La emergencia educativa, emergencia de la Iglesia

Entrevista con monseñor Jean-Louis Bruguès, secretario de la Congregación para la Educación Católica

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CIUDAD DEL VATICANO , jueves, 15 mayo 2008 (ZENIT.org).- La emergencia educativa es una emergencia para la obra evangelizadora de la Iglesia,  afirma el arzobispo  Jean-Louis Bruguès, secretario de la Congregación para la Educación Católica, nombrado recientemente para este cargo por Benedicto XVI. Así lo explica a Zenit en esta entrevista.

Monseñor Bruguès nació el 22 de noviembre de 1943 en Bagnères-de-Bigorre (diócesis de Tarbes y Lourdes). Tras licenciarse en Economía y Derecho, entró en la Orden de los Predicadores en 1968.

Ha recibido el doctorado «honoris causa» del «Aquinas Institute of Theology» (Universidad de Saint-Louis, Estados Unidos) en 2002. Juan Pablo II le nombró obispo de Angers el 20 de marzo de 2000. Benedicto XVI le llamó a colaborar con él en la Santa Sede el 10 de noviembre pasado.

–¿Cómo describiría a la juventud actual?

–Monseñor Bruguès: Tenemos la suerte de contar con una juventud que yo calificaría de extraordinaria. Es generosa. Es minoritaria, es verdad, cuando se miran las cifras de conjunto, pero tiene voluntad. Sabe que no sabe, desde el punto de vista de la cultura cristiana, se da cuenta de hasta qué punto el contenido de la fe le es poco familiar, ¡pero quiere aprender! De ahí el éxito de las catequesis con jóvenes, ya se trate de adolescentes o mayores, estudiantes o jóvenes profesionales. Y a mí esta juventud me ayuda a hacer un acto de fe en el futuro de la Iglesia, incluso aquí en el seno de una sociedad en vías de secularización rápida. Cada año, en el mes de julio, he ido a Lourdes con seiscientos adolescentes. Cuando daba las catequesis, los jóvenes venían por centenas y a veces eran más de un millar. Hicimos una fiesta de la catequesis y había siete mil niños. Evidentemente, las cifras no lo dicen todo. El título del encuentro era: «Este futuro al que amar», pero el objetivo era reconciliar a nuestros cristianos, a nuestros bautizados con su futuro.

–En Francia, acaba de tener lugar un gran debate sobre la catequesis y las escuelas católicas. ¿Cuál es su posición y sus reflexiones sobre este tema?

–Monseñor Bruguès: La situación de la escuela católica difiere mucho de un país a otro. Limito mi análisis a Francia. Una cifra más: en mi diócesis,  la enseñanza católica reúne al 41% de los jóvenes. Casi uno de cada dos. Cuando se dice que la Iglesia no tiene contacto con los jóvenes,  evidentemente no es verdad, porque entre nosotros tiene la posibilidad de dirigirse casi a un joven de cada dos.

¿Qué hacemos nosotros de esta oportunidad? Esta es la pregunta que se nos presenta. Yo creo que hoy tenemos a propósito de la escuela católica un debate que encuentro interesante, bienvenido, aunque a veces se haga a golpe de cañón, un debate que nos obliga a volver a decir, a nosotros, obispos, sacerdotes, directores de centros, profesores: ¿Qué es una escuela católica? De la manera más legítima, podemos recordar que el término «católico» tiene dos sentidos. Católico es universal, por lo tanto nuestros centros deben tener como preocupación abrirse a quienes tocan a la puerta de estos centros, especialmente los que tienen más dificultades quizá dentro de la sociedad. Católica quiere decir, en un segundo sentido, abierta al mayor número, confesión de una fe. Una escuela católica es una escuela abierta en la que la cultura impartida está orientada hacia la confesión de fe específica.

–¿Cómo se pueden articular estas dos dimensiones de la escuela católica?

–Monseñor Bruguès: Entre estas dos definiciones del término católico, universal y especificidad, existe, siempre ha existido, una tensión que yo encuentro saludable. El peligro sería querer suprimir uno de los dos términos, con el fin de reducir o suprimir esta tensión. Si usted quiere suprimir la dimensión universal, hace de la escuela católica una escuela de comunidad particular, y en ciertos casos, puede ser, una escuela ghetto. Si usted suprime la dimensión de confesión de fe, usted hace de la escuela católica una escuela más, sin carácter propio. Si usted abre todas las ventanas de una casa, obtiene una corriente de aire pero no hay trabajo. Por lo tanto soy partidario determinado de esta tensión.

–Concretamente, ¿qué quiere decir esto?

–Monseñor Bruguès: Le doy un ejemplo concreto. Cuando llegué a la diócesis,  me di cuenta de que, cuando los padres venían a inscribir a sus hijos en un centro católico, el director del centro decía que en esta escuela se hacía una propuesta de fe, una propuesta catequética. Los padres eran libres de aceptar o rehusar. ¿Qué pasaba cuando rehusaban? Nada. No había nada. Era catequesis o nada. Yo creo que esta es una mala manera de presentar la cuestión y por tanto hemos intentado una experiencia de la que estoy muy contento, muy feliz, muy orgulloso también. Hemos empezado a constituir un ciclo de cultura cristiana, no digo cultura religiosa, sino cultura cristiana.

