La crisis del matrimonio es también crisis del celibato

El sacerdote y escritor Manglano habla del amor en su nuevo libro

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MADRID, lunes, 17 diciembre 2007 (ZENIT.org).- José Pedro Manglano (www.manglano.org), ensayista y sacerdote,  afirma que «la historia nos enseña que en los tiempos en que está en crisis el matrimonio también lo está el celibato».

De amor, celibato, matrimonio y libertad habla en su nuevo libro,»El amor y otras idioteces. Guía práctica para no perder a quien tú quieres», que acaba de ser editado por la editorial Planeta.

Manglano es autor también de «El enigma de la culpa» y «El libro de la confesión». Sus ensayos versan sobre el sentido de la vida, la felicidad, la culpa o la libertad.

–Un cura hablando del amor y otras idioteces… no deja de ser llamativo.

–Manglano: ¡Me hace gracia que empieces por ahí! Me lo preguntan todos.

–Perdone por el tópico, pero insisto: no es habitual.

–Manglano: Efectivamente, se ve que es un hecho que llama la atención. Pero… ¿por qué es la primera cuestión que viene a la cabeza?

Quizá lo que se está planteando se podría formular de esta otra manera: ¿qué puede decir un célibe acerca del amor?, como quien da por sentado que quien opta por el celibato se hace extraño a la cuestión del amor.

Me parece que este hecho, aparentemente sin importancia, manifiesta una situación de fondo delatada por Benedicto XVI en «La sal de la tierra»: la historia nos enseña que en los tiempos en que está en crisis el matrimonio también lo está el celibato.

–¿Por qué la crisis del matrimonio y la del celibato van relacionadas?

–Manglano: El celibato y el matrimonio, tal y como lo propone la Iglesia, son las dos formas sublimes de realizar una vida enamorada. Hay otras formas de vidas amorosas, sí, pero no otras formas sublimes.

Hoy vivimos cierta crisis del matrimonio, y vivimos cierta crisis del sentido del celibato. No se entiende que el célibe sea un amante y pueda saber del amor. Sin embargo, su vida es ejercicio amoroso al Hombre Cristo y a todos los hombres y mujeres, cercanos o desconocidos.

No solo eso: el célibe cristiano tiene una experiencia del Dios que es Amor, y de él recibe la sabiduría. Y si no, que le pregunten a San Juan de la Cruz, cuyo cántico es paradigma de cualquier relación amorosa.

–Pero su libro habla del amor de los novios y de los esposos.

–Manglano: El libro trata del amor de pareja, no del celibato. Pero el amor de pareja es amor, y la naturaleza del amor, sus etapas, sus crisis y sus sentimientos… tienen mucho en común.

Y para evitar las abstracciones, parto en todos los temas de relatos formidables de la literatura contemporánea, para analizar las ideas que subyacen a los distintos planteamientos acerca del amor que manejamos en nuestra cultura.

–¿El matrimonio es una carga que dificulta el vuelo hacia la felicidad, como sostienen algunos, o las alas para realizar esta utopía, como dice usted, y yo le corroboraría?

–Manglano: Para quien entienda el matrimonio como oficialización de una relación subjetiva por la que yo me agrupo con otro, no cabe duda de que casarse supondrá una carga. El matrimonio, entonces, limita mis posibilidades y no aporta nada.

Sin embargo, para quien entienda el matrimonio como la creación de un vínculo que transforma el yo, casarse supone un acto de libertad que constituye un nosotros, una ayuda para realizar la entrega libre del yo transformado por esa unión.

–Entonces…, ¿cuál es el verdadero significado del amor?

–Manglano: El amor es obra de nuestra libertad: no biología, sino libertad.

La atracción involuntaria -‘hay química’, decimos- es transformada por la libertad en unión voluntaria. Amor significa unión libre que se originó por una atracción padecida. Sí. Amor es libertad, realización de la persona, superación de la soledad.

–Cristianamente amar es dar la vida por los enemigos. ¿Esto es realizable?–Manglano: Exige una purificación del corazón que no es fácil. Cristo puede exigírnoslo porque él nos lo concede.

Es realizable solo por quien es transformado por la acción del Espíritu. Ese comportamiento se nos da y después, solo después, se nos exige.

–«Quien bien te quiere, te hará llorar. Quien mal te quiere, te hará flotar». ¿El amor es exigente por definición?

–Manglano: Quizá nuestra cultura tiene una mirada simple sobre el matrimonio.

Mira el punto de partida y el de llegada, pero fácilmente elimina de su campo visual cada uno de los pasos que es preciso librar para recorrer ese trayecto. Unos pasos se dan acompañados del placer de una buena sombra, otros bañados en el sudor, unas veces ahogan las risas y otros los jadeos…

Amar es realizar una unión formidable que no es gratuita: se trata del éxodo que lleva del eros al ágape.

Pero el amor es exigente también con el otro. No se trata de hacer llorar por capricho, sino porque lo exige su crecimiento. No se trata de crear ocasiones difíciles al otro, sino de no evitar las que surgen: se le enfrenta con la realidad y se le ayuda.

Si no le gusta estar con determinadas personas, o si prefiere estar conmigo saltándose su horario de trabajo, o si tiende a los celos o a la posesión… son situaciones en las que necesita de mí para ser capaz de asumirlas; darle mi blanda compasión no le hace mejor.

Quiere mal quien, en lugar de acompañar mientras el otro pisa el terreno, le ayuda a vivir flotando sobre la realidad, sin enfrentarse a las cosas.

–¿Por qué hemos pasado de la creencia del «amor eterno» a la práctica del «amor efímero»?

–Manglano: A partir de Spinoza, la filosofía ha propuesto un amor subjetivo: el amor sería una pasión que despierta mi felicidad con ocasión de mi relación con otra persona con la que hay química, como solemos decir.

Amor vendría a ser una sensación que encuentro en mí. Entonces, lo que amo cuando digo que amo no es nada distinto a mí mismo. Así las cosas, el amor durará tanto como dure la sensación: en el momento en el que la sensación desaparezca, o me la despierte otra persona distinta, aquel primer amor habrá muerto; y así sucesivamente. El amor así entendido es necesariamente efímero.

Sin embargo, otras filosofías entienden que el amor es algo objetivo: es el ejercicio libre de amar a otra persona, de unirme a ella.

El «tú» no es una ocasión de sentirme enamorado, sino que el «tú» es el motivo por el que yo salgo de mí para instalarme en otro centro vital que es la persona del amado.

El amor es referencial: salgo de mí hasta otro al que me doy. Entonces sí es posible realizar un amor eterno, que, por otro lado, es lo que a todos nos gustaría. Como he oído repetidas ocasiones a quienes llevan varias experiencias matrimoniales, «lo ideal sería que durase siempre, pero… no es fácil: ya me gustaría».

Por Miriam Díez i Bosch

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ZENIT Staff

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