La ciencia ante el misterio de la vida

Entrevista con el filósofo Rodrigo Guerra López

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

MÉXICO, martes, 9 mayo 2006 (ZENIT.orgEl Observador).-¿Qué es la vida humana? ¿Cómo y cuando se manifiesta? ¿Cuál es nuestra responsabilidad ante ella? Preguntas fundamentales cuando la vida humana para ser, cada día, más una creación de la tecnología que de Dios.

Precisamente por la importancia del tema, ZenitEl Observador entrevistó a Rodrigo Guerra López, director del Observatorio social del CELAM, miembro de la Academia Pontificia para la Vida, y organizador del II Coloquio Internacional «Vida humana: sus significados», realizado del 25 al 27 de abril de 2006 en la Universidad Panamericana, Ciudad de México.

–¿Por qué discutir los «significados» que posee la vida humana desde diversas perspectivas? ¿No basta el punto de vista de la filosofía o de la teología para comprenderla con radicalidad?

–Rodrigo Guerra: La vida humana es un fenómeno complejo. Por una parte la conciencia descubre de manera espontánea su valor intrínseco, su dignidad. Sin embargo, es necesario ampliar esta aproximación que tiene el hombre común para tratar de comprender mejor las razones que explican que el ser humano, gracias a su condición personal, no puede ser interpretado ni tratado como mera cosa, como mero objeto de uso. Las diversas ciencias que se ocupan de lo humano nos ayudan a apreciar aspectos de la complejidad que nos caracteriza. Las neurociencias, la biología molecular, la embriología, la biofilosofía, la bioética y la biojurídica son saberes que, desde distintas perspectivas, enriquecen la imagen que tenemos sobre el hombre. Sin embargo, los resultados de cada una de estas ciencias serían un conjunto heterogéneo y ecléctico si no existiera una antropología filosófica, y eventualmente teológica, que nos brinde un criterio de unidad sapiencial. El diálogo y la investigación interdisciplinar son impensables si la filosofía no cumple su papel de saber arquitectónico. La teología, por su parte, es imprescindible, cuando se entiende la racionalidad del acontecimiento cristiano, la racionalidad de la verdad como Revelación.

–¿Cuáles fueron los aportes más relevantes durante los tres días de discusión realizados en la Universidad Panamericana?

–Rodrigo Guerra: El Coloquio «Vida humana: sus significados» buscó crear un espacio para que particularmente las ciencias biomédicas, el derecho y la filosofía se dejasen interpelar entre sí. Tal vez la primera y más importante contribución que realizan eventos como éste, es el hacernos a todos los participantes muy concientes de la «humildad» con la que debemos afrontar el fenómeno de la vida humana.

Por ejemplo, luego de escuchar a científicos como Luis Benítez, del Centro Médico Nacional, o como Ricardo Tapia, del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM, es difícil pensar que los problemas tradicionales de la teoría del conocimiento o de la antropología filosófica puedan ser discutidos con profundidad sin tomar en cuenta los datos que nos proveen actualmente las neurociencias.

Así mismo, luego de escuchar a María Elena Torres, del Gurdon Institute de la Universidad de Cambridge, es claro que una defensa de la dignidad de la vida humana a partir de la concepción no puede sino pasar por una atenta consideración de la genética y la epigenética contemporáneas.

Esto no significa que un asunto como la determinación personal del embrión humano sea una cuestión resoluble con un análisis empírico. El «ser persona» no se identifica unívocamente con ninguna configuración génica o morfológica particular. Lo que significa es que tenemos que recuperar la capacidad de hacer filosofía desde la biología, tal y como de hecho lo hizo en su momento Aristóteles.

–Usted acaba de ser nombrado miembro de la Academia Pontificia para la Vida: Esta actitud que usted describe, ¿es el enfoque que prevalece entre los miembros de esta institución eclesial? ¿El Magisterio de la Iglesia no constriñe de algún modo la libre investigación científica?

–Rodrigo Guerra: La Academia Pontificia para la Vida es una institución al servicio de la Iglesia que promueve la investigación científica rigurosa, la formación y la información sobre los desafíos contemporáneos que experimenta la vida humana. En ella, cada miembro con entera libertad, y de acuerdo a su especialidad, contribuye con sus aportes. En la última Asamblea realizada en Roma a finales del mes de febrero fue muy palpable que cada participante utiliza los métodos propios de su ciencia y los pone al servicio de la verdad sobre el hombre. En otras palabras, la Academia Pontificia para la Vida es un espacio de auténtica interacción de la razón con la fe. El dato de la fe no aplasta a la razón sino que le ofrece un horizonte de realización que por sí misma no podría alcanzar. Desde esta perspectiva, la fidelidad de los miembros de la Academia al Magisterio de la Iglesia es un gesto elemental de adhesión a la Verdad sobre Dios y sobre el hombre que gratuitamente se revela en Cristo. Sólo cuando la libertad se concibe autoreferencialmente esta actitud no cabe. Pero cuando se descubre que la propia estructura de la libertad demanda que la razón advierta y acepte la verdad, provenga de donde provenga, entonces se verifica la apertura a todos los factores de la realidad, incluso a aquella que nos rebasa.

–En ocasiones parece que la más reciente investigación biomédica se encuentra cerrada a la interpelación de la ética. Por ejemplo, muchos científicos dedicados a la embriología argumentan con vigor que la vida humana personal comienza con la implantación del embrión en el útero. ¿A qué se debe esto?

–Rodrigo Guerra. La resistencia de algunas personas, incluso científicos competentes, a la interpelación de la ética tiene varias causas. Una de las más importantes continúa siendo la vigencia del prejuicio «cientificista». Con este término quiero indicar la actitud anti-científica que consiste en considerar que las ciencias empíricas pueden dar razón total de la realidad total. Este prejuicio es un rasgo característico de la modernidad ilustrada, hoy en decadencia. En el caso del reconocimiento del embrión temprano como persona la investigación embriológica contemporánea aporta muchísimos datos nuevos que adecuadamente interpretados por la filosofía y la ética pueden colaborar a reargumentar el estatuto personal del embrión humano desde la concepción. Pienso, por ejemplo, en las investigaciones empíricas de Gardner, de Solter y especialmente de Magadalena Zernicka-Goetz… El reto consiste entonces en superar una visión ideológica y extracientífica que ha penetrado en algunos ambientes para que con rigor podamos dialogar y discutir estos y otros temas delicados.

–La ética padece también su propia crisis. ¿Será posible construir una ética y una bioética adecuada a la condición del hombre actual?

–Rodrigo Guerra: Muchas cosas han cambiado y están cambiando en la sociedad contemporánea. Sin embargo, soy de la opinión que es posible construir una ética y una bioética para nuestro tiempo si recuperamos la originalidad con la que se nos ofrece la experiencia moral en nuestras vidas. A este respecto, recuerdo con gran cariño y admiración a mi Profesor Tadeusz Styczen, quien aprendió de Karol Wojtyla a apreciar lo específico e irreductible de la vida moral, y, a partir de ahí, a construir una ética rigurosa que permita señalar con valentía que la persona humana, de cualquier tiempo y lugar, merece ser afirmada «propter seipsam», ¡por sí misma! y no usada como mero medio. Las investigaciones de Styczen, de Seifert, de Sgreccia, de Spaemman, y de muchos otros en este tema, han permitido desarrollar un personalismo ético, ontológicamente fu
ndado, que puede renovar, en mi opinión, las teorías contemporáneas sobre la vida moral y sobre la bioética.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación