“La causa de los males del mundo está en el corazón del hombre”

Habla Godfrey Igwebuike Onah, experto en el Sínodo para África

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ROMA, martes, 6 octubre 2009 (ZENIT.org).- ¿La causa de los problemas del mundo? El corazón del hombre. “Sí es esto lo que diría un africano auténtico”. El reverendo Godfrey Igwebuike Onah, vicerrector de la Universidad Pontificia Urbaniana de Roma, hablando el 1 de octubre en un encuentro del Observatorio sobre el Sínodo africano, que se celebra en el Vaticano en estos días, no acepta otras respuestas.

Los desastres que atenazan a la humanidad nacen de las decisiones de quienes no están en comunión con Dios: “Para un cristiano, la paz, la justicia y la reconciliación se encuentran sólo en Cristo”. Y entonces sí, es verdad, los países que explotan al continente negro han puesto de rodillas a millones de personas, pero la verdad es “que todo esto ha sido posible con la colaboración de aquellos hermanos que han vendido la propia conciencia”.

A pesar de ello, explica el sacerdote nigeriano –a cuyas palabras hace de fondo un tapiz sobre el que está pintado el rostro de santa Josefina Bakita, del nobel de la Paz Nelson Mandela, del atleta keniano Paul Tergat y del economista y ex presidente de Tanzania Julius Nyerere, cuya causa de beatificación fue abierta en 2005- no hay que rendirse sino luchar para devolver la esperanza entre quienes ya no la tienen.

Estas últimas palabras componen un discurso que toma partido. ¿Cómo podría ser de otra manera? “Ciertas cosas se pueden ver bien sólo por quien tiene los ojos llenos de lágrimas”, le gustaba decir al “Romero de África”, monseñor Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu-Congo, asesinado en 1996 por su toma de posición durante la guerra congoleña, cuando gritó que ninguna lógica política vale más que la persona humana.

Del mismo modo, el reverendo Onah se siente implicado hasta el punto de no disculpar a nadie. Hay para todos: para quien ha depredado y sigue depredando su tierra, para quien en Italia está contra la convivencia étnica, para quien piensa con melancolía en el África lejana, cuando sería ya mucho “preocuparse por los africanos que viven aquí” y contra quien muy a menudo ha traicionado el verdadero mensaje evangélico.

A este propósito, recuerda que en 1994, año de la I Asamblea Esecial para África del Sínodo de los Obispos, el signo más dramático de la distancia enre la vida real de los africanos y un cierto modo de entender el cristianismo estaba en la tremenda coincidencia del inicio del Sínodo y el inicio del genocidido en Ruanda “uno de los países más cristianos de África”.

Pero recuerda también que hoy este continente es “la vergüenza del mundo, implicado en la crisis económica pero no en la búsqueda de su solución”. Y que es, todavía más grave, “la marginación de África”, ‘clochardización’ la llamaba el teólogo Jean Marc Ela: hombres y mujeres que no cuentan porque no sirven al mercado y que hoy encuentran la tumba en las aguas del Mediterráneo. Comportamientos indignos que alimentan la rabia, también porque “si en lugar de hombres murieran jirafas y chimpancés, la comunidad internacional se movilizaría”.

La advertencia del sacerdote no necesita comentarios: “Si el mundo hace creer a los jóvenes africanos desilusionados, como ya sucede en Medio Oriente, que la respuesta a los problemas está en el asalto al resto del mundo, todos pueden echarse a temblar”.

Por el momento, la presencia de los misioneros que enseñan el perdón es una disuasión para la explosión de la rabia. “Si no por razones humanitarias, al menos por esto la suerte de los africanos debería interesar a todos –concluye Onah–. Cualquier cosa que hace la Iglesia para renovar el espíritu cristiano en África, lo hace por el mundo entero”.

El desarrollo de la asamblea episcopal, del 4 al 25 de octubre –cita en la que el sacerdote participa como “experto”- es una gran oportunidad de comprensión: “El Sínodo, que quiere decir ‘caminar juntos’, es un encuentro de los obispos de la Iglesia en su universalidad y no sólo de los obispos africanos. Y está bien que se haga en Roma porque sólo así podemos esperar ser escuchados por aquella comunidad internacional que es expresión de los países más ricos y potentes”. En último término, por aquellos países que deciden el destino de demasiada humanidad.

[Por Mariaelena Finessi, traducido del italiano por Nieves San Martín]

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ZENIT Staff

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