La familia y el matrimonio en Norteamérica

Según un autor, notables diferencias con respecto a otros países

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ROMA, domingo 6 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- La vida familiar en muchos países ha experimentado cambios radicales en las últimas décadas. La situación en Norteamérica es, no obstante, sustancialmente peor si se compara con otros países, según sostiene Andrew J. Cherlin en un libro publicado a principios de este año.

Según argumenta en «The Marriage Go-Round: The State of Marriage and the Family in America Today» (Alfred. A. Knopf), los norteamericanos han abrazado modelos contradictorios de vida personal y familiar. La primera implica un compromiso de compartir la propia vida con otro, la segunda hace hincapié en el crecimiento y desarrollo personal.

Cherlin es profesor de Sociología y Políticas Públicas en la cátedra Benjamin H. Griswold III de la Universidad John Hopkins, y ha dedicado las tres últimas décadas a analizar la vida familiar.

El matrimonio como idea cultural tiene una gran fuerza en Norteamérica, precisa. De hecho, existen programas del gobierno que promueven el matrimonio y el fiero debate sobre las propuestas de introducir el matrimonio del mismo sexo da testimonio de que muchos defienden con fuerza el matrimonio.

Cherlin comenta, sin embargo, que en ningún otro país occidental es más corto el periodo de espera para el divorcio amistoso. Un estudio citado por él afirmaba que los niños en Estados Unidos que viven con los dos padres casados tienen un riesgo más alto de sufrir una ruptura familiar que los niños de padres no casados en Suecia.

Chrelin recordaba la experiencia hace años de algunos estados que introdujeron la opción del «contrato de matrimonio» para las parejas que querían casarse en una ceremonia civil. En dichos matrimonios se ponían de acuerdo para restringir rápida y fácilmente el divorcio.

Sin contrato

En aquel momento, recordaba Cherlin, se pensaba que hasta un tercera parte de las parejas escogería esta opción. La experiencia demostró que esta era una estimación muy abultada. Algunos años más tarde menos de un 2% había optado por el matrimonio por contrato en Luisiana y Arkansas.

De esta forma, aunque la opción del matrimonio por contrato se introdujo en Arkansas en 2001, en 2004 tenía segundo índice de divorcios más alto por persona de cualquier estado – sólo detrás de Nevada, un conocido destino de divorcio para personas de otros estados.

Ese mismo año, 2004, Arkansas también tuvo el tercer índice per cápita más alto de matrimonios. Arkansas es parte del «cinturón bíblico» de Estados Unidos con una media de miembros de iglesias más alta. De hecho, seis de los diez estados con índices de divorcio más altos están en el Sur – los otros cuatro en el Oeste – y todos ellos tienden a ser socialmente conservadores.

Así, aunque en Norteamérica se tiene en alta estima el matrimonio, Cherlin precisaba que la tendencia cultural postmoderna a la autoexpresión y al desarrollo personal tiene también mucha influencia.

Hay sociedades con sólidos valores matrimoniales, en las que pocos niños nacen fuera del matrimonio y hay niveles de uniones en cohabitación bajo. Tal es el caso de Italia, afirmaba Cherlin. Luego hay países con una cultura que da gran valor al individualismo, como Suecia. Sin embargo, sólo en Estados Unidos coexisten ambas tendencias.

Como resultado, los norteamericanos valoran la estabilidad y seguridad del matrimonio, pero también creen que se debería permitir que los individuos infelices en sus matrimonios acabaran fácilmente con ellos. «Lo que los norteamericanos quieren, en otras palabras, es que todo el mundo tenga un matrimonio por contrato», concluía.

Estadísticas

Esto se refleja en las estadísticas sobre matrimonios de Estados Unidos, apuntaba Cherlin. El porcentaje de personas que aspiran al matrimonio se acerca al 90%, cifra más alta que en otros países. Sin embargo, Norteamérica tiene los índices de divorcios más altos del mundo occidental, más altos incluso que países como Suecia.

La mitad de todos los primeros matrimonios celebrados en Estados Unidos tienen lugar antes de los 25 años, a diferencia de los 29 años en Italia, 30 en Francia, y 31 en Suecia. Los norteamericanos también cohabitan a una edad más temprana que en la mayoría de naciones europeas.

