La cultura de la muerte también puede entrar en universidades católicas

Alerta la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y la «Cardinal Newman Society»

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MANASSAS (VIRGINIA), martes, 21 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Las universidades católicas pueden promover la cultura de la muerte si acogen en sus instituciones a promotores de medidas que atentan contra la vida, advierte en declaraciones a Zenit el presidente de la «Cardinal Newman Sciety», Patrick Reilly.

La creciente tendencia de diversas universidades católicas a acoger a partidarios del aborto llevó el pasado julio a la Conferencia Episcopal estadounidense a señalar a «la comunidad católica y las instituciones católicas» que no debían «honrar a aquellos que toman acciones que desafían nuestros principios morales básicos».

Tampoco «debería dárseles premios, honores o plataforma alguna que pudiese sugerir un apoyo a sus acciones», apuntaba el documento «Católicos en la vida política».

Es una declaración «digna de aplauso» que «confirma formalmente la postura por largo tiempo mantenida por la “Cardinal Newman Society”», afirma Reilly, coautor de «Cultura de la muerte en los campus católicos: un estudio de cinco años» (abril 2004), un informe que documenta las incursiones de partidarios del aborto y el suicidio médicamente asistido en universidades católicas desde 1999.

El pronunciamiento episcopal –apunta Reilly– «afirma que las perspectivas y las enseñanzas católicas son las mismas no sólo para todos los católicos –sin excepción para los políticos–, sino también para todas las instituciones católicas».

Además «la prohibición de honores y plataforma desde la que se pueda hablar» «se aplica no sólo a los políticos católicos a favor del aborto, sino a cualquiera que actúe “de forma contraria a nuestros principios fundamentales”», subraya.

Para Reilly, «la referencia a “plataforma alguna que pudiese sugerir un apoyo a sus acciones” podría incluir, por ejemplo, las conferencias en los campus, sobre todo por parte de los políticos en el contexto de sus campañas, no importa cuál sea el tema de su discurso», y éste es «un desafío dirigido a la noción radical predominante de libertad académica, que ignora las preocupaciones cristianas sobre la verdad y el bien común».

En su opinión, «existe siempre el peligro de que estos individuos utilicen el palco de una institución pública católica para atacar o al menos corroer el respaldo a las enseñanzas católicas, incluso cuando sean invitados a hablar de temas aparentemente inocuos».

Pero «la preocupación principal es el escándalo» –puntualiza–: «una vez que una persona ha actuado públicamente “de manera contraria a nuestros principios morales fundamentales” es identificada con aquella acción independientemente del motivo de su visita al campus».

«Un premio o una tribuna para hablar –reconoce Patrick Reilly– sitúa al individuo en una posición honrada y respetada, independientemente de lo que se discuta en el campus».

«Los premiados y los conferenciantes se diferencian de los profesores sólo por el grado: a pesar de la brevedad de su presencia en el campus, comparten temporalmente el estatus especial de los profesores como educadores y modelos para los estudiantes», explica.

Por eso «el Derecho Canónico insiste justamente en el hecho de que las instituciones católicas esperen de los profesores “probidad de vida” fuera de las aulas»; «necesitaría esperarse lo mismo de conferenciantes y premiados», recalca Reilly.

«A la hora de elegir conferenciantes o personas que premiar, existen miles de buenas opciones. Mientras quienes están al frente de las universidades tienden a considerar cualquier restricción a su libertad de elegir oradores como una campaña a muerte para la calidad educativa, esto no es posible», concluye el presidente de la «Cardinal Newman Society».

Ésta es una organización nacional orientada a la renovación de la identidad católica en la educación superior católica en los Estados Unidos según el ideal educativo del cardenal John Henry Newman y en la perspectiva de la Constitución Apostólica «Ex Corde Ecclesiae» (1990) de Juan Pablo II.

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ZENIT Staff

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