Juan Pablo II, un hombre que “vivía de Dios”

El cardenal Bertone presidió la Misa de Acción de Gracias por la beatificación

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 2 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Juan Pablo II era “un hombre de fe, un hombre de Dios, que vivía de Dios”.

Estas son las palabras con las que el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano, definió al nuevo beato de la Iglesia católica hoy lunes, al presidir en el atrio de la Basílica de San Pedro la celebración eucarística en acción de gracias por la beatificación del papa Juan Pablo II, ayer domingo.

En su homilía, el purpurado subrayó que la vida de Karol Wojtyła de distinguió por un “diálogo de amor entre Cristo y el hombre”, que le condujo “no sólo al fiel servicio a la Iglesia, sino también a su personal y total dedicación a Dios y a los hombres que ha caracterizado su camino de santidad”.

“Todos recordamos como el día de los funerales, durante la ceremonia, en un cierto momento el viento cerró dulcemente el Evangelio colocado sobre el féretro”, evocó.

“Desde este Libro, descubrió los planes de Dios para la humanidad, para sí mismo, pero sobre todo conoció a Cristo, su rostro, su amor, que para Karol fue siempre una llamada a la responsabilidad. A la luz del Evangelio leyó la historia de la humanidad y la de cada hombre y cada mujer que el Señor puso en su camino”.

“De aquí, del encuentro con Cristo en el Evangelio, brotaba su fe”, agregó.

Vida de oración

La vida de Juan Pablo II, explicó el cardenal Bertone, “era una oración continua, constante, una oración que abrazaba con amor a cada uno de los habitantes del planeta Tierra, creado a la imagen y semejanza de Dios, y por esto digno de todo respeto”.

“Gracias a la fe que expresaba sobre todo en su oración, Juan Pablo II era un auténtico defensor de la dignidad de todo ser humano y no un mero luchador por ideologías político-sociales”, añadió.

“Su relación con cada persona se sintetiza con la estupenda frase que él escribió: ‘El otro me pertenece’”.

Su oración, prosiguió, “ una constante intercesión por toda la familia humana, por la Iglesia, por toda la comunidad de los creyentes, en toda la tierra -tanto más eficaz, cuanto más señalada por el sufrimiento que marcó varias fases de su existencia”.

“¿No es quizás de aquí – de la oración vinculada a sus muchos acontecimientos dolorosos y los de los demás – de donde nacía su preocupación por la paz en el mundo, por la pacífica convivencia entre los pueblos y de las naciones?”, se preguntó.

Reconocimiento

“Hoy damos las gracias al Señor por habernos dado un Pastor como él. Un Pastor que sabía leer los signos de la presencia de Dios en la historia humana y que anunciaba después Sus grandes obras en todo el mundo y en todas las lenguas. Un Pastor que había enraizado en sí mismo el sentido de la misión, del compromiso de evangelizar, de anunciar la Palabra de Dios por todas partes”, declarço el secretario de Estado.

También destacó del beato que fue “ un Testigo tan creíble, tan transparente, que nos ha enseñado como se debe vivir la fe y defender los valores cristianos, a comenzar la vida, sin complejos, sin miedos; como se debe testimoniar la fe con valentía y coherencia”.

“Le damos gracias al Señor por habernos dado un Papa que ha sabido dar a la Iglesia Católica no sólo una proyección universal y una autoridad moral a nivel mundial”, pero también “una visión más espiritual, más bíblica, más centrada en la Palabra de Dios”.

Gracias a él, subrayó, la Iglesia “ha sabido renovarse, lanzando “una nueva evangelización”, intensificando los lazos ecuménicos e interreligiosos, y encontrar los caminos para un diálogo fructífero con las nuevas generaciones”.

Juan Pablo II, añadió, “era un hombre verdadero porque estaba inseparablemente ligado a Aquel que es la Verdad. Siguiendo a Aquel que es el Camino, era un hombre siempre en camino, siempre esforzándose el en bien para todas las personas, para la Iglesia, para el mundo. Era un hombre vivo, porque estaba lleno de la Vida que es Cristo”.

“Todos hemos visto como se le fue quitando todo lo que humanamente podía impresionar; la fuerza física, la expresión del cuerpo, la posibilidad de moverse y hasta la palabra. Y entonces, más que nunca, él le confío su vida y su misión a Cristo, porque sólo Cristo puede salvar al mundo”.

“Sabía que su debilidad corporal hacía presente todavía más claramente a Cristo que obra en la historia – concluyó –. Y ofreciéndole sus sufrimientos a Él y a su Iglesia, nos dio a todos nosotros una última gran lección de humanidad y de abandono en los brazos de Dios”.

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ZENIT Staff

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