La Ceniza, un sacramental que también recibe el Papa

El miércoles, de manos del cardenal Tomko

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 5 febrero 2008 (ZENIT.org).- En el comienzo de la Cuaresma, el Papa Benedicto XVI recibirá el miércoles –como incontables cristianos de todo el mundo– la imposición de la Ceniza, un sacramental que, lejos de teatralismos o formalidades aún sacras, «ayuda a alcanzar la salvación».

Así recuerda el cardenal Jozef Tomko, quien impondrá la Ceniza al Santo Padre, el significado de este gesto y del tiempo litúrgico que abre.

Los ritos del Miércoles de Ceniza, presididos por Benedicto XVI, comenzarán a las 16.30 horas con un momento de oración en la iglesia de San Anselmo y una procesión penitencial hacia la basílica de Santa Sabina, con la participaron de cardenales, arzobispos y obispos, religiosos y fieles.

El Santo Padre presidirá la Santa Misa con el rito de bendición e imposición de la Ceniza en la basílica de la colina romana del Aventino, de la que es titular –desde hace doce años– el cardenal Tomko, y por ello, quien impone a su vez la Ceniza sobre la cabeza del Papa pronunciando una de estas dos exhortaciones: «Conviértete y cree en el Evangelio» o «Recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir».

Las dos son difíciles de decir al Papa, reconoce el purpurado en una entrevista concedida a «L’Osservatore Romano» –edición diaria italiana (vespertina) del 6 de febrero de 2008–.

Aludiendo a la primera fórmula, admite: es el Papa «quien tendría pleno derecho de decírmela a mí y a todos los demás. ¿Cómo puedo recordárselo yo al Papa?».

Y particularmente difícil era pronunciar la segunda «cuando la edad de Juan Pablo II avanzaba». «Era como recordarle de nuevo lo que él no sólo sabía, sino que sentía en su cuerpo», observa.

«La elección ha sido siempre difícil. A veces he usado una fórmula, a veces otra. Es un aspecto muy personal, pero también muy significativo porque en cualquier caso -aclara el cardenal Tomko- debía optar por una fórmula que no es ni del Papa ni mía: son las palabras de Dios ante las que todos debemos inclinar la cabeza».

Como recoge el Código de Derecho Canónico, los sacramentales -éste es el caso– «son signos sagrados por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtienen por intercesión de la Iglesia unos efectos principalmente espirituales» (c. 1167.1).

«No confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia» los sacramentales (por ejemplo, las bendiciones) «preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella», apunta el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1670 ss.).

Las cenizas, como polvo, «son un signo muy elocuente de la fragilidad, del pecado y de la mortalidad del hombre», y al recibirlas se reconoce su limitación, comenta el cardenal Tomko; riqueza, ciencia, gloria, poder, títulos, dignidades: «de nada nos sirven».

El tiempo de Cuaresma «se dirige hacia la resurrección, y también nuestra esperanza, que no se limita a esta vida, ni se detiene en nuestros límites –recalca–, sino que se fundamenta en la vida eterna que nos es asegurada por Jesucristo a través de su muerte y resurrección».

Y es Jesús –señala el purpurado– quien «nos pide en este tiempo fuerte del año litúrgico tres cosas»: la limosna –«expresión de una generosidad más atenta», «de nuestro amor y respeto por las necesidades de nuestro prójimo y de quien sufre»–, la oración –«que brote más del corazón que de los labios»–, el ayuno –«unas veces del cuerpo, si bien hoy puede asumir muchas formas modernas de renuncia»–.

Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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