La Conferencia Episcopal no es un partido político

Aclara el obispo español Raúl Berzosa

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OVIEDO, domingo, 2 marzo 2008 (ZENIT.org).- «La Conferencia Episcopal no es un partido político, ni un sindicato, ni una patronal, ni una asociación o un patronato. Es un organismo de comunión para potenciar la misión propia de la Iglesia». Con estas palabras el obispo auxiliar de Oviedo, Raúl Berzosa, ha querido precisar algunas cuestiones sobre la naturaleza de esta entidad permanente de obispos ante las inminentes elecciones de cargos que tendrán lugar en la Conferencia Episcopal Española (www.conferenciaepiscopal.es).

La semana entrante, de nuevo los obispos que forman la Conferencia Episcopal Española mantendrán una Asamblea ordinaria. En esta ocasión, bajo el signo de renovación de los principales cargos de responsabilidad en la misma. Con motivo de este evento, y ante las opiniones tan plurales y dispares que se vienen escuchando en diversos medios de comunicación, el prelado ha matizado junto a Zenit cuatro puntos que considera importantes.

En primer lugar, este obispo, que también es teólogo y periodista, afirma que «la Conferencia Episcopal no es una entidad que busque poder político, ni fomentar el aspecto lucrativo, ni siquiera el realizar «obras» culturales o humanitarias. Los obispos se reúnen para hacer visible lo que la Iglesia es en sí misma y el Concilio Vaticano II ha subrayado: la comunión (común-unión) y la misión de anunciar el Evangelio (que implica la defensa de los derechos fundamentales de la persona humana y de los pueblos)».

En segundo lugar, explica, «el modo de elegir los cargos de responsabilidad y de corresponsabilidad en la Conferencia Episcopal puede adquirir diversas maneras. Hoy, se hacen por votación libre y personal de cada obispo hacia los demás».

En este sentido, aclara, es un sistema «participativo». «¿Se pudiera hacer de otra forma para expresar lo más importante: la comunión?», pregunta. Y responde: «Ciertamente que sí. En cualquier caso, fuere la forma que fuere (incluida la actual) los obispos ni hacen campaña ni buscan el poder por el poder, sino el servicio –lo repito– a la comunión y a la evangelización».

En tercer lugar, constata, «es un dato comprobable que el Espíritu (los menos creyentes lo llamarán Providencia) ha suscitado en cada momento histórico las personas más adecuadas para llevar a buen puerto los cometidos propios de la Conferencia Episcopal. Y, como por los hechos los valoraréis, ahí están como testigos «de cada época», los valiosos documentos publicados por la Conferencia así como las actuaciones eclesiales y sociales de los que representaban oficialmente a dicha Conferencia. En la Conferencia pueden –y hasta deben– existir diversas sensibilidades y una sana y enriquecedora pluralidad; pero nunca rupturas ni grupos de presión partidista ni mucho menos actuaciones yuxtapuestas».

En cuarto lugar, recuerda que la Conferencia Episcopal, «aun siendo necesaria y muy importante, no anula la responsabilidad real de cada obispo en su Diócesis, como pastor, maestro, liturgo y gobernante».

«Gracias a la Conferencia, la comunión episcopal se traduce en mayor libertad de actuación y clarividente discernimiento a la hora de analizar la situación eclesial así como la social-cultural-política; gracias a la Conferencia, aquellos temas comunes, que cada obispo muy difícilmente puede afrontar o desarrollar en su Iglesia particular, es ayudado por el conjunto de sus hermanos y  así siente más respaldada su autoridad», escribe.

El prelado concluye con una llamada de atención: «para que una Conferencia Episcopal cumpla su cometido deberá evitar dos extremos: el engrosamiento innecesario de sus organismos de tal manera que anulen lo diocesano (ya que la Conferencia no es una especie de macro-diócesis que funcione al modo de una multinacional); pero tampoco el debilitamiento excesivo que haga de la Conferencia una simple secretaría u oficina de servicios mínimos».

Por Miriam Díez i Bosch

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ZENIT Staff

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