La aportación del padre Kentenich a la Iglesia vista por un carmelita

Publicación con motivo de los 40 años de Schönstatt en España

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MADRID, jueves 4 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- “Tenemos que contribuir a la creación de un nuevo tipo de hombre: el hombre que necesita la Iglesia para superar en su propio seno algunas graves perturbaciones”.

Éste es uno de los muchos pensamientos del fundador del Movimiento de Schönstatt que aparecen en el libro “José Kentenich. Historia de un hombre libre” (Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2009, 308 pp.), presentado este martes en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas, de Madrid.

Se trata de la primera biografía del padre Kentenich escrita por una persona que no pertenece al Movimiento de Schönstatt, el carmelita Eduardo T. Gil de Muro, prolífico periodista y escritor.

El libro ha sido publicado con motivo de la celebración de los 40 años de presencia del Movimiento de Schönstatt en España.

“Es un relato cronológico de toda su vida, su obra y sus dificultades, escrito de una forma desenfadada, que engancha”, explica a ZENIT la escritora Asunción Aguirrezábal, impulsora de la publicación.

Como las más de cincuenta biografías de santos escritas por el sacerdote riojano Gil de Muro, “Historia de un hombre libre” aproxima la figura del Padre Kentenich al gran público de una manera novelada, pero también con citas y reflexiones de gran profundidad.

En la presentación del libro, intervinieron, además de Aguirrezábal y Gil de Muro, la periodista Cristina López Schlichting y el empresario Gregorio Marañón.

Ella señaló que Schönstatt es una respuesta a la crisis que vive hoy la familia, a menudo desestructurada, dividida y confundida.

En el acto, también se destacó la importancia para la Iglesia del carisma del Padre Kentenich, así como algunos de sus aspectos novedosos como la función de la mujer, la importancia de la libertad, la visión de la familia y el carácter de María como corredentora.

40 años de crecimiento

Cuarenta años después de la bendición del primer Santuario de Scönstatt en España, el director del Movimiento en el país, el padre Carlos Padilla, opina que “hoy somos respuesta, pero muchas veces poco conocida”.

Durante este tiempo, se han levantado tres Santuarios (dos en la provincia de Madrid y uno en la de Barcelona) y ha comenzado a surgir el Movimiento en otras zonas (como Asturias, Gerona, Navarra, Alicante, Sevilla, Huelva,…).

Además, se han emprendido multitud de proyectos y acciones que buscan entregar el carisma, como el colegio Monte Tabor, las fundaciones María Ayuda y Tiempos Más Nuevos, la organización de misiones universitarias y familiares y de escuelas de padres, etcétera.

El padre Carlos Padilla destaca como desafíos actuales del Movimiento en España “dar a conocer más el Santuario y el camino de santidad propuesto por el padre Kentenich, y proporcionar respuestas concretas a la crisis actual de la familia”.

Vida interior

Uno de los aspectos más novedosos del libro se encuentra en la visión de una persona que no conocía antes al padre Kentenich sobre el aporte concreto de este sacerdote alemán a la Iglesia y al mundo.

En este sentido, Gil de Muro recuerda en su libro un diagnóstico del fundador de Schönstatt: “A nuestro cristianismo de ahora lo que le sucede es que por falta de vida interior está a punto de morir”.

“Kentenich había empezado a descubrir que uno de los males grandes de la sociedad contemporánea era la reciente masificación del individuo”, escribe.

Tras relatar los primeros años de la vida del padre Kentenich, marcados por su consagración a la Virgen María por parte de su madre, sus vivencias en un orfanato y su entrada a un seminario palotino, el autor describe el inicio de su tarea pedagógica con unos jóvenes seminaristas

“Hay que crear un hombre nuevo. Un hombre que no dependa de frases ni de principios venidos de fuera. Un hombre capaz de decidirse por sí mismo. Un hombre que sabe recorrer su propio camino libre de toda compulsión exterior”, señala su programa para los seminaristas.

El libro incorpora también citas de diversas personas que conocieron al protagonista, entre ellas uno de sus alumnos.

“Clases inolvidables las clases del padre Kentenich -recuerda- A mí me resultaron decisivas en el curso de mi vida. No fueron nunca un simple “aprende y aguanta”.

