La evangelización de Latinoamérica no se puede comprender sin Guadalupe

Habla el historiador Fidel González Fernández

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ROMA, jueves, 27 mayo 2004 (ZENIT.org).- No es posible comprender la historia de la evangelización de México y de América Latina sin las apariciones de la Virgen María en Guadalupe, afirma uno de los máximos expertos en la materia, Fidel González Fernández.

Rector del Colegio Pontificio Urbano, este sacerdote comboniano, es profesor de historia en varias universidades pontificias de Roma y ha desempeñado un papel decisivo en la investigación histórica que respaldó la canonización de Juan Diego, el indígena testigo de las apariciones, el 31 de julio de 2002.

El padre Fidel González, junto al padre Paolo Scarafoni, L.C., rector del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, coordinan la publicación de un libro de la Librería Editora Vaticana «Guadalupe, Evangelización de América Latina» («Guadalupe, Evangelizzazione dell’America Latina») en el que recogen las actas de un congreso celebrado en Roma sobre este argumento.

Para comprender mejor estas conclusiones, Zenit ha entrevistado al padre González.

–¿Cómo cambió la aparición de la Virgen de Guadalupe la historia de México y de la evangelización de América Latina?

–Fidel González: El Acontecimiento guadalupano fue la respuesta de gracia a una situación humanamente sin salida: la relación entre los indios y los recién llegados del mundo europeo. «El encuentro de la Virgen de Guadalupe y el indio Juan Diego», para usar el título de un libro nuestro sobre el argumento. En aquel encuentro el indio Juan Diego fue el gancho entre el mundo antiguo mexicano y la propuesta misionera cristiana llegada a través de la mediación hispana. El resultado fue el alumbramiento de un nuevo pueblo cristianizado. Juan Diego no era ni un español llegado con los conquistadores como Cortés, ni un misionero español como los primeros que fueron franciscanos y dominicos. Era un indígena perteneciente a aquel viejo mundo.

El grupo escultórico que hoy se puede contemplar en la colina de Tepeyac expresa con una hermosura plástica excepcional este mensaje. Esta es la peculiaridad de la mediación eclesial del indio Juan Diego, el «enviado-embajador de Santa Maria de Guadalupe», como lo llama el «Nican Mopohua». Juan Diego seria así el misionero elegido por Dios para este encuentro en el que de nuevo Cristo va a encarnarse en una humanidad cultural concreta a través de la mediación de María. El encuentro, que Motolinía en una conocida carta a Carlos V veía humanamente imposible si no intervenía Santa María, va a ser ahora una realidad liberadora. Aquellos dos mundos hasta entonces desconocidos entre sí, y ahora enemigos, con todas las premisas para el odio o para la aceptación fatalista de la derrota por parte de los indios vencidos, y para el desprecio o la explotación por parte de los recién llegados, se empezaron a reconocer en aquel símbolo tangible de María, imagen de Iglesia, anunciado a través de un indio convertido y acogido por todos. Se llegó así a una inculturación del Acontecimiento cristiano en el mundo cultural mexicano. Es el nacimiento del pueblo latinoamericano. El olvido de esta historia y de estos datos producirá las grandes rupturas y antagonismos entre aquellos dos mundos reinterpretados por nuevas situaciones, sobre todo a partir dei siglo XVIII y XIX. Una convergencia interior de los mismos es el milagro que sólo el Acontecimiento cristiano puede constantemente alumbrar.

–¿Cuáles fueron las consecuencias de este «Acontecimiento guadalupano»?

–Fidel González: Las consecuencias de tal encuentro en la historia del cristianismo son numerosas e importantes. Ante todo desde el punto de vista estadístico los católicos de lengua hispano-portuguesa constituyen la mayoría estadística de los miembros de la Iglesia Católica. Desde el punto de la metodología misionera en la historia del cristianismo los misioneros cristianos pertenecían al bando de los «conquistadores» y tuvieron que asumir la defensa de los derechos humanos de los ‘conquistados’ frente a sus mismos paisanos que se confesaban cristianos. Por parte de los mismos conquistadores enseguida surge en ellos una autocrítica de su acción y esto se debió a su conciencia católica. Ellos mismos van a ser, desde su misma experiencia, misioneros de la fe cristiana. En tercer lugar siendo coherentes con el Evangelio, francos y fuertes en la denuncia, los misioneros católicos no optaron por uno de estos dos mundos contra el otro. Presentaron el Acontecimiento cristiano corno un hecho significativo para ambos. En esto Dios dispuso misteriosamente el Acontecimiento guadalupano como confirmación de tal metodología esencial del anuncio cristiano e impulso efectivo dei mismo en aquellos momentos dramáticos iniciales. Esto nos demuestra cómo el cristianismo es un fenómeno capaz de diálogo con lo humano desde el primer momento en que entra en contacto con una situación humana, por dramática que sea.

