La Cruz, signo por excelencia del Amor que vence a la violencia, explica el Papa

CASTEL GANDOLFO, domingo, 17 septiembre 2006 (ZENIT.org).- La Cruz en la que murió Cristo es para el cristiano el signo del Amor capaz de vencer al odio y la violencia, explicó Benedicto XVI este domingo.

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Al rezar la oración mariana del Ángelus este domingo, tras aclarar sus palabras que han suscitado polémicas entre musulmanes, recordó dos festividades litúrgicas que acaba de vivir la Iglesia: la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, celebrada el 14 de septiembre, y la memoria de la Virgen de los Dolores, celebrada el día después.

«Estas dos celebraciones litúrgicas pueden resumir de una manera visual en la tradicional imagen de la Crucifixión, que representa a la Virgen María a los pies de la Cruz, según la descripción del Evangelista Juan, el único apóstol que permaneció junto a Jesús en la hora de su muerte».

«Pero, ¿qué sentido tiene «exaltar» la Cruz? ¿No es quizá escandaloso venerar un patíbulo infamante?», preguntó el obispo de Roma a los peregrinos congregados en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a pesar de la lluvia.

Los cristianos, aclaró, «no exaltan una cruz cualquiera, sino a esa Cruz que Jesús santificó con su sacrificio, fruto y testimonio de amor inmenso».

«Cristo, en la Cruz, derramó toda su sangre para liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte».

«Por este motivo, la Cruz se transformó de signo de maldición en signo de bendición, de símbolo de muerte en símbolo por excelencia del Amor que es capaz de vencer al odio y a la violencia y que genera la vida inmortal».

Y junto a la Cruz se encontraba María, recordó el Papa. «Su dolor forma una sola cosa con el dolor del Hijo. Es un dolor lleno de fe y de amor. La Virgen en el Calvario participa en la potencia salvífica del dolor de Cristo, uniendo su “fiat” con el del Hijo».

«Espiritualmente unidos a la Virgen de los Dolores, renovemos también nosotros nuestro “sí” a Dios, que escogió el camino de la Cruz para salvarnos».

«Se trata de un gran misterio que todavía tiene lugar hasta el fin del mundo y que exige también nuestra colaboración –concluyó–. Nos ayude María a tomar cada día nuestra cruz y a seguir fielmente a Jesús por el camino de la obediencia, del sacrificio y del amor».

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ZENIT Staff

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