Y continúa: “Se las arreglaba ingeniosamente para movilizar todas las energías espirituales y culturales de los alumnos y creaba en cada clase una comunidad que competía intelectualmente con gran nobleza y disciplina”.

Después de la Primera Guerra Mundial, el autor pone en boca del Padre Kentenich la clave para responder a las necesidades de ese tiempo: “Lo que más necesita nuestro tiempo -por no decir lo único- es que haya santos nuevos (que no es igual que nuevos santos de antaño), hombres nuevos y cabales, cristianos nuevos de verdad, perfectos como consumación gozosa de todos los esfuerzos personales y de la Gracia”.

Conquistar un reino de María

La nueva biografía refleja muy bien, con citas textuales, el secreto y la misión del fundador de la obra de Schoenstatt, sintetizado en frases como ésta: “He venido a traer fuego, a conquistar un reino de María en muchos corazones”.

Explica también el choque entre esos ideales y proyectos de José Kentenich y el contexto social y político de su Alemania natal.

“Kentenich no quería ser subversivo, pero tampoco quería ser el mudo que tantas veces aparece en los pueblos cuando se les precipitan encima estos terrenos de la historia”, escribe Gil de Muro.

Según el libro, el Movimiento de Schoenstatt fue calificado por el servicio de seguridad de las SS como “sumamente peligroso”, como “el más peligroso de cuantos movimientos ha podido identificar el Servicio Secreto”.

¿La causa?: “Schönstatt, a lomos de su propia inspiración y por los impulsos místicos del Padre José Kentenich, había pasado de lo que había sido un sencillo inicio piadoso a ser una referencia espiritual y social que ya hemos visto cómo se las traía de tiesas y peligrosas al nazismo que estaba avasallando al pueblo”.

Pero ése no fue el único obstáculo que encontraron el sacerdote y su obra. “Ni lo de Roma ni lo de Berlín -curia por un lado, y SS por el otro- podían con el coraje de este hombre”, explica.

“El mundo se había vuelto loco y no estaba mal que en Schönstatt se refugiara para potenciarse lo poco que de sensatez y de espíritu estaba quedando en el pueblo alemán”, añade.

Libre en la cárcel y en el campo de concentración

El relato continúa explicando la extensión del Movimiento de Schönstatt por varios países, paralela al encarcelamiento de su fundador y su posterior entrada en el campo de concentración de Dachau.

Sobre las semanas en la cárcel, destaca: “Nunca iba a estar más esclavo que lo que estaba en esos momentos de angustia carcelaria y, sin embargo, jamás se iba a sentir tan libre como ahora para disponer de sus emociones, de sus decisiones interiores y del aire mismo con que resolvía cualquiera de sus incertidumbres”.

En palabras del Padre Kentenich: “Ni siquiera un minuto de mi prisión me he sentido abandonado. Y eso que la encerrona en el búnker fue literalmente trituradora”.

Respecto a los casi tres años que pasó en Dachau, el libro detalla cómo escribía libros y animaba y aconsejaba a otros prisioneros.

“Este campo de concentración tiene que llegar a ser el campo de la discordia. Para lo cual nada mejor que ponerlo en manos de la Virgen”, decía el prisionero número 29392.

“El espíritu del campo de concentración es un espíritu del que debe revestirse el cristiano verdadero -señaló al salir de aquel lugar-. Nunca descubrí tan potentemente la protección de María, la Madre”.

Desterrado de Europa

Posteriormente avanzó, tanto la extensión del Movimiento por todo el mundo como la oposición de algunos sectores de la Iglesia, hasta el punto de que el Vaticano le instó a que saliera de Europa.

La biografía relata cómo acata con paz esta orden y permanece exiliado en Milwaukee, en los Estados Unidos, durante casi 14 años.

Después de ese tiempo, el Papa Pablo VI lo declaró libre y pudo volver a Alemania, donde continuó con su actividad hasta su muerte. Inscritas en su tumba, dos palabras: “Dilexit Ecclesiam” (“Amó a la Iglesia”).

Por Patricia Navas

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ZENIT Staff

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