Juan Pablo II reza por todas las víctimas de la violencia

Traza el perfil de la santidad al celebrar a Todos los Santos

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CIUDAD DEL VATICANO, 4 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II se recogió en silencio en la tarde del 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, para rezar «por las numerosas víctimas de la violencia, sobre todo de estos últimos tiempos», y en particular por quienes han dado la vida por Cristo.

Por la súplica silenciosa del Papa volvieron a pasar las víctimas de los salvajes atentados del pasado 11 de septiembre contra las Torres Gemelas y el Pentágonos, así como las de tantas personas que han muerto este año en situaciones dramáticas en los cuatro rincones del planeta: desde el País Vasco hasta el Ulster; desde Oriente Medio hasta Afganistán.

En vísperas del día en el que la Iglesia recuerda a los Fieles Difuntos, como ya es costumbre, el obispo de Roma elevó su oración en las grutas vaticanas, junto a las tumbas de sus predecesores. Pocas personas pudieron presenciar este momento de carácter íntimo.

Pocas horas antes, al dirigir la oración mariana del «Angelus» de la fiesta de Todos los Santos, había revelado que de este modo pretendía ir «espiritualmente en peregrinación a todos los cementerios del mundo, donde reposan los que nos precedieron en el signo de la fe y esperan el día de la resurrección».

«En particular –aclaró–, elevaré mi oración de sufragio por las numerosas víctimas de la violencia, sobre todo de estos últimos tiempos, y recordaré también, de modo especial, a cuantos sacrificaron su vida por permanecer fieles a Cristo hasta el fin».

El encuentro de mediodía con varios miles de peregrinos, reunidos en la plaza de San Pedro, le había ofrecido al pontífice la oportunidad para trazar el perfil del auténtico santo.

«Han sabido ir contra corriente, acogiendo el «sermón de la montaña» como norma inspiradora de su vida –subrayó–: pobreza de espíritu y sencillez de vida; mansedumbre y no violencia; arrepentimiento de los pecados propios y expiación de los ajenos; hambre y sed de justicia; misericordia y compasión; pureza de corazón; compromiso en favor de la paz; y sacrificio por la justicia».

«Todo cristiano está llamado a la santidad, es decir, a vivir las bienaventuranzas. Como ejemplo para todos, la Iglesia indica a los hermanos y hermanas que se han distinguido en las virtudes y han sido instrumentos de la gracia divina», concluyó.

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ZENIT Staff

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