En Norteamérica también se rompen más matrimonios. Cerca de la mitad de todos los matrimonios norteamericanos acaban en divorcio. De hecho, tras sólo 5 años más de un quinto de los norteamericanos casados se separan o divorcian. Entre los que comienzan cohabitando, más de la mitad se separan cinco años después, una cifra notablemente superior a la de otros países.

En Estados Unidos, el 40% de los niños nacidos de padres casados o que cohabitan sufren una ruptura familiar antes de los quince años. En Suecia el índice es del 30% y en otros países está alrededor del 20%.

Tras estas rupturas, los norteamericanos son también más propensos a buscar una nueva pareja. Cerca de la mitad de los niños que sufren una ruptura ven la entrada de una nueva pareja en el hogar en los siguientes tres años, una proporción mucho más alta que en otros países.

El matrimonio frecuente, el divorcio frecuente, más cohabitación a corto plazo, todo esto crea una gran turbulencia en la vida familia norteamericana, según Cherlin. Lo que él denomina el «tiovivo» de las familias norteamericanas es más que un capricho estadístico.

El impacto en los hijos resulta especialmente preocupante. Algunos niños pasan por grandes dificultades para adaptarse a toda una serie de nuevas parejas. Los hijos cuyos padres se han vuelto a casar no alcanzan niveles de bienestar superiores a los hijos de las familias con un solo progenitor, a pesar de la incorporación de una nueva madre o padre. Esto ocurre a pesar del hecho de que volverse a casar trae consigo un aumento de ingresos y una persona más que se ocupa de los hijos.

Los nuevos padres interrumpen la relación existente entre el progenitor que se ha quedado solo y sus hijos y los repetidos cambios de padres o parejas afectan al desarrollo emocional del niño.

Cambios dramáticos

Mirando hacia atrás los últimos cincuenta años, Cherlin comentaba los dramáticos cambios de la familia y del matrimonio. En los cincuenta, tener hijos fuera del matrimonio era una vergonzosa experiencia, mientras que hoy es algo común. Vivir juntos antes de casarse era una rareza, pero hoy no vivir juntos antes del matrimonio es la excepción.

El matrimonio todavía se considera algo importante, admitía Cherlin, pero ahora es visto como una opción. Además, hemos visto una caída sin precedentes de la consideración del matrimonio como la única vía aceptable para tener relaciones sexuales y educar a los hijos.

Chelin precisa que no está defendiendo una vuelta a un cierto modelo idealizado de vida familiar de los cincuenta, ni está en contra de la tendencia hacia el individualismo. Lo que él concluye es que los norteamericanos necesitan reflexionar y tomarse más tiempo a la hora de considerar sus decisiones sobre el matrimonio y la vida familiar.

Por otro lado, no tiene muchas esperanzas de que se den grandes cambios de modo inmediato. Chelin también apunta que, aunque los Estados Unidos son una nación muy religiosa, el divorcio siempre ha sido parte de su cultura y fue legal en Norteamérica mucho antes de que lo fuera en Europa.

El desafío, añade, es encontrar la formar de minimizar los efectos indeseables del individualismo. Cómo lograrlo no es algo obvio, concede. Las familias estables con ambos progenitores proporcionan para los hijos un entorno mejor que otras situaciones.

El problema es que hoy día muchas personas ven el matrimonio bajo una luz diferente, considerándolo una relación privada centrada en las necesidades de los adultos de amor y compañía. «Este punto de vista postmoderno del matrimonio, basado en la re
lación, es lo que triunfa hoy», admite Cherlin.

En consecuencia, es dudoso que la promoción del matrimonio por parte del gobierno o cambios en los programas de asistencia social sean capaces de lograr un impacto sustancial en las estructuras familiares.

No hay duda de que es bueno el consejo de Cherlin animando a la gente a reflexionar a la hora de tomar decisiones cuando se trata del matrimonio. Surge, sin embargo, la pregunta de si esto cambiará las cosas. La verdadera solución es el cambio de las expectativas y valores sociales que orientan las prioridades de las personas. Lograr esta clase de cambio sí que es un verdadero desafío.

Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado

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ZENIT Staff

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