«La belleza de lo divino» según Kiko Argüello

Por Gabriele Finaldi, director adjunto del Museo del Prado

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MADRID, sábado, 1 mayo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo escrito por Gabriele Finaldi, director adjunto del Museo del Prado y autor de «Viendo la Salvación. La Imagen de Cristo» en el que comenta las nuevas pinturas murales y vidrieras realizadas por un equipo de artistas, dirigido por Kiko Argüello, inciador del Camino Neocatecumenal, que presiden el ábside que rodea el altar mayor de la catedral de Santa María la Real de la Almudena, de Madrid.

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Las pinturas murales que ha pintado Kiko Argüello en la Catedral madrileña de la Almudena se insertan en la más antigua tradición pictórica cristiana: símbolos y representaciones, imágenes de carácter narrativo y, al mismo tiempo, escenas litúrgicas. El arte en las catacumbas confirmaba la fe de los creyentes, los mosaicos de las basílicas paleocristianas alababan la majestad de Cristo, y los ciclos pictóricos de las iglesias medievales transmitían las historias evangélicas y su contenido salvífico a los fieles. «La belleza y el color de la imágenes estimulan mi oración para dar gloria a Dios», decía San Juan Damasceno, el gran apologista del arte cristiano.

En el ábside de la Almudena los «frescos» – realmente son pinturas al óleo sobre el llamado «estuco romano» – ilustran y anuncian los grandes acontecimientos de la fe: a la izquierda, el Bautismo de Jesucristo en el Jordán, la Transfiguración y la Crucifixión, y a la derecha, la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés. En el centro, directamente encima del altar mayor y perfectamente visible desde el fondo de la nave, está el Pantócrator, el Cristo Todopoderoso, que resplandeciente de blanco parece salir de los confines físicos del espacio de la pared en que está pintado, anunciando la segunda venida y el juicio escatológico. «Amad a vuestros enemigos. Vengo pronto», rezan las palabras en el libro abierto que lleva en la mano izquierda. Es el mismo Cristo de los mosaicos de Rávena y Monreale, de los ábsides románicos de las iglesias catalanas, y de las iconostasis rusas y griegas.

En el siglo XX el arte religioso ha experimentado una profunda crisis. Ninguno de los grandes artistas de la modernidad se ha dedicado a la decoración de iglesias, salvo alguna rarísima y muy puntual excepción como Matisse o Chagall. Las vanguardias abandonaron los temas tradicionales de la pintura religiosa prefiriendo, en cualquier caso, un misticismo de carácter abstracto como el que practicaron Mondrian, Kandinsky o Mark Rothko. Los pintores figurativos han utilizado la iconografía cristiana con fines alusivos o hasta irónicos como, por ejemplo, hicieron Otto Dix y Francis Bacon. En el umbral de un nuevo siglo y en el contexto de un panorama artístico como el actual que ofrece estilos y lenguajes tan variados ¿qué tipo de decoración y qué lenguaje pictórico para una catedral tan importante como la de Madrid?

Argüello se remonta a la iconografía y las formas que estuvieron vigentes durante mil años de historia del arte europeo – prácticamente hasta el Renacimiento – buscando en la tradición pictórica las fuentes de una renovación estética cristiana capaz de expresar la belleza y la antigüedad de la fe, y los anhelos ecuménicos – muy actuales – de unión con las iglesias de oriente. No es en absoluto un arte ajeno a estas tierras. En la tradición bizantina se formó Doménikos Theotocopoulos, El Greco, y tanto sus figuras hieráticas, alargadas y de intensos colores, como el contenido espiritual de sus obras españolas, son deudoras de la misma tradición milenaria. En estas pinturas murales los brillantes fondos de pan de oro, como en los retablos de Duccio di Buoninsegna y los iconos de Andrej Rublyev, atestiguan que las escenas van más allá de la inmediatez del hecho histórico para transmitir acontecimientos de divina trascendencia.

¿Pintura neo-bizantina en un contexto arquitectónico neo-gótico? La Iglesia no nació ayer. Tiene dos mil años de tradición artística y una de sus grandes virtudes institucionales ha sido la de renovar dentro de la tradición, sintetizar y yuxtaponer sin rupturas, como el dueño de una casa «que saca de su arca cosas nuevas y cosas viejas». Las pinturas de la Almudena, cómo los murales que ha ejecutado Argüello en las iglesias de Roma, Florencia, Piacenza, y Madrid, respiran un aire intemporal pero también de nuestro tiempo. Las inquietudes por un abstractismo formal y por el valor intrínsico de los colores, la mezcla de distintos tipos de acabado, las ansias por una elegancia geométrica, son la herencia de cierta pintura del siglo XX. Trasciende, en las pinturas de Kiko, un deseo de hacer puentes entre lo antiguo y lo moderno, la tradición y la modernidad.

Sobre las escenas pintadas Argüello ha diseñado siete vidrieras, éstas de carácter puramente abstracto. En la vidriera del centro se inscribe el nombre de «Maria», patrona de la catedral, y en las otras, «Palabra» en seis idiomas distintos. La combinación de letras y decoración abstracta también refleja inquietudes artísticas modernas, desde el Cubismo a Jasper Johns, pero es también parte de la cultura visual hispano-islámica. Una octava vidriera en la capilla directamente detrás del altar mayor, realizada con una novedosa técnica de grabado al ácido sobre cristal, representa a Cristo resucitado saliendo del sepulcro. Está concebida como parte integral del conjunto decorativo, de tal forma que, desde la nave, se establece un eje visual vertical que va desde el altar del Cristo eucarístico, al Cristo en la cruz de madera policromada (ya existente), pasando por el Cristo resucitado de la vidriera hasta llegar al Pantócrator del Juicio Final en la pintura del ábside.

En la nueva decoración de la Catedral de la Almudena se ofrecen unos ricos contenidos teológicos y artísticos: para los creyentes, la posibilidad de reflexionar y profundizar en los misterios de la fe; para los titubeantes, la ocasión para cuestionarse nuevamente sobre estos mismos misterios, y para los muchos otros que visitan la catedral, la oportunidad de ver la «belleza de lo divino».

Gabriele Finaldi (Londres, 1965) es historiador del arte que se formó en el Courtauld Institute of Art de Londres. Ha trabajado diez años como Conservador de Pintura Italiana y Española en la National Gallery, ha publicado sobre arte barroco y ha sido comisario de varias exposiciones, entre ellas «Spanish Still Life from Velázquez to Goya» (1995) y, en el año 2000, «Seeing Salvation: The Image of Christ». En 2002 organizó la exposición «Ribera: La Piedad» en el Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid, y en el mismo ano fue nombrado Director Adjunto de Conservación e Investigación del Museo Nacional del Prado.

[Artículo distribuido por la archidiócesis de Madrid]

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ZENIT Staff

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