La fe sostiene a la viuda de una de las víctimas del atentado de Nasiriya (Irak)

En el que perdieron la vida 19 soldados italianos

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AVOLA (SIRACUSA), martes, 6 enero 2004 (ZENIT.org).- Tras haber pasado la primera Navidad sin su marido, fallecido junto a otros 18 soldados italianos en el trágico atentado de Nasiriya (Irak) del 12 de noviembre, Margherita Coletta no sólo no guarda rencor ni odio alguno, sino que ha orado por Sadam Husein, «para que Dios le abra los ojos y la mente» y «le redima».

«Cuando vi a Sadam tras la detención –admitió en una entrevista concedida al diario italiano Avvenire el pasado 31 de diciembre–, vi toda la pequeñez del ser humano. Y entonces lloré».

Consciente de que «no está lúcido un dictador que lleva a cabo crueles estragos», esta «viuda de Nasiriya» reconoce que lo que necesita Sadam es «la piedad de Dios» .

Giuseppe Coletta, de 38 años, oficial de los Carabineros italianos, murió junto a dieciocho compañeros el pasado 12 de noviembre en un atentado suicida cometido en la ciudad iraquí de Nasiriya, una acción que llevó el luto a otras tantas familias italianas.

En esas fechas, su viuda Margherita, de 33 años, que se ha quedado sola con una hija de dos años –el matrimonio había perdido a un hijo de seis años víctima de leucemia–, conmovió a todo el país hablando en televisión del perdón cristiano: «Es demasiado fácil amar a quien nos hace el bien. La verdadera prueba es amar a quien te atormenta», dijo.

Igualmente demostró su fe en la Providencia afirmando: «Sé que le volveré a ver. Debía esperarle cuatro meses en total, mientras durara la misión de paz en Irak. Sin embargo, le esperaré veinte, treinta, cuarenta años, no importa: es sólo una espera».

«Dios es grande incluso en el sufrimiento más duro», dijo también Margherita entre lágrimas a las personas que la rodeaban después de que el Papa, el pasado 15 de noviembre, la saludara personalmente y la besara en ambas mejillas a ella y a su hija.

«Ahora el imperativo es continuar, hacer el bien, ayudar a los millones de personas que sufren –añade en “Avvenire”–. Este es el mensaje, por esto Giuseppe dio la vida».

Y explica el origen de su fortaleza interior: «Tengo una sola certeza absoluta: que Dios quiere mi bien. Él lo sabía y lo permitió, por lo tanto la muerte de Giuseppe no es un incidente, un caso sin sentido, sino que forma parte de un proyecto, aunque yo no lo comprenda».

«Cuando me siento en la oscuridad, pienso en Cristo y en la cruz: si Dios no la evitó a su propio hijo por un fin superior, ¿quién soy yo para exigir que la quite de mis espaldas? Confío y espero entender. Mientras tanto –prosigue–, mi tarea es luchar con las armas del amor, es la única guerra que vale la pena luchar, con el Evangelio en la mano».

«También mi marido tenía una fe inquebrantable, pero él la vivía actuando: ponía en práctica el Evangelio a veces incluso sin saberlo, porque con la vida que hacía no lo leía tanto como yo, pero lo vivía día a día», concluye Margherita Coletta.

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ZENIT Staff

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