La clave de la comunión eclesial, una constante en Joseph Ratzinger

Habla David Schindler, editor jefe de la revista cofundada por el (ahora) Papa

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WASHINGTON, viernes, 29 abril 2005 (ZENIT.org).- La «visión teocéntrica de la Iglesia como sacramento del amor de Cristo ha sido un elemento constante en la vida del cardenal Jospeh Ratzinger» y probablemente seguirá siéndolo, afirma un colega suyo, el editor jefe de la publicación teológica «Communio» (www.communio-icr.com) –fundada en 1972 por el propio Ratzinger, junto a Hans Urs von Baltasar y Henri de Lubac–.

Tras la edición alemana de la revista trimestral («Communio: Revista Teológica Internacional»), nacieron otras trece, incluida la polaca, fundada por Karol Wojtyla.

Joseph Ratzinger fue un activo organizador de la publicación, escribiendo y publicando hasta que en 1981 fue nombrado prefecto de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe. Aunque en ese período sus responsabilidades no le permitían una colaboración formal continua, su profundo interés por el trabajo de la revista nunca cesó.

La revista «Communio» fue fundada para «colaborar con la renovación cultural y eclesial propuesta por el Concilio»; no sólo «para articular y desarrollar el verdadero significado del Concilio, sino también para asistir al nacimiento de la “civilización del amor” deseada por el propio Concilio», explica a Zenit su editor, también decano académico del Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia (sede de Washington DC).

Objetivo fundamental de la revista era además –recuerda– «mostrar cómo las riquezas espirituales y teológicas de la tradición magisterial de la Iglesia nos hacen capaces de comprender los graves problemas de la cultura contemporánea y de mantener la esperanza ante estos problemas».

Schindler relata a Zenit que la eclesiología siempre ha estado en el centro de las preocupaciones teológicas del purpurado alemán, elegido sucesor de Pedro, desde que era un joven sacerdote que participaba en el Concilio Vaticano II.

«Fui presentado por primera vez al cardenal Ratzinger por Balthasar en Roma en septiembre de 1985, durante la celebración del 80º cumpleaños de Balthasar, quien era huésped de Ratzinger –apunta Schindler–. En aquella época y en mis encuentros con el cardenal en los años sucesivos vi en él a un hombre de una profunda humildad e inteligencia, dones que puso enteramente al servicio de Cristo y de la Iglesia».

«Como ha podido experimentar cualquiera que le haya conocido, su comportamiento es esquivo y amable, tiene un asombro casi infantil, un profundo interés por lo que trata. Es un hombre completamente alejado de los símbolos del poder, de hecho, es precisamente su humildad lo que le permite hablar con tanto valor en defensa de la verdad», añade.

Las afirmaciones del actual Papa, además de «claras y agudas», están siempre «al servicio de algo mayor que él, de la integridad que desea salvaguardar», subraya.

En cuanto al concepto de «communio» –prosigue Schindler–, el término «se orienta a recuperar la naturaleza de la Iglesia como comunión de personas».

La noción de Iglesia como «communio» contrasta con la noción que la expresa más bien como «congregatio», continúa: «mientras la “communio” subraya la naturaleza de la Iglesia como don de Dios, establecido “desde lo alto”, la “congregatio” indica una comunidad que viene “de abajo” en virtud de la decisión de las voluntades individuales de la comunidad, como en un cuerpo democrático».

«Esta visión teocéntrica de la Iglesia como sacramento del amor de Cristo ha sido un elemento constante en la vida del cardenal Ratzinger», afirma el editor, quien considera «que se puede tranquilamente decir que esta eclesiología siempre ha estado en el centro de sus preocupaciones teológicas, y que ya había sido indicada en su significativo trabajo durante el Concilio mismo, si bien entonces apenas tenía treinta años».

En la Carta a los obispos del 28 de mayo de 1992 sobre algunos aspectos de la Iglesia entendida como comunión, firmada por el cardenal Ratzinger y publicada por el dicasterio que presidía, se lee que «el concepto de comunión “está en el corazón del autoconocimiento de la Iglesia”, en cuanto Misterio de la unión personal de cada hombre con la Trinidad divina y con los demás hombres, iniciada por la fe» (Cf. n. 3).

Según Schindler, la comunión de personas que constituye la Iglesia es imagen «de la comunión trinitaria de las Personas divinas». La vida de la Iglesia, de hecho, «surge intrínsecamente de la vida de Dios, en y a través de Cristo y la promesa de su presencia duradera y vivificadora en la Iglesia».

La Iglesia nace por lo tanto «del corazón de la Trinidad, de la vida del amor divino, revelado en y a través de Cristo por medio de la obediencia de amor del “fiat” de María».

En el mismo documento de la Congregación vaticana, se lee a continuación: «La nueva relación entre el hombre y Dios, establecida en Cristo y comunicada en los sacramentos, se extiende también a una nueva relación de los hombres entre sí».

«En consecuencia –proseguía el texto–, el concepto de comunión debe ser capaz de expresar también la naturaleza sacramental de la Iglesia mientras “estamos en exilio lejos del Señor”, así como la peculiar unidad que hace de los fieles miembros de un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo».

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ZENIT Staff

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