La familia cristiana es una realidad existencial; no sociológica

Habla un matrimonio participante en el Encuentro Mundial de las Familias

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ROMA, 21 enero 2003 (ZENIT.orgAvvenire).- Presentar la familia como la «Buena Nueva», la gran noticia de inicios de milenio, es el objetivo que se plantea el IV Encuentro Mundial de las Familias, convocado por Juan Pablo II en Manila del 22 al 26 de enero. Dos millones de personas podrían participar en el mismo.

Jean Marie y Anouk Meyer, miembros del Pontificio Consejo para la Familia y una de las parejas protagonistas del evento, profundizan en esta entrevista sobre la misión de la familia cristiana.

Profesor de filosofía en París, Jean Marie se ha ocupado durante largo tiempo de la familia, con especial atención a los temas de la identidad y de la educación. Anouk, profesora de lenguas, es hija del conocido genetista, ya fallecido, Jérôme Lejeune, primer presidente de la Academia Pontificia para la Vida. El matrimonio tiene siete hijos de entre 13 y 26 años.

–Se repite desde hace años que la familia está en crisis porque aumentan en todos los países, especialmente en Occidente, los divorcios y las separaciones. ¿Qué hay que hacer para resistir la oleada del secularismo?

— Jean Marie y Anouk Meyer: La crisis de la familia es la crisis de la sociedad, porque sin familia no hay vida social. Hoy, en Occidente, los políticos se encuentran a veces desorientados porque no logran entender esta sencilla verdad. Sólo imprimiendo nueva fuerza a la familia es posible salir de la crisis. Lo que hace vivir a la sociedad es la familia, mientras que el secularismo no respeta la dimensión original del hombre. El secularismo de hecho olvida algo esencial: la familia posee una riqueza propia. En la familia cada uno tiene valor por sí mismo. La existencia de cada persona en la familia se comprende en una lógica de amor y de fidelidad, mientras que el secularismo no tiene sentido de la fidelidad.

–Las familias cristianas viven sin embargo los mismos dramas y las mismas dificultades que el resto de las familias. ¿Cuánto pesa en ello la dificultad de trasladar el sentido auténtico del sacramento del matrimonio?

— Jean Marie y Anouk Meyer: Juan Pablo II en la «Carta a las Familias» dice que Cristo –el Esposo– está con vosotros. Significa que las familias tienen un recurso particular que las caracteriza: todo en la existencia familiar está transfigurado, porque Cristo está en medio de la familia.

En la familia existe además una exigencia absoluta de educación. No es opcional. Cada hombre es educable. Desgraciadamente, nosotros, occidentales, estamos un poco cansados de educar y por lo tanto existen demasiados adultos que no asumen sus responsabilidades educativas. Es el propio Cristo quien nos recuerda el sentido de nuestro deber. Debemos educar a los niños que nos han sido confiados; si no, avanzamos hacia la barbarie. Y la responsabilidad histórica será de los adultos.

–¿Qué actitudes deberían asumir las familias cristianas para ser testigos creíbles del mensaje que han recibido?

— Jean Marie y Anouk Meyer: No hay familias cristianas si no es en el encuentro personal con Cristo. La familia cristiana es una realidad personal, existencial, no sociológica. Para nosotros, los modelos no pueden ser otro que los primeros cristianos. Y por ello, sencillos, espontáneos, optimistas, sin complejos. Como ellos, nosotros, familias cristianas del tercer milenio, debemos saber decir: venid y veréis. La familia por lo tanto deber ser lugar visible de la caridad que sabe ponerse en un plano natural y sobrenatural.

–En el gran frente educativo, acompañar a nuestros hijos en la comprensión de la identidad sexual es una de las tareas más delicadas, sobre todo en una sociedad en la que el sexo se interpreta frecuentemente como elección «libre» y a veces «desordenada». La visión cristiana de la sexualidad, ¿puede ser un remedio eficaz para esta «enfermedad» de nuestra sociedad?

— Jean Marie y Anouk Meyer: En nuestra sociedad las opciones sexuales a menudo son sólo fruto del conformismo. A veces se convierten también en un imperativo categórico, pero afortunadamente muchos jóvenes son más prudentes y reflexivos de lo que habrían sido sus padres en los años del ’68. Actualmente, nosotros, adultos, tenemos que estar felices de transmitir los valores auténticos. Y los valores fuertes se transmiten por ejemplo leyendo los textos de Juan Pablo II sobre el cuerpo, orando, viendo menos la televisión, hojeando menos cierta prensa. Pero especialmente dialogando serenamente con nuestros hijos.

–También la educación en la fe es a menudo uno de los objetivos más difíciles. ¿Qué actitud deben tener los padres?

— Jean Marie y Anouk Meyer: Sobre todo hay que educar a los adultos. Nadie puede educar si, a su vez, no ha sido educado. Además no hay que cansarse de subrayar y de testimoniar los valores en los que creemos. Y tampoco hay que cansarse de dialogar con los hijos, de hacerles sentir importantes, de participar en sus actividades. A los adultos les corresponde el primer paso. Amar verdaderamente a los propios hijos, para los padres, significa ser testimonio ante ellos de un amor fiel y gozoso.

–Fecundación asistida, aborto, eutanasia, son comportamientos que la doctrina de la Iglesia condena, pero que la mayor parte de la cultura laica parece dispuesta a tolerar. ¿Cómo hacer entender que las nuestras no son batallas de retaguardia, sino que reflejan el bien mismo del hombre?

— Jean Marie y Anouk Meyer: Nuestra sociedad se define tolerante, aunque la tolerancia con frecuencia corre el riesgo de convertirse en indiferencia. Como católicos nos interesa el futuro de la humanidad. Somos responsables de este futuro. Hoy sin embargo existe el riesgo de que prevalezca una postura cultural desesperada y desesperante. La doctrina de la Iglesia es sencilla: elegir la vida es posible. El futuro de la humanidad pasa a través de nuestra responsabilidad. Y a nosotros, familias cristianas, nos toca la tarea de escribirlo.

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ZENIT Staff

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