La crisis del matrimonio, crisis del sentido de Dios; según el Papa

El desafío, redescubrir el carácter del sacramento, dice a la Rota Romana

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CIUDAD DEL VATICANO, 30 enero 2003 (ZENIT.org).- Una de las causas fundamentales de la crisis de la familia es la crisis del sentido de Dios propia de las sociedades secularizadas, asegura Juan Pablo II.

El pontífice confesó esta preocupación –«que siento particularmente en el corazón»– al encontrarse este jueves en su tradicional encuentro de inicios de año con los jueces de la Rota Romana.

Este Tribunal de Apelación de la Santa Sede juzga en segunda instancia las causas de tribunales eclesiásticos. Como el mismo Papa constató, en estos momentos estas causas son en gran parte recursos sobre sentencias de declaración de nulidad de matrimonios presentadas a Roma.

La Iglesia católica considera que el matrimonio es indisoluble (para toda la vida), pero puede establecer, siguiendo un riguroso proceso, que en ocasiones haya matrimonios que no nunca fueron válidos por razones contempladas por el Código de Derecho Canónico (de edad, bajo rapto o violencia, incapacidad mental..).

«La mentalidad, sumamente secularizada, tiende afirmar los valores de la institución familiar separándolos de los valores religiosos y proclamándolos totalmente autónomos de Dios», aclaró el Papa.

«Fascinada por modelos de vida propuestos con demasiada frecuencia por los medios de comunicación, se pregunta: «¿por qué hay que ser fieles al otro cónyuge?», y esta pregunta se transforma en una duda existencia en las situaciones críticas», reconoció.

«Las dificultades conyugales pueden ser de diferente tipo, pero todas desembocan al final en un problema de amor –añadió el obispo de Roma–. Por ello, el precedente interrogante se puede reformular de esta manera: ¿por qué es necesario amar siempre al otro, incluso cuando tantos motivos aparentemente justificantes, inducirían a dejarlo?».

«Se pueden dar muchas respuestas, entre las que tienen sin duda mucha fuerza el bien de los hijos y el bien de toda la sociedad –reconoció– pero la respuesta más radical pasa ante todo a través del reconocimiento de la objetividad del hecho de ser cónyuges, vista como don recíproco, hecho posible y avalado por el mismo Dios».

«Por ello –aclaró Juan Pablo II–, la razón última del deber de amor fiel es la que fundamenta la Alianza divina con el hombre: ¡Dios es fiel! Por tanto, para que el propio cónyuge sea feliz de corazón, incluso en los casos más duros, hay que recurrir a Dios, con la certeza de recibir su ayuda».

Por eso, el Papa concluyó con una constatación: «la crisis sobre el sentido de Dios y sobre el sentido del bien y del mal moral ha llegado a oscurecer el conocimiento de los fundamentos del mismo matrimonio y de la familia que en él se funda».

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ZENIT Staff

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