La Cruz escarnecida y reverenciada

Una historia de la fiesta de la Exaltación

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ROMA, lunes 22 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- ¡Lo que se puede cambiar en un par de décadas! Tras años de acciones legales demandando que los crucifijos se retiren de los lugares públicos y de banalización de la cruz como un accesorio de adorno o arte corporal, no es de extrañar que la fiesta de la Exaltación de la Cruz deje a mucha gente perpleja.

La historia de la verdadera cruz es larga y complicada: empieza con un retoño del árbol de la gracia en el Edén, pasa a través del puente del Rey Salomón hacia Jerusalén, hasta la selección de este antiguo madero para la crucifixión de Cristo.

La tradición considera que tras la crucifixión la cruz fue escondida.

La cruz de Cristo fue descubierta por San Elena, la madre de Constantino, que hizo una peregrinación a Jerusalén en 326, a la edad de 80 años. Su espíritu indomable, así como sus extraordinarias aventuras, toman su más encantadora forma literaria en el librito de Evelyn Waugh «Helena».

Parte de la cruz permaneció en Jerusalén, en la Iglesia del Santo Sepulcro, que fue dedicada el 14 de septiembre de 335. Esta fecha se convertiría en la fiesta de la Exaltación.

Parece ser que la reliquia viajó por todo el mundo. Se enviaron fragmentos a las nuevas iglesias de Constantino en Constantinopla, mientras que otros pedazos quedaron en la Iglesia de la Santa Cruz de Roma, construida por Santa Elena en su propia tierra.

La devoción a la cruz se extendió tan rápidamente que, antes de finales del siglo IV, se escribió el himno «Flecte genu lignumque Crucis venerabile adora» y san Juan Crisóstomo nos dice que los fragmentos de la cruz eran venerados en todo el mundo.

Sin embargo, curiosamente, la Exaltación de la Cruz no sólo celebra el redescubrimiento de la verdadera cruz; también conmemora un evento en uno de los momentos más turbulentos de la historia cristiana.

En 615, en vísperas del surgimiento del Islam, el ejército persa avanzaba por todo el Mediterráneo. El rey Cosroes de Persia, aunque dejó el sepulcro de Cristo intacto, se llevó el fragmento de la cruz que Santa Elena había dejado allí.

Constituyéndose en dios, el rey Cosroes construyó un trono en una alta torre y se sentó en él con la cruz a su derecha, denominándose a sí mismo «el padre».

El emperador bizantino Heraclio desafió a Cosroes a un combate para recuperar la cruz. Victorioso, Heraclio devolvió el precioso relicario a Jerusalén. Había pensado hacer entrar el relicario en la ciudad por la misma puerta por la que Cristo entró antes de su crucifixión, pero un derrumbe bloqueó su paso.

Dado que Cristo había pasado a través de esta puerta humildemente sobre un asno antes de su muerte, Heraclio se quitó la corona, joyas y zapatos, y vestido sólo con la túnica llevó a hombros el relicario. El 14 de septiembre de 630, la cruz fue restituida a Jerusalén como ejemplo de humildad para todo el pueblo.

Esta historia épica capturó la imaginación de numerosos artistas, especialmente en el Renacimiento, cuando el arte se dedicó a narrar los grandes eventos históricos.

Antoniazzo Romano describió el acontecimiento con los colores brillantes de un manuscrito iluminado en el ábside de la Iglesia de la Santa Cruz, mientras que Piero della Francesca, trabajando en la más alejada ciudad de Arezzo, de 1452 a 1463, transmitió la majestad de esta historia en uno de los ciclos de frescos más importantes del siglo XV.

En la basílica franciscana de San Francisco, Piero cuenta la historia con sencillez y con un mínimo de detalles decorativos, pero con potente monumentalidad. En una de las primeras escenas nocturnas del arte italiano «El Sueño de Constantino» -el emperador duerme en su tienda y sueña con la
cruz en la víspera de la Batalla del Puente Milvio. Un impresionante ángel irrumpe en la escena mientras que la luz empastada del pintor representa el milagro de la conversión de Constantino.

La «Exaltación de la Cruz» de Piero della Francesca, a pesar de la pérdida de la figura de Heraclio, expresa la paz, calma y orden que trajo la restitución de la cruz, un mensaje oportuno en este tiempo de guerras continuas.

Estas imágenes reflejan la dignidad que dieron a la cruz artistas, ciudadanos y gobernantes.

Con el paso de los años, la cruz ha sido atacada por muchos. Voltaire enseñó al mundo a ridiculizar la cruz cuando en «El Diccionario Filosófico» escribió en el apartado de Superstición: «¿Son aquellos trozos de la verdadera cruz, que bastarían para construir una nave de cien cañones, son las muchas reliquias reconocidas como falsas, son los falsos milagros, así como muchos monumentos de una piedad iluminada?».

Para dar una respuesta a la era científica, se formó en el siglo XVII un grupo de jesuitas de Bélgica, los Bolandistas. Estudiaron las evidencias que tenían que ver con los milagros, reliquias y vidas de santos. Citan un estudio que pesaba y medía todas las reliquias conocidas y llegaron a la conclusión de que los pedazos existentes no bastan para hacer ni siquiera una sola cruz.

Esta fiesta, a menudo pasada por alto, ha servido durante mucho tiempo para recordar a la comunidad cristiana que el significado de nuestra redención debería ser llevar la luz a nuestro mundo, vidas y corazones de todos los tiempos, y que deberíamos reflejarla con el mismo valor, humildad y determinación que mostró Jesús durante su pasión.

En el mundo de hoy, donde la cultura pop se ríe de la cruz, y los políticos la niegan, esta fiesta impulsa a los cristianos a celebrar el heroico sacrificio de Cristo y no a avergonzarse de él.

Por Elizabeth Lev es profesora de historia del Arte en Roma.

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ZENIT Staff

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