La comunicación católica: Comunión y diálogo Iglesia-mundo

Intervención del arzobispo Claudio Maria Celli

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BOGOTÁ, sábado, 19 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos pasajes de las palabras que dirigió el arzobispo Claudio Maria Celli, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, a la nueva revista colombiana «Vida Nueva».

* * *

 

Después del primer documento conciliar Inter mirifica, la Iglesia ha hecho un largo camino impulsada por el extraordinario evento que fue el Vaticano II, y por el Magisterio de los grandes pontífices Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Hemos visto florecer en estos años un enorme número de obras de comunicación en todo el mundo: prensa, radio, televisión, Internet. Esta fecundidad resulta precisamente de que la Iglesia tomó conciencia de que su misión es comunicación. Y que la comunicación según Dios suscita comunión entre las personas. Y que las personas en comunión actúan como fermento en la masa de la sociedad. Nuestra identidad básica consiste en vivir y expresar la comunión que la Iglesia vive en Cristo, por Él y en Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Signo visible, principio y fundamento perpetuo  visible de la unidad de la fe y de la comunión es el Santo Padre y los Pastores unidos a él.

Junto a esta identidad compartida por todos, las iniciativas de comunicación en la Iglesia son muchas y diversas. Cada una responde a situaciones, necesidades, carismas específicos. Se expresan en estilos, sensibilidades y lenguajes distintos. Algunas tienen por vocación la catequesis y el servicio al cuerpo de la Iglesia en su interior; otras, hacen de puente entre la Iglesia y el mundo intentando hacer comprensibles la una al otro y viceversa. Otras más, bogan «mar adentro» para interpelar a los alejados y a quienes desconocen o rechazan lo poco que saben sobre el cristianismo. En cada caso el medio asume el lenguaje necesario para ser comprendido y establecer un diálogo con sus destinatarios e interlocutores. El mensaje amoroso del Evangelio es el mismo; pero las maneras y estilos en que se derrama por el mundo, son diversos según el Espíritu les inspira.

El Papa Juan Pablo II abrió decididamente la dimensión mediática de la misión eclesial y parecía difícil ir más allá. Pero no. El Santo Padre Benedicto XVI lo ha hecho, animando incansablemente a la Iglesia a realizar un auténtico servicio o diakonia de la cultura, de esta cultura que llamamos digital. Sabe que ello requiere conocimientos, buena teología y madurez humana. Pero no tiene temor de convocarnos a este desafío; desea que abramos espacios como el «patio de los gentiles» en el Templo de Jerusalén, que sean ámbitos de búsqueda de la verdad, de acercamiento al Misterio de Dios aunque éste sea apenas intuido por quienes allí acudan. La Iglesia se pone como servidora del hombre que busca a Dios aun a tientas, y lo hace con amor y humildad.

Sabemos, además, que los cristianos no tenemos en el mundo el monopolio del bien; el Espíritu sopla donde quiere; las Semillas del Verbo están presentes en todas las culturas. Los medios eclesiales hacen bien en señalar todo lo bueno que ya hay en las sociedades a las que sirve, sean o no cristianas. Eso es hacer una forma de profetismo que podríamos llamar «de Nuevo Testamento»: surge de la convicción de que el Resucitado nos precede en la misión. Creo que eso es lo que Vida Nueva se propone hacer, cuando dice que desea ser «una voz significativa en la sociedad y una voz libre, clara, respetuosa y propositiva.»

Me gustaría compartir con ustedes unos párrafos muy importantes del Discurso del Papa Benedicto XVI al mundo de la cultura en Portugal, e 12 de mayo pasado. Él traza unas líneas programáticas sobre la forma como la Iglesia se sitúa en el mundo hoy.

«La Iglesia aparece como la gran defensora de una sana y elevada tradición, cuya rica aportación está al servicio de la sociedad; ésta sigue respetando y apreciando su servicio al bien común, pero se aleja de la mencionada «sabiduría» que forma parte de su patrimonio. Este «conflicto» entre la tradición y el presente se expresa en la crisis de la verdad, pero sólo ésta puede orientar y trazar el rumbo de una existencia lograda, como individuo o como pueblo. De hecho, un pueblo que deja de saber cuál es su propia verdad, acaba perdiéndose en el laberinto del tiempo y de la historia, sin valores bien definidos, sin grandes objetivos claramente enunciados.»

Otro párrafo:

«Queridos amigos, queda por hacer un gran esfuerzo para aprender la forma en que la Iglesia se sitúa en el mundo, ayudando a la sociedad a entender que el anuncio de la verdad es un servicio que ella le ofrece, abriendo horizontes nuevos de futuro, grandeza y dignidad.»

Otro más:

«Queridos amigos, queda por hacer un gran esfuerzo para aprender la forma en que la Iglesia se sitúa en el mundo, ayudando a la sociedad a entender que el anuncio de la verdad es un servicio que ella le ofrece, abriendo horizontes nuevos de futuro, grandeza y dignidad.2 (…)  La convivencia de la Iglesia, con su firme adhesión al carácter perenne de la verdad, con el respeto por otras «verdades», o con la verdad de otros, es algo que la misma Iglesia está aprendiendo. En este respeto dialogante se pueden abrir puertas nuevas para la transmisión de la verdad.»

Y cita a Pablo VI:

«La Iglesia -escribía el Papa Pablo VI- debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio» (Enc. Ecclesiam suam, 34). En efecto, el diálogo sin ambages, y respetuoso de las partes implicadas en él, es una prioridad hoy en el mundo, y en la que la Iglesia se siente comprometida.

Como ustedes ven, se trata de todo un  programa de presencia eclesial en el mundo de la cultura y la comunicación.

Cuando a los periodistas les adorna una auténtica profesionalidad, el amor a la verdad y la integridad, generan respeto y adhesión. Parece ser el caso de las personas que llevarán la revista aquí en Colombia. Les deseo un buen trabajo en su servicio a la Iglesia y a la sociedad colombiana.

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ZENIT Staff

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