La fe en el cine de Woody Allen

Habla Fabio Ballabio, autor de un libro sobre el director

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MILÁN, 3 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Para comprender plenamente el cine de Woody Allen es necesario profundizar en su visión de la fe, explica a Zenit Fabio Ballabio, secretario de la comisión para el ecumenismo de la archidiócesis de Milán y autor de un libro dedicado al director estadounidense.

«Woody el escogido. Judíos y cristianos en las películas de Woody Allen» («Woody l’eletto. Ebrei e cristiani nei film di Woody Allen» es el título del volumen publicado en Italia por la editorial Effatà (http://www.effata.it).

Fabio Ballabio (Cantú, 1966) es coordinador de la sección judía del Centro Ambrosiano de Documentación para las Religiones (CADR) y miembro del grupo interconfesional «Teshuvà» para promover las relaciones entre judíos y cristianos. Ha escrito varias libros sobre religión, globalización y diálogo con el judaísmo.

–Woody Allen es un judío no creyente, pero en sus películas siempre sale el elemento religioso. ¿Por qué sale esta referencia a la fe, a la práctica religiosa, al sentido de la vida… de manera tan recurrente?

–Balabbio: Porque es judío. Y aunque no crea en el Dios de la Biblia, un judío sigue siendo judío. El judaísmo es una entidad compleja: una lengua, una etnia, una ética revelada, un pensamiento alternativo, un estilo de vida y una religión. Podríamos decir que es la relación dialéctica entre distintas maneras de hacer memoria del protagonista de la Biblia: el Dios de los padres. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, pero también de Moisés, de David y de Jeremías.

Aunque un judío no crea en Dios, aunque se profese ateo, no puede evitar hablar de ese Dios y de experimentar la nostalgia por su ausencia. En la película «El dormilón» (1973), a la pregunta de si cree en Dios, el protagonista, Miles Monroe, responde: «Soy un ateo teológico existencial», y añade: «Creo en una inteligencia del universo con la excepción de algún cantón suizo».

Allen hace referencia a menudo a las religiones, o mejor dicho, pone de relieve la fe de sus protagonistas. Una fe que, en general, es judía o cristiana, pero a veces hindú o budista, u otra. Y cuando el personaje es ateo o agnóstico, Allen refleja su filosofía de vida. Todo ello con un gran sentido de ironía, característica connatural a la experiencia judía.

–¿Cómo habla Woody Allen de los cristianos en sus películas?

–Ballabio: Con una mezcla de respeto y franqueza. Con una confianza que viene del hecho que el Dios de los judíos es el mismo Dios de Jesús de Nazaret. El judío Allan Stewart Königsberg que cambia su nombre con el de Woody Allen no sigue sólo una moda hollywoodiana. Su ambición es ofrecer, a través del cine, un mensaje universal. Allen es el opuesto de Chaplin. Chaplin era un pagano que creó un personaje judío: Charles Chaplin. En cambio, Allen es un judío que crea personajes con los cuales se identifican también gentiles, no judíos.

En las películas de Allen, entre los que no son judíos, los que ocupan un gran lugar son precisamente los cristianos. La cruz, el crucifijo y el signo de la cruz aparecen en «Toma el dinero y escapa» (1969), en «La Rosa púrpura del Cairo» (1985) o en «Sombras y niebla» (1992).

La ineptitud de sus personajes tiene a menudo al crucifijo como símbolo. Otra característica del judío no creyente es la espera, una tensión hacia la salvación que irrumpe en el mundo. Una esperanza que también el cristiano creyente comparte en la esperanza del retorno de Jesucristo.

–Usted insinúa que Allen es en cierto modo un «cristiano sociológico», ya que vive en un ambiente de mayoría cristiana protestante. ¿Se nota que tiene esta influencia protestante, distinta de los puntos de referencia católicos?

–Ballabio: Sí, en su crítica al catolicismo, por ejemplo. Me explico mejor: Allen vive una tensión continua entre su identidad de judío y la de ciudadano de Nueva York, ciudad que ama sin medida, como afirma ya en el prólogo a «Manhattan» (1979).

