La corona de gracias

Fundador de los Franciscanos de la Inmaculada explica la fuerza del rezo del santo rosario

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Por el P. Stefano Maria Manelli, FI

ROMA, Viernes, 11 de mayo 2012 (ZENIT.org).- «¡El Santo Rosario!». Esta invocación del rosario es espontánea cuando lo vemos entre las manos de la Reina del Rosario de Pompeya, en manos de la Inmaculada Concepción en Lourdes o entre las manos del Inmaculado Corazón de Fátima.

¡Cómo debe ser útil este rosario si la Virgen misma la tiene en sus manos de Reina de los cielos y de la tierra, si ella misma, en persona, nos lo ha presentado en Lourdes, y nos lo recomienda con insistencia maternal en Fátima!

Desde santo Domingo en adelante, el rosario ha estado en manos de ejércitos de santos y papas, de místicos y de misioneros, de hombres de Estado y de artistas, de científicos y de héroes, de hombres y de mujeres, de las personas mayores y niños, en todo momento y en todas las partes de la tierra.

Recordemos, por ejemplo, a san Francisco de Sales, santa Margarita María de Alacoque, san Alfonso María de Ligorio, santa Bernadette Soubirous, san Pío X, santa María Goretti, el santo Padre Pío, la beata Teresa de Calcuta… También podríamos recordar a los científicos Galileo Galilei, Ampère, Pasteur, Marconi; los músicos Vivaldi, Gluck; los pintores Miguel Ángel y Fra Angélico; los pensadores y escritores, Rosmini y Manzoni …

«¡Oh, Santo Rosario!»

El rosario es «santo», porque produce cosas santas, obtiene gracias, atrae muchas bendiciones, no sólo a quien reza el rosario, sino también en el hogar, la familia y en el trabajo de quien lo reza. El rosario es «santo» porque abre las ventanas de los veinte misterios de la vida de Jesús y María, con el ejercicio de la contemplación y del amor que llevan el alma a las alturas de la santidad. El rosario también fue nombrado y definido de varias maneras: corona y cadena de gracias, rosal de gracias, cofre o fuente de las gracias…

San Pío de Pietrelcina, en particular, le gustaba decir que el rosario es el arma para cada batalla espiritual y temporal, el arma vencedora contra cualquier enemigo, el arma de todas las victorias (como la de Lepanto nos recuerda), por lo que la Virgen del Rosario también fue llamada «Nuestra Señora de las Victorias», muy querida por santa Teresita.

El beato Bartolo Longo, por último, nos augura morir con el santo rosario entre las manos, dándole «el último beso de la vida que se apaga», para presentarnos al juicio de Dios con el alma envuelta por el Santo Rosario.

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ZENIT Staff

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