Juan Pablo II: «Un rostro humano para el mundo global»

El pontífice afronta el papel del cristiano en tiempos de globalización,

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CIUDAD DEL VATICANO, 9 abril 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha ofrecido este lunes las pautas fundamentales para dar un rostro humano a la globalización.

«La economía no puede dictar los modelos y los ritmos del desarrollo y, si bien es un deber proveer a las necesidades materiales, nunca tienen que ser sofocados los valores del espíritu», aclaró el pontífice.

La intervención del obispo de Roma, sobre este argumento de candente actualidad, tuvo lugar al recibir a unos 4 mil estudiantes y profesores provenientes de diferentes Universidades del mundo reunidos en Roma para participar en el Congreso Universitario «UNIV 2001» sobre el tema «Un rostro humano para el mundo global» promovido por el Opus Dei.

Por su interés ofrecemos a continuación el texto íntegro del discurso del Papa.

* * *

Queridísimos jóvenes:

1. ¡Bienvenidos! Como ya sucede desde hace años, habéis vuelto a Roma para pasar juntos la Semana Santa. Muchos de vosotros se encuentran quizá por primera vez en esta estupenda ciudad, pero para vuestra asociación esta cita romana se ha convertido casi en un costumbre, que prevé también la visita al sucesor de Pedro. Gracias por este encuentro y por vuestro entusiasmo juvenil. Os saludo con cariño a vosotros y a vuestros superiores. Saludo y doy gracias, en particular, a quienes en vuestro nombre se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos comunes. Os deseo cada uno que países estos días santos en un clima de profunda espiritualidad.

2. El tema del congreso es «Un rostro humano para el mundo global». «Se trata de un argumento que os permite confrontar experiencias y propuestas sobre la globalización, un fenómeno destinado a caracterizar cada vez más el futuro de la sociedad.

En este proceso, tenéis que comprender los aspectos positivos, sin ignorar los peligros. La economía no puede dictar los modelos y los ritmos del desarrollo y, si bien es un deber proveer a las necesidades materiales, nunca tienen que ser sofocados los valores del espíritu. Lo verdadero debe prevalecer sobre lo útil, el bien sobre el bienestar, la libertad sobre las modas, la persona sobre la estructura. Por otra parte, criticar no basta; es necesario ir más allá: es necesario ser constructores. El cristiano, en efecto, no puede limitarse a analizar los procesos históricos en acto, manteniendo una actitud pasiva, como si excedieran sus capacidades de intervención, como si estuviéramos guiados por fuerzas ciegas e impersonales. El creyente está persuadido que todo acontecimiento humano está bajo la providente mano de Dios, quien pide a cada uno que colabore con Él en la orientación de la historia hacia un fin digno del hombre.

3. En definitiva, la cuestión de fondo gira en torno a una pregunta decisiva: ¿cómo vivo yo la fe cristiana? ¿Es para mí solamente un conjunto de creencias y devociones cerradas en la esfera privada, o es también una fuerza que pide traducirse en opciones que inciden en mi relación con los demás? ¡Cuánto pueden influir en la sociedad un hombre y una mujer de fe!

Forma parte del realismo cristiano comprender que los grandes cambios sociales son fruto de pequeñas y valientes opciones cotidianas. Vosotros os preguntáis con frecuencia: ¿cuando llegará a configurarse nuestro mundo con el mensaje evangélico? La respuesta es sencilla: cuando tú, en primer lugar, actúes y pienses de manera permanente como Cristo, al menos una parte de ese mundo se le entregará en ti. El beato Josemaría, en cuya espiritualidad os inspiráis, ha escrito: «Eres, entre los tuyos, alma de apóstol, la piedra caída en el lago. –Produce, con tu ejemplo y palabra, un primer círculo… y éste, otro… y otro, y otro… Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?» («Camino», 831).

4. En la sociedad de hoy, que persigue la optimización de los sistemas productivos, se experimenta un proceso de uniformización, que pone en peligro las libertades personales y las mismas culturas nacionales. ¿Cómo reaccionar? La doctrina social cristiana contiene los principios de una respuesta que respeta el papel de los individuos y de los grupos. Pero para promover una cultura global de esos absolutos morales que son los derechos de la persona, es necesario que cada cristiano comience por sí mismo, esforzándose por reflejar en cada uno de sus propios pensamientos y de sus propios actos la imagen de Cristo.

No es ciertamente un programa fácil. Es más bien un acto de fe comprometedor, pues seguir a Cristo significa emprender un camino que lleva a negarse a sí mismos para entregarse a Dios y a los hermanos.

5. En el mensaje con motivo de la reciente Jornada Mundial de la Juventud, que celebramos ayer, Domingo de Ramos, he escrito que Cristo «es un Mesías que se sale de cualquier esquema y de cualquier clamor; no se le puede «comprender» con la lógica del éxito y del poder, usada a menudo por el mundo como criterio de verificación de sus proyectos». Y he explicado que seguir a un Maestro así comporta la valentía de un «sí» total a su llamada: «»Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Lucas 9,23). Estas palabras expresan la radicalidad de una decisión que no admite titubeos ni replanteamientos. Es una exigencia dura; esta palabra suena todavía hoy a escándalo y locura (cf. 1 Corintios 1,22-25). Y, sin embargo, nos tenemos que confrontar con ella.

Queridos jóvenes, que el Señor os permita comprender cada vez más la misión a la que os llama. Mientras os deseo una santa Pascua, permitidme que os renueve la invitación presente en la carta apostólica «Novo millennio ineunte»: «rema mar adentro – Duc in altum!». Esta invitación de Jesús a Pedro (cf. Lucas 5, 4) os ofrece la medida de la respuesta que el Señor se espera de vosotros. Una respuesta total y de pleno abandono en sus manos.

«Duc in altum», donde el mar es más profundo, donde el misterio del amor de Dios despliega ante vosotros espacios maravillosos, que no se pueden explorar en toda una vida.

Que os acompañe la Virgen, a quien pido que os guíe por la senda exigente de la santidad. El mundo se cambia con la santidad. Os bendigo de corazón.

N. B.: Traducción realizada por Zenit.

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ZENIT Staff

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