Quien vive en un país protestante, o católico o musulmán, para integrarse está tentado a convertirse a la fe de la mayoría, más que nada por las ventajas materiales que comporta. Esto es evidente en su primera película, «Toma el dinero y escapa», en la cual Virgil Starkwell encarna el judío secularizado que se ha convertido sociológicamente en cristiano. No estamos hablando de un camino de fe sino del conformismo a la religión de la mayoría, la «religión civil» de la sociedad en la que vive.

La crítica que hace Allen al catolicismo es más protestante que judía: en el caso del moralismo, en «Hannah y sus hermanas» (1971), por ejemplo, se ve el catolicismo como una mezcla de devocionismo y materialismo.

En cambio, una película como «Alice» (1979) demuestra una estima evidente por el catolicismo: la rica protagonista, entusiasmada por madre Teresa de Calcuta, abandona la hipocresía y se va a la periferia a ayudar a niños con dificultades y se dedica al trabajo social.

–Se habla de culpa y psicoanálisis como inseparables en la vida y obra de Allen. ¿Ve en ello una relación con la experiencia en el confesionario católico?

–Ballabio: La conversión de Alice tiene lugar precisamente dentro de un confesionario imaginario.

El sentido de culpa es evidente en muchos personajes de Allen. En «Broadway Danny Rose» (1984) afirma: «El remordimiento es importante. El sentido de culpa lo es todo. Si no, eres capaz de cosas tremendas. El remordimiento es muy importante, yo lo siento continuamente y no he hecho nunca nada. Mi rabino me decía que estamos todos en culpa a los ojos de Dios». Y cuando en esta película preguntan al protagonista si cree en Dios, responde: «No, pero me siento en culpa».

Allen loa el psicoanálisis, y ha dicho en alguna ocasión que el hecho de hablar una hora al día, durante muchos años, de sentimientos, esperanzas, rabia o desilusiones con alguien que por profesión los analiza, obliga al ser humano a conocer mejor sus sentimientos.
Para él, el psicoanálisis y el sacramento de la confesión están unidos. La escucha es uno de los puntos cardenales de la experiencia de la fe judía: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno» (Deuteronomio 6, 3) es el inicio de una oración que los judíos repiten tres veces al día.

–Las películas de Allen son universales y consiguen que en ellas se identifiquen tanto creyentes como agnósticos. ¿Cree que se pueden proponer fácilmente en foros católicos?

–Ballabio: Creo que sí. De hecho, tengo que decir que el libro ha nacido precisamente de un foro. He transcrito diálogos para talleres y grupos de discusión sobre fe y pluralismo religioso.

Muchos judíos y no judíos se reconocen en sus películas. Sobre todo hoy, cuando la secularización corroe la fe religiosa, la globalización vacía las culturas particulares y una única cultura de masa une a todo el planeta. Las personas reaccionan ante esta «colonización de las mentes» con una búsqueda que a veces conduce a integrismos y fundamentalismos.

La clave de Allen está en la capacidad de mantener, gracias al humor, un equilibrio entre fe y secularización, identidad y globalización, particularidad e universalidad.

–Usted está comprometido en el diálogo entre cristianos y judíos. ¿Cree que su libro puede ayudar a una mejor comprensión entre las dos religiones?

–Ballabio: Este libro ha surgido gracias a las sonrisas suscitadas por las ocurrencias de Allen. La Biblia nos enseña que Dios sabe sacar bendiciones incluso de la risa dudosa o sarcástica, además de la distendida y confiada. La dinastía judía empieza con Abraham, que viejo y casado con una mujer estéril, siente que Dios le anuncia que te
ndrá un hijo. Tanto él como su mujer ríen, y esta risa inspira a Dios el nombre del hijo: Se llamará Isaac, en hebreo «Jiz’chaq» (aquel que ríe).

¿Quién sabe si de una sonrisa no puede nacer una mayor y mejor comprensión entre cristianos y judíos en un mundo que tanto lo necesita?

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ZENIT Staff

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