La Eucaristía, «el pan del cielo», explica Benedicto XVI en el Corpus Christi

Se renueva la procesión eucarística entre San Juan de Letrán y Santa María la Mayor

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ROMA, viernes, 16 junio 2006 (ZENIT.org).- La Eucaristía es el «pan del cielo», en el que Dios se entrega a los hombres como alimento, explicó Benedicto XVI este jueves de Corpus Christi.

Según por la tradición que volvió a instituir Juan Pablo II en 1979, poco antes del ocaso del sol, el Papa celebró la misa en la basílica de San Juan de Letrán, catedral del obispo de Roma, que concluyó con la procesión del Sacramento por la calle de Roma (la Vía Merulana) que termina en la Basílica de Santa María la Mayor.

«La Hostia es nuestro maná con el que el Señor nos alimenta, es verdaderamente el pan del cielo, con el que Él verdaderamente se entrega a sí mismo», explicó el Santo Padre en la homilía de la celebración eucarística.

Su alocución se convirtió en una profunda meditación sobre el simbolismo del pan, la «Hostia blanca», el «pan de los pobres», «la forma más sencilla de pan y de alimento, hecho simplemente con algo de harina y de agua», «síntesis de la creación», pues en él «se unen el cielo y la tierra, así como actividad y espíritu del hombre».

La meditación concluyó con una imploración elevada por el Papa a Cristo Eucaristía por las intenciones que llevaba en su corazón: «¡guíanos por los caminos de nuestra historia! –exclamó– ¡Vuelve a mostrar a la Iglesia y a sus pastores siempre de nuevo el camino justo!».

«¡Mira a la humanad que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre física y psíquica que le atormenta!», siguió diciendo.

«¡Da a los hombres el pan para el cuerpo y para el alma! ¡Dales trabajo! ¡Dales luz! ¡Dales a ti mismo! ¡Purifícanos y santifícanos a todos nosotros!», insistió.

«Haznos comprender que sólo a través de la participación en tu Pasión, a través del “sí” a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que tú nos impones, nuestra vida puede madurar y alcanzar su auténtico cumplimiento».

«Reúnenos desde todos los confines de la tierra. ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad lacerada! ¡Danos tu salvación!», concluyó, pronunciando la milenaria fórmula: «¡Amén!».

Tras la misa, ya de noche, entre las velas de los fieles, se desarrolló la procesión eucarística, que como había explicado el Papa, es un signo con el que los creyentes quieren decir que «de este modo seguimos» a Cristo con la vida.

El Papa se subió a un pequeño camión blanco para ponerse de rodillas, en adoración, ante la Hostia, que estaba expuesta en un gran ostensorio.

Algunos de los fieles tiraban a su paso pétalos de flores para manifestar su amor al sacramento.

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ZENIT Staff

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