–¿En qué consiste esta propuesta de cultura cristiana?

–Monseñor Bruguès: Con los soportes más modernos, hemos creado una pedagogía, una metodología de cultura cristiana que, muy bien realizada, a nivel técnico, encanta a los niños. Por lo tanto, en la mitad de los centros escolares de nuestra diócesis, la cultura cristiana es obligatoria para todos. Si los padres quieren inscribir a sus hijos en esta escuela, saben desde el principio que habrá una enseñanza viva de cultura cristiana. No es catequesis. Y para los que la deseen, hay además una propuesta catequética. ¡Por lo tanto no es «o-o», es «y-y»! Lo que constatamos es que esta enseñanza de cultura cristiana es vivida como un primer anuncio de la fe por muchos, hasta el punto de que el número de niños que se inscriben en catequesis ha aumentado un tercio. Yo desearía que esta experiencia sea mejor conocida, reconocida, y por qué no generalizada, tanto más que las diócesis de Angers y de Nantes, que se han asociado, han creado con el libro de texto «Anne y Léo reporteros» un instrumento extraordinario. Este ejemplo permite reconocer que se puede vivir con gran provecho esta tensión ente lo universal y la especificidad.

–Usted ha hablado de estos lugares en los que se ha incidido tal vez, como la escuela católica. En su nueva función, tiene también a su cargo los seminarios. ¿Cuál puede ser en occidente la política de los seminarios ante el descenso de vocaciones?

–Monseñor Bruguès: Yo no sé si se puede detener una política en el vértice y decir: he aquí lo que hay que hacer en todos los escalones. Yo tomaría el sentido inverso: ¿Qué es lo que pasa en la base? Mi experiencia de religioso, de profesor y de obispo, me muestra que Dios llama hoy tanto como antes. Por ejemplo, en este momento, tengo una quincena de muchachos que han venido a encontrarse conmigo –yo no sé si antes se hacía esto– y han dicho al obispo: tengo interrogantes. El más joven tiene 14 años y el mayor debe tener 22 ó 23. Por tanto Dios llama. Es cierto y yo creería de buena gana que hay una correlación estrecha entre el número de los llamados y el número de practicantes. Dios llama a este pueblo, los servidores porque los necesita. Para mí, la cuestión no es la de la disminución de llamadas, sino de apoyo, de acompañamiento. Ahí es donde llegan las dificultades, pues no es tan frecuente que la comunidad cristiana sostenga verdaderamente estas llamadas y acompañe de manera estrecha al joven que quizá es llamado, pues evidentemente, al principio, no se tiene la certeza.

–¿Cómo puede ayudar la Iglesia a los jóvenes a responder a la llamada de Dios?

–Monseñor Bruguès: Un número importante de llamadas se pierde en las arenas.  Una comunidad tiene siempre los sacerdotes que merece. Un ejemplo reciente: un sacerdote viene a decirme que ha llegado a la edad del retiro y que se
va a ir. En la conversación, le pregunto: «¿No ha habido nunca un joven que haya ido a encontrarle?», «Sí, sí, hubo uno recientemente, que tiene 22 años, estudios de musicología…», y este joven cuya madre era miembro del EAP (Equipo de Animación Parroquial), había aprovechado un domingo en el que el párroco estaba invitado en casa para decir a su familia que estaba pensando ser sacerdote. Cólera de la madre que le dice: «Es una vía sin salida, espero que no lo hagas». Se pasó la segunda parte de la comida disuadiendo a su hijo. ¡Responsable del EAP! ¡El párroco estaba allí! Yo le pregunté: «Y, usted, ¿qué le dijo?». Nada. Es el contraejemplo de una comunidad que no asume la llamada que Dios dirige a uno de sus jóvenes.

–¿Cómo favorecer esta toma de conciencia?

–Monseñor Bruguès: Hay varios medios. Conozco parroquias en las que se celebran oraciones por las vocaciones, y es un buen medio. Pero habría que concienciar, responsabilizar a las comunidades parroquiales y a las familias para que verdaderamente se acoja como un don, una gracia y, por qué no, como un honor, la llamada que puede dirigirse a uno de sus jóvenes, y luego hay que utilizar todos los medios para acompañar al joven.

En parte para responder a esta cuestión en mi diócesis  he creado este año hogares de estudiantes. Estos tres hogares, por el momento, agrupan hoy a veintisiete jóvenes, que son responsables de la casa. Tienen todos los días un tiempo de oración y reciben una enseñanza explícitamente cristiana. Esto quiere decir que paralelamente a la formación profesional que adquieren en las universidades, tienen una formación cristiana. Un cierto número de ellos se hacen preguntas, de tipo vocacional. Allí tienen el marco y los consejeros espirituales que necesitan. De los veintisiete, tengo cuatro que han venido a decirme que están pensando en ser sacerdotes o religiosos. Estos tres primeros hogares sólo agrupan a chicos, y he lanzado, pero esto será para mi sucesor, la creación de hogares para chicas.

Traducido del francés por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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