“La Familia: don de Dios y alma del mundo”

IX Jornada Diocesana de Apostolado Seglar de Madrid

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MADRID, domingo, 1 marzo 2009 (ZENIT.org).- Con motivo de la IX Jornada Diocesana de Apostolado Seglar de la Archidiócesis de Madrid, que se celebrará el próximo 7 de marzo, el obispo auxiliar de la misma César Augusto Franco Martínez, miembro de la Comisión Episcopal de Doctrina de la Fe y obispo responsable del Apostolado Seglar en Madrid, explica lo que suponen estos encuentros.

Desde la Delegación Diocesana de Apostolado Seglar de Madrid, José Alberto Rugeles Martínez ha enviado a ZENIT esta entrevista.

–Como obispo encargado por el señor cardenal Antonio María Rouco Varela de acompañar el apostolado seglar en la Archidiócesis de Madrid ¿cómo ve la realización de estas Jornadas durante estos nueve años?

–Monseñor Franco: A lo largo de estos nueve años la Jornada de Apostolado Seglar ha servido para que entre los movimientos y asociaciones apostólicas y entre los laicos de las parroquias se acreciente el sentido de pertenencia a al Iglesia diocesana.

Han sido, pues, un factor fecundo de comunión, lo cual es muy decisivo en una diócesis tan grande y compleja como la nuestra. Poner en común las inquietudes, dialogar sobre los retos que plantea la sociedad a los seglares, y sobre todo orar y celebrar la Eucaristía en común son partes integrantes de la Jornada que, al hilo del plan diocesano de pastoral, escoge cada año un tema sobre el que gira la Jornada. En ellas se dan también testimonios de seglares sobre cómo viven la fe cristiana en el ámbito concreto sobre el que se reflexiona. Con estos testimonios, nos edificamos mutuamente y experimentamos la acción del Espíritu en los miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

–El lema para esta próxima jornada es «La Familia: don de Dios y alma del mundo». ¿Por qué motivos cree que fue escogida esa frase?

–Monseñor Franco: Este lema se ha escogido en sintonía con el Plan Diocesano de Pastoral que, durante los próximos tres años, el señor cardenal ha propuesto a la diócesis. Podemos decir que en la familia se dan cita dos aspectos. Por una parte, como don de Dios, la familia pertenece al designio salvífico de Dios sobre la humanidad, dado que al crear al hombre y a la mujer para crecer y multiplicarse ha puesto, en el mismo acto de la creación, el fundamento inviolable de la familia. Descubrir que ésta es un don de Dios es trascendental para evitar cualquier intento de manipularla, asediarla con leyes injustas o pretender equipararla a otro tipo de familias que pretenden constituirse al margen de la realidad natural.

Por otra parte, la familia es alma del mundo, puesto que puede decirse que la humanidad, el mundo, es impensable sin la familia. Ésta es el alma del mundo, pues en ella tiene su origen la vida humana, el hombre se desarrolla como tal y la familia está llamada a vivificar la trama de la sociedad y de la historia humana. Por eso, la Jornada reflexionará sobre estos dos aspectos de la familia: don de Dios y alma del mundo.

–¿Cree que la familia es sólo amenazada por los proyectos de leyes contrarias al concepto tradicional de familia o existen otros factores de disolución de la institución familiar?

–Monseñor Franco: A mí no me gusta hablar, aunque entiendo la expresión, de concepto tradicional de familia porque puede ser entendido inadecuadamente, como si se tratara de defender una forma de familia que ha sido diseñada por tradiciones pasajeras y superables. Prefiero la expresión concepto natural, que hace referencia a la naturaleza misma de la persona que, por el acto creador, está constituida en la relación complementaria del hombre y la mujer. Naturalmente, las leyes que atentan contra esta concepción amenazan la familia, como otras leyes que atenten contra la vida, en cualquiera de sus fases, o contra la dignidad de la persona y los ámbitos donde se realiza: trabajo, sociedad, etc.

Pero ciertamente hay muchos otros factores que afectan a la persona y que no proceden directamente de las legislaciones que contribuyen a la disolución de la institución familiar. Una cultura como la nuestra, que favorece el relativismo moral, el hedonismo y el afán de poseer, que exalta la libertad del individuo al margen de normas morales, y que prescinde de Dios en la vida ordinaria, es obvio que disuelve fundamentos que la familia requiere para mantenerse firme y estable en la sociedad.

–Recientemente se cumplieron veinte años de la exhortación apostólica postsinodal de Juan Pablo II Cristifideles Laici, sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el Mundo. ¿Qué balance haría después de esas dos décadas?

–Monseñor Franco: No tengo autoridad, competencia ni datos suficientes para hacer balances de ese tipo. Sólo puedo decir que ese extraordinario documento del papa Juan Pablo II sigue estando vigente hoy como entonces, pues describe magistralmente la vocación y misión del laico, las exigencias de su vocación y misión, y, sobre todo, la necesidad que tiene de formarse, en el sentido integral del término -que incluye la vida espiritual, la formación doctrinal y la acción apostólica–. Sin la existencia de laicos, tal como son descritos en la Christifideles Laici es imposible acometer la nueva evangelización que quiere hacer la Iglesia y es preciso reconocer que, aunque son muchos los que asumen esta tarea, no termina de acometerse con la responsabilidad y urgencia que requiere nuestro momento histórico. Creo que son muchos los laicos que siguen estando en la minoría de edad.

–¿Tiene hoy en día la familia cristiana razones para la esperanza?

–Monseñor Franco: Por supuesto. Ahora y siempre. La familia, cuando vive en conformidad con su naturaleza propia recibida del Creador, siempre tendrá futuro, ella misma es la esperanza del futuro, pues en ella se forjan las nuevas generaciones y ella misma es una escuela de humanidad. Las dificultades por las que pasa no deben asustarnos ni acobardarnos en la presentación del plan de Dios sobre el matrimonio y la familia y menos aún dejar de luchar con todos los medios a nuestro alcance para que, sin imposiciones de ningún tipo, la familia sea reconocida en su verdadera naturaleza. Para ello, cuantos vivimos en familia debemos en primer lugar dar testimonio de lo que creemos y hacer de la familia una iglesia doméstica donde brille la novedad del evangelio de Cristo, tanto por el amor de sus miembros, como por la capacidad de acoger a los que sufren y compartir nuestros bienes con los más necesitados, como han hecho siempre los santos.

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ZENIT Staff

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