La crisis argentina exige la conversión moral, afirma el obispo de Formosa

El país, más solidario que nunca, «está abriendo los ojos», dice

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FORMOSA, 3 diciembre 2002 (ZENIT.orgAVVENIRE).- En Adviento, «ayudaremos al que esté peor que nosotros», dice el obispo de Formosa. En una provincia en que la riqueza en manos de pocos y la enorme pobreza –hasta el límite de la indigencia– representan una dramática contradicción, el deseo del prelado es casi un desafío.

La provincia de Formosa, en el nordeste pobre de Argentina, tiene la tasa más elevada de mortalidad infantil antes del primer año de vida. En los dos mil kilómetros cuadrados de esta diócesis, vive medio millón de personas entre nativos, primeros colonos e inmigrantes del último siglo.

Esta integración es probablemente una de las pocas riquezas de la región, según su obispo, José Vicente Conejero Gallego, quien revela en esta entrevista cómo se prepara su comunidad diocesana para vivir este tiempo que precede la Navidad.

–El Adviento es esperanza. ¿Qué representa para Formosa?

–Monseñor Conejero Gallego: Estamos en una provincia muy pobre, la más pobre de todo Argentina. Cada año, el Adviento es muy importante, porque el nacimiento de Jesús es para nosotros una esperanza fundamental. A nivel diocesano, llevamos a cabo una campaña de solidaridad que culmina en Navidad: en todas las parroquias se pone una hucha con las ofrendas, incluso de pequeñas monedas. En Navidad se entrega a Cáritas. Es un pequeño signo, pero para nosotros muy significativo.

–¿Qué Navidad será la del 2002?

–Monseñor Conejero Gallego: Una Navidad en la esperanza de Dios y en la solidaridad de los hermanos. Tenemos una gran confianza en el Señor y desearíamos vivir esta Navidad con una solidaridad más profunda, más auténtica y más concreta para salir al encuentro de las necesidades de nuestros hermanos.

–¿Cómo interpreta la Iglesia lo que ocurre en Argentina y cómo lo explica después a los fieles?

–Monseñor Conejero Gallego: Como Conferencia Episcopal argentina, desde hace dos o tres años hablamos con una actitud y con documentos verdaderamente críticos. Sin embargo, decimos que la violencia nunca podrá conseguir resultado alguno y que no resuelve las circunstancias del país. La Iglesia tiene una actitud muy crítica ante la situación política argentina, como demuestran las homilías de los obispos y sus cartas pastorales.

El momento es muy difícil y se necesita un cambio institucional profundo, pero esto no se consigue de la noche a la mañana. No es fácil; sin embargo oramos y tenemos fe en un cambio profundo de la sociedad argentina.

–¿De qué tiene mayor necesidad Argentina?

–Monseñor Conejero Gallego: Los obispos piden una conversión moral. El problema del país es principalmente de orden ético y afecta a todos. Sobre todo, la conversión de la política. Tenemos un país que podría ser de nuevo feliz, pero también tenemos una administración corrupta, servil y asistencialista. Argentina ha tocado fondo. Tal vez, de ahora en adelante podemos realizar este cambio, pero más que la situación material –a la que hacemos frente con los medios que tenemos, porque nuestra Iglesia es pobre– es importante la situación moral.

Nosotros, los obispos, pedimos la conversión del corazón. Siempre tenemos presentes las palabras de Juan Pablo II de «Novo Millennio Ineunte»: contemplar a Cristo muerto y resucitado es fundamental para nosotros. Porque este «contemplar» lleva a detenerse en nuestros sufrimientos. En fin, todo esto hay que anunciarlo, y la Iglesia no tiene dudas sobre las posibilidades humanas.

–¿Ve signos de cambio en el país?

–Monseñor Conejero Gallego: La gente, al menos en la provincia de Formosa, vivía de manera pasiva, sin una participación social y política. Esto esta cambiando; lo vemos ya en las parroquias: la gente tiene una actitud más crítica. No sabemos a qué llevará, pero la gente se empieza a hacer oír. Se trata de una participación auténtica y concreta; quiere decir que Argentina está abriendo los ojos.

Existe otro signo que parece paradójico. Precisamente en estos momentos tan difíciles, la solidaridad es más profunda. Así lo demuestra la campaña de Cáritas «Más por menos», esto es, quien tiene más da a quien tiene menos. Son dos signos que nos hacen esperar un cambio.

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ZENIT Staff

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