La batalla por la paz de Benedicto XVI en el Líbano e Israel

CASTEL GANDOLFO, miércoles, 16 de agosto 2006 (ZENIT.org).- El drama en el Líbano y en Israel se ha convertido en el argumento al que más ha hecho referencia Benedicto XVI en sus encuentros tanto públicos como privados de julio y agosto.

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El Papa ha presentado repetidamente la posición de la Santa Sede con tres peticiones: el inmediato alto el fuego; ayuda humanitaria para las atormentadas poblaciones; y un diálogo que tenga en cuenta los derechos de todos los Estados y pueblos involucrados en el conflicto.

Tanto en sus espontáneos encuentros con los periodistas durante las vacaciones transcurridas en el Valle de Aosta, del 11 al 28 de julio, como en las citas dominicales y del 15 de agosto con los peregrinos con motivo del Ángelus, la paz en Oriente Medio ha estado siempre en sus labios.

En una entrevista concedida a canales de televisión de habla alemana y a «Radio Vaticano», transmitida el 13 de agosto, se le planteó una pregunta sobre la situación en Oriente Medio.

«Naturalmente no tenemos ninguna posibilidad política, y no queremos ningún poder político. Pero queremos hacer un llamamiento a los cristianos y a todos aquellos que se sienten de alguna manera interpelados por la palabra de la Santa Sede, para que sean movilizadas todas las fuerzas que reconocen que la guerra es la peor solución para todos. No aporta nada bueno para nadie, ni siquiera para los supuestos “vencedores”. En Europa lo sabemos muy bien, como consecuencia de las dos Guerras Mundiales».

«La paz es lo que todos necesitan. Existe una fuerte comunidad cristiana en el Líbano, hay cristianos también entre los árabes, hay cristianos en Israel, y los cristianos de todo el mundo se empeñan por estos países tan queridos a todos nosotros».

«Existen fuerzas morales listas a hacer comprender que la única solución es que debemos vivir juntos. Estas son las fuerzas que nosotros queremos movilizar: los políticos deben encontrar los caminos para que esto pueda acontecer lo más pronto posible y sobre todo de forma duradera».

El Santo Padre pidió al cardenal Roger Etchegaray, presidente emérito del Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz, que viajara como enviado suyo al Líbano para manifestar la población, en particular a los que sufren a causa de la violencia, la cercanía del Papa, su solidaridad concreta, así como para rezar por la paz.

La visita, que tuvo un carácter esencialmente religioso, culminó con la misa presidida por el purpurado vasco-francés en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano, en Harissa, el 15 de agosto, con la participación del cardenal Pierre Nasrallah Sfeir, patriarca de Antioquía de los Maronitas.

Por petición del Papa también se congregaron en ese mismo día para rezar por la paz los pastores y los fieles de la Iglesia en Tierra Santa. La eucaristía fue concelebrada por el representante pontificio en Israel y Palestina, monseñor Antonio Franco, por Su Beatitud, monseñor Michel Sabbah, patriarca latino de Jerusalén, y por los ordinarios católicos de Tierra Santa.

El 11 de agosto, el arzobispo Silvano M. Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante las Oficinas de las Naciones Unidas de Ginebra, intervino en la sesión especial del recién creado Consejo para los Derechos Humanos, dedicada a la situación del Líbano.

«El pueblo libanés tiene el derecho a la integridad y soberanía de su país; el pueblo israelí tiene derecho a vivir en su propio Estado; y el pueblo palestino tiene el derecho a tener una patria libre y soberana», explicó el prelado.

«La violencia de estas semanas está destruyendo un prometedor modelo de convivencia nacional, construido a través de los siglos, en el que sus diferentes comunidades, a pesar de sus convicciones religiosas sumamente diferentes, aprendió que el único camino para vivir en paz y seguridad y para desarrollar sus recursos humanos y su diversidad de una manera creativa es el dialogo y la colaboración», afirmó el representante papal.

«Que la ley no ratifique nunca los resultados alcanzados únicamente por la fuerza –concluyó–. Sería la ruina de la civilización, el fracaso del derecho internacional, y un fatal ejemplo para otras áreas en la región y, de hecho, para el mundo».

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ZENIT Staff

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