza cultural que merece ser protegida y promovida para el beneficio de todos.

Una Europa en la que las conquistas de la ciencia, de la economía y del bienestar social no se orienten a un consumismo sin sentido, sino que estén al servicio de todo hombre necesitado y de la ayuda solidaria para con otros países.

La Europa con la que sueña el Papa es aquella en la que su unidad –lograda en gran parte gracias al compromiso de los jóvenes– se construya sobre la libertad de religión y las libertades sociales han madurado sobre el «humus» del cristianismo. Y para ello es indispensable que la familia sea una institución abierta a la vida y al amor desinteresado, en la que los ancianos cumplan también su papel de promover la transmisión activa de valores y el sentido de la vida.

–¿El Papa está justamente decepcionado por la ausencia del cristianismo en la Constitución Europea?

–Garitagoitia: El Santo Padre ha reconocido que la búsqueda y la configuración de un nuevo ordenamiento para Europa son pasos en sí mismos positivos, pues llevan al deseable fortalecimiento del marco institucional de la Unión Europea para que pueda contribuir de modo eficaz al desarrollo de la paz, de la justicia y de la solidaridad en todo el continente.

Con este marco de referencia, el acuerdo sobre la Constitución alcanzado en Bruselas por los jefes de Estado y de Gobierno de los veinticinco presenta un balance en parte positivo: el Tratado salvaguarda el estatuto de las confesiones religiosas en los Estados miembros y establece el compromiso de la Unión para mantener con ellas un diálogo abierto, transparente y regular, reconociendo su identidad y contribución específica.

Es cierto, sin embargo, que el empeño por evitar cualquier mención en el Preámbulo a la herencia cristiana del Viejo Continente ha producido una cierta decepción.

–¿Usted cree que esta «derrota» condiciona el futuro de la Unión Europea?

–Garitagoitia: El tiempo lo dirá. Lo cierto es que una consecuencia principal de esa herencia cristiana –que no se ha querido reconocer– es la necesidad de construir Europa sobre el cimiento sólido del respeto a los derechos del hombre.

En el discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 12 de enero último, el Santo Padre dejó claro que no puede existir sociedad digna del hombre sin respeto a los valores trascendentales y permanentes. Y esto porque «cuando el hombre se convierte a la medida exclusiva de todo, sin referencia a Aquel de quien todo viene y hacia el que este mundo retorna, rápidamente se convierte en esclavo de su propia finitud». No cabe duda de que el reconocimiento expreso de ese fundamento último hubiese sido una buena garantía para el respeto de la persona y sus derechos.

–¿Qué significan los dos pulmones europeos, imagen preferida por Juan Pablo II para referirse a Europa?

–Garitagoitia: La intuición fundamental de Juan Pablo II es, en efecto, que Europa respira con dos pulmones: uno oriental y otro occidental. Lo ha destacado el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, señalando que la convicción histórica y la inquietud espiritual del Papa eslavo ha sido crear un puente espiritual para unir a los pueblos del Este y del Oeste, sin el cual la ampliación de la Unión Europea no puede cumplirse realmente.

–El premio Carlomagno reconoció este año el empeño europeo del Papa. ¿Cree que los ciudadanos europeos no católicos se dan cuenta de la europeidad del Papa?

Garitagoitia: Un claro ejemplo de ese reconocimiento a su importante labor en pro de la unidad de Europa son las declaraciones del canciller alemán con ocasión de la reciente entrega del Premio Carlomagno al Santo Padre. Gerhard Schröder ha reconocido que, en sus largos años de servicio en la Cátedra de Pedro, Juan Pablo II ha sido un puente entre el Este y el Oeste de Europa, que ha contribuido decisivamente a la unificación pacífica del continente.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación