La alegrí­a de Evangelizar

Domingo Mundial de las Misiones

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Isaías 56, 1. 6-7: “Mi templo será casa de oración para todos los pueblos”

Salmo 66: “Que todos los pueblos conozcan tu bondad”

I Timoteo 2, 1-8: “Dios quiere que todos los hombres se salven”

San Mateo 28, 16-20: “Vayan y hagan discípulos a todos los hombres”

Como una bocanada de viento fresco suenan las palabras del Papa Francisco motivando, exigiendo y ordenando una nueva actitud frente al Evangelio y a la misión evangelizadora. “Quiero invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría”. “Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Ojalá el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradie el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”. “Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que podrida por encerrarse”. Son algunas de las palabras del Papa, como si quisiera empujar a todos los cristianos a una permanente misión llena de alegría y entusiasmo.

La misión evangelizadora brota espontánea y exigente del cristiano que se ha encontrado con Jesús. Quien ha encontrado a Jesús no puede permanecer indiferente o pasivo frente a la ingente multitud que sufre, llora y camina sin Jesús. Hoy interrumpimos la secuencia ordinaria de los domingos, para celebrar, en todo el mundo, el Domingo de las Misiones. La intención es tomar conciencia de nuestra responsabilidad en la tarea que tenemos como discípulos de Jesús, y de nuestro compromiso serio para que su Evangelio llegue a todas partes. ¿Por qué una misión de parte de los católicos? No se trata simplemente de buscar ganar más adeptos o ser una organización más poderosa. Sino que se busca con el testimonio contagiar y compartir la fe viva que hay en cada uno de nosotros. Si nos hemos enamorado de Cristo, si se ha metido en nuestra vida y nos ha subyugado con su proyecto del Reino, si hemos experimentado su amor grande por cada uno de nosotros, no podemos menos que anunciarlo y llevarlo a todas partes como un regalo que se ofrece gratuitamente, simplemente porque se tiene el corazón lleno de la alegría que produce seguir a Jesús.

Hoy contemplamos nuestro México desgastado por la incoherencia, por las injusticias, por el temor y la angustia con que se mira el futuro, y la tentación es el desaliento y el pesimismo. Y llegan hasta nosotros las palabras del Papa Francisco advirtiéndonos que esta actitud fatalista y derrotista es una de las peores tentaciones que nos pone el demonio. El Evangelio puede más que el mal y Cristo Resucitado ha vencido las tinieblas. El verdadero cristiano tiene fe a pesar de las dificultades. Cuando más fuerte crece el mal, más se nos exige ser coherentes y sembrar esperanza. A nosotros nadie nos ataca abiertamente, no somos perseguidos por nuestra fe, pero vivimos en medio de constantes amenazas a la verdadera vida y puede seguir creciendo el pesimismo. Hoy como cristianos tenemos que dar nuestra palabra de esperanza. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son aquellos que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. Hoy es día de la “misión”, es decir hoy es un día  para recordar y vivir a plenitud la vida que Cristo nos ha regalado. Un tesoro tan grande no lo podemos mantener escondido. Quien verdaderamente ama no lo puede disimular, lleva  la sonrisa en los labios.

“Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie”. Queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo. La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios.

Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro empeño; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo con gozo no es una obligación sino una alegría. Ante una vida sin sentido, Jesús nos revela la vida íntima de Dios en su misterio más elevado, la comunión trinitaria: Dios es una familia y nos invita a participar plenamente de ella. Es tal el amor de Dios, que hace del hombre su morada: “Vendremos a él y viviremos en él”. Ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna en la que Dios será todo en todos. Ante la idolatría de los bienes terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como valor supremo y hace realidad las palabras proféticas de Isaías: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”.

“Dios quiere que todos los hombres se salven” nos asegura San Pablo, por tanto la misión no es solamente pensar en los países lejanos donde todavía no se conoce a Jesús, aunque también esto debemos hacer y para ello debemos colaborar. La misión es llevar a Cristo a toda persona que lo necesite, al que está cercano, al que no ha experimentado su amor. El Papa Francisco insiste en que cerca de nosotros hay rincones y periferias que anhelan la presencia de Jesús y nosotros somos responsables de hacerlo presente en esos sitios y para esas personas. Hoy es día de las misiones: hoy es día de llevar a Jesús por todo nuestro mundo con nuestras palabras pero sobre todo con nuestras acciones. ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿Alguien se ha convertido viendo nuestra vida y nuestra alegría de compartir y de anunciar?

Que la alegría de tu Evangelio, Señor, de tal manera inunde nuestros corazones que nos transformemos en discípulos misioneros que transmitan Vida Nueva a nuestros pueblos. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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