Existe un fresco de principios del siglo XVII en el antiguo convento franciscano de Ozumba que representa los comienzos de la historia cristiana de México, y podemos decir de todo el continente americano: la llegada los ‘Doce apóstoles’ misioneros franciscanos a Tenochtilán en junio de 1524, los tres indios adolescentes protomártires del continente americano, las Apariciones de Santa María de Guadalupe, y el indio Juan Diego con la aureola de santo. La pintura muestra claramente la unidad y de la continuidad de esta historia de los momentos que la han constituidos.

–¿Se puede decir que la Virgen de Guadalupe es, por tanto, un hecho de comunión excepcional en la historia del continente?

–Fidel González: La Imagen de María ante la que se halla arrodillado el indio es el eslabón que unirá a los dos mundos representados en el mural al que me acabo de referir. Así lo ha percibido la auténtica tradición cristiana mexicana, por ejemplo. Este es el aspecto que el Papa Juan Pablo II en su segunda visita a México en el mes de mayo de 1990 subrayó al proponer al indio Juan Diego como auténtico apóstol de su pueblo y ‘mensajero’ de Santa María de Guadalupe, y lo mismo lo hará con su canonización el 31 de julio de 2002.

El milagro realizado en América Latina, y en México en particular, es que tal conciencia de pertenencia cristiana ha llegado hasta hoy superando las numerosas peripecias, con frecuencia dramáticas, de su historia. Basta leer la historia mexicana: desde la dolorosa gestación del pueblo mexicano hasta las represiones sangrientas, de la Iglesia por parte de la masonería y el radicalismo aniclerical, o las violencias exteriores sufridas a lo largo de los dos últimos siglos.

En estas páginas dolorosas tenemos la continuidad de la tradición histórica guadalupana que mantiene vivo a un pueblo y le da la dimensión real de su destino. Lo reconocía a su modo el pensador liberal mexicano Ignacio Manuel Altamirano, un mestizo que combatió en las filas liberales juaristas en la Guerra de la Reforma, y contra la Intervención Francesa: «Si hay- una tradición verdaderamente antigua, nacional y universalmente aceptada en México, es la que se refiere a la Aparición de la Virgen de Guadalupe (…) No hay nadie, ni entre los indios más montaraces, ni entre los mestizos más incultos y abyectos que ignore la Aparición de la Virgen de Guadalupe … En ella están acordes no sólo todas las razas que habitan el suelo mexicano, sino lo que es más sorprendente aún todos los partidos que han ensangrentado el país, por espacio de medio siglo ( … ). En último extremo, en los casos desesperados, el culto a la Virgen mexicana es el único vinculo que los une … La profunda división social ( … ) desaparece también, solamente ante los altares de la Virgen de Guadalupe. Allí son igualados todos, mestizos e indios, aristócratas y plebeyos, pobres y ricos, conservadores y liberales ( … ) Los autores (de la tradición guadalupana) fueron el obisp
o español Zumárraga y el indio Juan Diego que comulgaron juntos en el banquete social, con motivo de la Aparición, y que se presentan en la imaginación popular, arrodillados ante la Virgen en la misma grada. ( … )En cada mexicano existe siempre una dosis más o menos grande de Juan Diego».

El español Zumárraga y el indio Juan Diego «arrodillados ante la Virgen en la misma grada», y la última frase sobre la dosis de Juan Diego en cada mexicano, y diríamos en cada latinoamericano, sintetizan las dimensiones de la historia guadalupana y las consecuencias de aquel encuentro que el Acontecimiento cristiano aún continúa fecundando contra todos los intentos de reconducirlo a una ruptura o contraposición.

Ciertamente la devoción a la Guadalupana, basada en el acontecimiento guadalupano constituye un punto notable de convergencia religiosa y cultural para los católicos mexicanos, para los latinoamericanos, creemos también que con una fuerza cada día más grande para todo el Continente, incluso aquel de matriz anglosajona. El acontecimiento guadalupano sigue afirmando el método usado por Dios en la historia salvífica: el uso de un particular histórico que contiene en sí una dimensión universal. El acontecimiento guadalupano es un hecho de la historia y no un simple símbolo fabricado con un objetivo ideológico o como consecuencia de una ambigua religiosidad popular. La documentación histórica recogida en estos últimos años ofrece los datos que nos llevan razonablemente hacia la afirmación de su historicidad y a la comprensión de su significado cristiano.

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ZENIT Staff

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