La Cuaresma, tiempo para volver a Dios

Por monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán

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TEHUACÁN, sábado, 20 febrero 2010 (ZENIT.orgEl Observador).- En su mensaje semanal que se transmite por varias estaciones de radio y se reproduce en periódico y revistas católicas del país, el obispo de Tehuacán, monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, hace una vibrante reflexión de lo que es la Cuaresma desde el mensaje que ha emitido al mundo cristiano el Papa Benedicto XVI.

A continuación, publicamos la versión íntegra del mensaje de monseñor Aguilar Martínez.

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Con el rito de la ceniza hemos iniciado la Cuaresma. Ahora bien, recibir la ceniza no es un gesto mágico que nos proteja automáticamente del mal y nos traiga las bendiciones divinas. Es sólo un signo -eso sí muy vivo y profundo-, de lo que queremos vivir a lo largo de este tiempo litúrgico: Volver a Dios, pues Él es nuestro origen y nuestra meta. Efectivamente, de Dios venimos y a Dios estamos llamados a volver; hemos sido creados a su imagen y semejanza.

La Cuaresma nos hace recapacitar que no hemos vivido del todo a imagen y semejanza de Dios, pues hemos pecado. Por eso iniciamos con el rito penitencial de la ceniza, en que cuando la colocan en nuestra cabeza o nuestra frente, también nos han dicho: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio», o también: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver».

La Cuaresma nos hace volver a Dios, que tanto nos ama ¡y de qué manera nos lo manifiesta! El Papa Benedicto XVI, en su mensaje de Cuaresma, nos ha hablado de la «justicia», recordándonos la definición clásica de la misma, que es «dar a cada quien lo suyo»; en su reflexión, profunda y llena de sabiduría, el papa avanza hasta comentar explícitamente: «¿qué justicia existe dónde el justo [Cristo Jesús] muere en lugar del culpable [nosotros] y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo?

                                                       

¿Cada uno no recibe de este modo lo contrario de «lo suyo»? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante.»

Con la reflexión del Papa vemos que la justicia divina rebasa totalmente la justicia humana, para nuestro bien. Eso me recuerda las palabras de Dios por medio del profeta: «Vengan y discutamos. Aunque sus pecados sean rojos como la grana, blanquearán como la nieve». De modo que las discusiones que Dios pretende entablar con nosotros no son para aplastarnos, sino para rescatarnos.

La Cuaresma es, entonces, tiempo favorable para volver a Dios, para escucharlo en su amor paciente y generoso, dispuesto a perdonarnos. «Todavía es tiempo. Conviértanse a mí de todo corazón», nos dice Dios por medio del profeta Joel; o también nos dice por medio de san Pablo: «En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios».

La penitencia cuaresmal nos sostiene para vencer el espíritu de mal y tener nuestra mirada y nuestro corazón fijos en Jesús, consumador de nuestra fe; por eso la penitencia no tiene un fin en sí misma, sino que es un medio para vincularnos a Jesús y estar preparados a celebrar su misterio pascual, o sea su muerte y resurrección, que es la culminación de la Cuaresma, la cual nos lleva al gozo de la Pascua: Jesús murió y resucitó, para darnos vida.

La penitencia es también un medio que nos sensibiliza y fortalece en nuestra relación con los demás, de modo que sea en la verdad, en el bien, en la solidaridad.

No es fácil sobreponernos al medio ambiente. El Papa nos dice expresamente que con la Cuaresma vamos «contracorriente, donde la ´corriente´ es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal o en todo caso prisioneros de la mediocridad moral.»

Efectivamente, el ambiente en que vivimos con frecuencia nos lleva a lo comodino, a lo placentero, a lo egoísta. Pero si hacemos caso a nuestra conciencia, por donde Dios nos habla, no dejaremos de reconocer ese camino fugaz y engañoso. En cambio elegir y actuar según Dios nos dará la verdadera paz y felicidad.

Invito a usted a reflexionar con algunas preguntas: ¿mis afanes y preocupaciones me llevan a Dios o me alejan de Él? ¿Me acercan a los demás o me llevan a aprovecharme de ellos? Reorientemos la perspectiva: no centrados en nosotros mismos, y los demás a nuestro servicio; sino centrados en Dios.

Como También nos dice el Papa, se requiere mucha humildad y fe para dar este paso. Pues bien, Dios nos está esperando; todavía es tiempo, dejémonos reconciliar con Él. Fruto de ello será la alegría que nadie nos podrá quitar.

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ZENIT Staff

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