La comunión, el antídoto para sobrevivir en una sociedad distraída

El cardenal George plantea como requisitos la Palabra y los sacramentos

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CIUDAD DEL VATICANO, 8 mar 2001 (ZENIT.org).- La vida cristiana no se puede entender sin una dimensión decisiva, la «comunión», algo que la distingue del aislamiento típico del hombre contemporáneo. Este fue el tema de las dos meditaciones pronunciadas por el cardenal Francis Eugene George ante Juan Pablo II y sus colaboradores de la Curia romana en el tercer día de Ejercicios Espirituales.

Para alcanzar esta «comunión», explicó el arzobispo de Chicago, existen dos medios indispensables: la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos.

Comunión y Palabra
En primer lugar, dijo, es un requisito indispensable para los cristianos de hoy día recuperar la «escucha de Cristo», exigencia más vital todavía en una época que ha perdido desde hace tiempo sus puntos de referencia.

«En un mundo lleno de rumores que desvían, donde se corre el riesgo constante de ser traqueteados en todas las direcciones, y viviendo en culturas que privilegian a los individuos aislados por encima del grupo, tenemos necesidad –en especial nosotros, pastores de la Iglesia– de aprender a escuchar a Dios y al prójimo, para que podamos profundizar en nuestra comunión».

El gran obstáculo en este objetivo, añadió, es el pecado original, que ante todo es «falta de obediencia, es decir, de escucha». Precisamente la culpa original de Adán llevó a la Torre de Babel, símbolo máximo de la incomunicación entre los hombres, que sólo ha podido recuperarse en Pentecostés, haciéndoles capaces de un auténtico diálogo entre sí y con Dios.

De ahí nace precisamente la «comunión» que mantiene unida a la Iglesia y que es un reflejo de la existente en la Trinidad, donde las Personas divinas alcanzan su plena identidad en la entrega total de sí mismas.

Esta comunión da cohesión a los diferentes ámbitos de la vida de la Iglesia: su estructura, los ritos, la fe, la unidad poseída en el presente y la deseada para el futuro.

Comunión y sacramentos
En segundo lugar, la comunión requiere la participación en los sacramentos, es decir, «actuar en Cristo». Pero, para ser auténtica, tiene que presuponer coherencia, pues «el gesto de fe auténticamente vivido debe llevar a una nueva vida».

«Coherencia sacramental quiere decir armonía entre lo que se celebra y se vive, entre oración y acción», continuó diciendo el cardenal George.

Precisamente, para favorecer esta «armonía» –explicó el purpurado estadounidense– el Concilio Vaticano II reformó la practica litúrgica, tratando de hacerla más inmediata y comprensible a los fieles. Pero el trabajo que queda por hacer para llegar a una comprensión profunda es todavía muy grande y el cardenal lo quiso demostrar citando algunos problemas pastorales de candente actualidad: los católicos se acercan a la Iglesia tan sólo en ocasiones particulares y esporádicas; los padres de familia bautizan a los hijos sólo para complacer a los abuelos o para ofrecer al recién nacido un «rito de entrada» a la vida folclórico.

Así se explica también, añadió el predicador del Papa, la idea extendida no sólo entre los no creyentes de que la Iglesia existe sólo para ser un elemento de «moralización de la existencia humana», ejerciendo una especie de «control» difícil de soportar por un mundo celoso de sus libertades.

Libertad de dar y libertad del martirio
En la tarde de ayer, las reflexiones del cardenal se concluyeron con las meditaciones en las que había afrontado la fuerza liberadora del poder salvador de Dios: la libertad de «dar y recibir».

Para aclarar su pensamiento, el orador recurrió al ejemplo de las personas discapacitadas mentalmente: su integración activa en la comunidad de los fieles presupone que éstos últimos tengan una actitud de acogida fraterna.

Pero el directo interesado también «tiene algo que ofrecerles: su debilidad». Hoy más que nunca, en una época dominada por el culto de una autosuficiencia que aísla de los demás, se debe subrayar la primacía del ser sobre el hacer, de la dignidad de la persona humana sobre las capacidades de producción.

La meditación concluyó con otro tipo de libertad, la del sufrimiento aceptado voluntariamente en nombre de la fe.

En su sufrimiento –dijo el cardenal George– «Jesús se muestra supremamente libre», y el martirologio de la Iglesia, desde sus orígenes hasta el siglo que acaba de concluir, demuestra su constante voluntad de dar testimonio incluso con la sangre del misterio de la cruz.

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ZENIT Staff

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