La estrategia del portavoz vaticano al microscopio

María José Pou-Amérigo comenta las claves de credibilidad de Joaquín Navarro-Valls

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VALENCIA, martes, 16 mayo 2006 (ZENIT.org).- La profesora de periodismo María José Pou-Amérigo comenta en esta entrevista la labor que desempeña Joaquín Navarro-Valls como director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

Experta en información y persuasión, Pou-Amérigo pronunció la Laudatio en la investidura del doctorado «Honoris Causa» al portavoz vaticano en la Universidad Cardenal Herrera-Ceu de Valencia, en España.

Imparte una nueva asignatura, Información Religiosa Especializada, implantada durante este curso en esa Universidad y es columnista del diario «Las Provincias» de Valencia. Pertenece a la Asociación Católica de Propagandistas (AcdP).

–¿Cómo fue la estrategia de Navarro-Valls durante las hospitalizaciones de Juan Pablo II y durante su muerte?

–Pou-Amérigo: Sin duda, el punto de partida era la credibilidad ganada durante años como portavoz. Creo que la prueba más clara de esa credibilidad es el hecho de que toda la prensa del mundo diera el mismo relato de la muerte del Papa, aunque ninguno de los 6.000 periodistas acreditados en esos días ante la Santa Sede la hubiera visto.

Solo un periodista estuvo presente y lo contó: Navarro-Valls. Hasta la fecha, nadie ha cuestionado que todo ocurriera como él dijo.

A esa credibilidad debemos añadir la decisión de ofrecer solo datos y no valoraciones emocionales, clave que se confirma cuando se emociona, sin pretenderlo, en una rueda de prensa.

En ese momento, curiosamente, gana lo que podemos llamar credibilidad «con efecto retroactivo» puesto que el periodista puede comprobar cómo no se le ha intentado condicionar emocionalmente en ningún momento pudiendo haberlo hecho a través de un relato dramatizado.

–¿En qué sentido Navarro-Valls «juega» a persuadir como portavoz?

–Pou-Amérigo: Cualquier portavoz debe ser un buen persuasor, entendiendo la persuasión como la capacidad de convencer con pruebas, con argumentos, no con artificios ni edulcorando la realidad.

Dudo que Navarro-Valls lo contemple como un juego o, como ocurre con otros portavoces, como una estrategia hábilmente diseñada. Más bien sigue la línea marcada por Juan Pablo II –o entre los dos– de dar acceso a la verdad sin miedo a que se conozca. Eso no impide que tenga, además, una capacidad enorme de convicción.

–¿Qué son el «ethos», el «pathos» y el «logos» en la persuasión?

–Pou-Amérigo: Según los clásicos, son tres elementos fundamentales en cualquier proceso de persuasión.

El «ethos» se refiere al orador, a su carácter, la imagen que proyecta y los valores que se asocian a él.

El «pathos» es la puesta en escena, los elementos que rodean el discurso, la apelación a factores emocionales.

El «logos», en cambio, es el propio discurso, los argumentos, las apelaciones a la razón.

En el caso de Navarro-Valls, su credibilidad viene dada por la solidez de su «ethos», el control de las emociones y la apelación constante a la razón, a las pruebas. Junto a eso, no hay que olvidar el uso que hace de algunos recursos con efectos «disolventes» ante preguntas incómodas, como las sutilezas, la apelación al sentido común o el humor.

–Usted alude a la capacidad de Navarro-Valls de introducir pausas, ironía y otros recursos en su discurso. ¿Son técnicas, o él tiene esta autoridad natural unida a este saber hacer comunicativo?

–Pou-Amérigo: Personalmente creo que la genialidad de Navarro-Valls es la combinación de «instinto» y técnica. Yo diría que tiene varias cualidades personales (gran inteligencia, capacidad de observación, agudeza analítica y prudencia) que, acompañadas de ciertas técnicas aprendidas y otras incorporadas por ensayo y error, le han hecho desarrollar un estilo de portavoz óptimo para la Iglesia.

A eso hay que añadir su sentido de servicio y obediencia a la Iglesia que disciplina su «ego» y evita cualquier protagonismo personal y, por último, su apertura a la crítica que, posiblemente, ha ido cincelando su trabajo hasta convertirlo en un modelo para el futuro.

–¿Cree que si Joaquín Navarro-Valls no hubiera tenido acceso al Papa durante la enfermedad y la muerte hubiera informado peor?

–Pou-Amérigo: Sencillamente, creo que no hubiera informado. La razón es clara: para alguien que ha vivido con Juan Pablo II un pontificado dispuesto a mostrar la realidad del hombre en todas sus dimensiones, también en la del dolor y la enfermedad, la culminación de ese recorrido es, sin duda, mostrar la muerte como parte de la vida y, para el creyente, como acceso a la vida eterna.

Desde mi punto de vista, el trabajo de Navarro-Valls en los últimos días de Juan Pablo II fue un ejemplo más de su función en estos años: ayudar a Juan Pablo II –y, con él, a toda la Iglesia–, a enseñarnos a vivir y a morir en Cristo.

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ZENIT Staff

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