Juan Pablo II y el gobierno de la globalización

Discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales

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CIUDAD DEL VATICANO, 2 mayo 2003 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Juan Pablo II este viernes al recibir en audiencia a los participantes en la asamblea plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales que tiene por tema «El gobierno de la globalización».

* * *

Señor presidente,
distinguidos miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales:

Me es grato dirigirme a ustedes con motivo de su novena asamblea plenaria y extiendo mis mejores deseos para sus trabajos durante estos días de discusión centrados en el tema de «El Gobierno de la globalización». Estoy seguro de que la capacitación y experiencia que cada uno de ustedes trae a esta reunión ayudará a ofrecer luz sobre cómo puede orientarse y regularse de la mejor manera la globalización para que beneficie a de toda la familia humana.

De hecho, el proceso por el que el capital, los bienes, la información, la tecnología y los conocimientos son intercambiados y circulan en todo el mundo con frecuencia elude los mecanismos tradicionales de regulación de control fijados por los gobiernos y los organismos internacionales. Los intereses particulares y las demandas del mercado predominan a menudo sobre la preocupación por el bien común. Esto puede llevar a dejar sin una protección adecuada a los miembros más débiles de la sociedad y a que culturas y pueblos enteros se vean sometidos a una lucha agotadora por la supervivencia.

Por otro lado, es inquietante ser testigos de una globalización que exacerba la condición de los necesitados, que no contribuye lo suficiente a resolver las situaciones de hambre, de pobreza, de desigualdad social, dejando de salvaguardar el ambiente natural. Estos aspectos de la globalización pueden llevar a reacciones extremas que conducen al nacionalismo a ultranza, al fanatismo religioso e incluso a acciones terroristas. Todo esto está muy lejos del concepto de una globalización éticamente responsable capaz de tratar a todos los pueblos como socios iguales y no como instrumentos pasivos.

Por tanto, no hay duda de la necesidad de encontrar orientaciones que pongan con firmeza la globalización al servicio del auténtico desarrollo humano –el desarrollo de cada persona y de toda la persona– en el pleno respeto de sus derechos y de su dignidad.

Está quedando claro, por otra parte, que la globalización en sí misma no es el problema. Más bien las dificultades surgen de la falta de mecanismos efectivos para darle una dirección adecuada. La globalización necesita ser enmarcada en un contexto más amplio de un programa económico y político que busca el auténtico progreso del género humano. En este sentido, es necesario que se ponga al servicio de la familia humana en su conjunto, y que deje de beneficiar solamente a unos pocos privilegiados, avanzando hacia el bien común de todos. Por este motivo, el auténtico éxito de la globalización se medirá por la posibilidad de que cada persona disfrute de los bienes básicos como son la comida y la casa, la educación y el empleo, la paz y el progreso social, el desarrollo económico y la justicia. Este objetivo no se puede alcanzar sin la guía de la comunidad internacional y sin la reglamentación adecuada por parte del sistema político mundial

De hecho, en mi Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, afirmé que ahora es el momento «en el que todos deben colaborar en la constitución de una nueva organización de toda la familia humana» (número 6), una organización que debería ser capaz de responder a las nuevas exigencias de un mundo globalizado. Esto no significa crear un «super-Estado global», sino seguir los procesos ya en curso para aumentar la participación democrática y promover la transparencia y la responsabilidad políticas.

La Santa Sede es plenamente consciente de las dificultades que implica la elaboración de mecanismos concretos para una adecuada regulación de la globalización, que encontrará resistencia en algunos sectores. Sin embargo, es esencial progresar en esta dirección, con todos los esfuerzos posibles, basados firmemente en las siempre válidas virtudes sociales de la verdad, la libertad, la justicia, la solidaridad, la subsidiariedad, y –por encima de todas– la caridad, que es la madre y la perfección de todas las virtudes cristianas y humanas.

Queridos miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias, os doy las gracias de antemano por las aportaciones que vuestra reunión ofrecerá a la cuestión, y rezo para que el Espíritu Santo guíe e ilumines vuestras deliberaciones. A todos vosotros, con gusto, imparto mi Bendición apostólica como prenda de gracia y fuerza en el Salvador resucitado.

[Traducción del original inglés realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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