La globalización necesita una institución para orientar la economía

Jacques Delors, en un congreso del PIME sobre deuda y justicia en Milán

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MILAN, 4 febrero 2001 (ZENIT.org).- Hay que dar vida a una institución capaz de gobernar la economía sin leyes. La propuesta es novedosa y es posible que se abra camino porque Jacques Delors, desde su experiencia de ex presidente de la Comisión europea, tiene un observatorio privilegiado del panorama de la globalización.

Delors, uno de los grandes exponentes del socialismo francés, católico, ha pedido la creación de un consejo de seguridad económico, una especie de «Naciones Unidas» que ofrezca una plataforma para dar voz a los países más débiles y que equilibre la estructura «piramidal» de la actual organización de Naciones Unidas y los «fuertes» de la economía internacional.

El ex presidente de la Comisión europea, Jacques Delors, hizo su propuesta desde la tribuna del congreso «En deuda de justicia», promovido ayer en Milán por la Comisión eclesial italiana para la reducción de la deuda externa y el Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras (PIME).

El objetivo de Delors consiste en tratar de gobernar una globalización que amplía cada día más la brecha entre países fuertes y débiles económicamente.

En los últimos 20 años, recuerda, la deuda de los países pobres se ha multiplicado por cuatro. Un aumento en espiral que se lleva consigo las vidas de millones de seres humanos y pone en juego la estabilidad, el futuro y la seguridad del planeta.

Delors ha optado, este año, por no participar en el Foro Económico de Davos. Ha explicado con ironía, al margen del encuentro de Milán, que la razón de su ausencia está en que, en el escenario donde se reúne el «Gotha» económico del planeta, «me he sentido como aquellos predicadores del oeste americano que entraban con la Biblia en los salones (el famoso «saloom»), mientras en torno suyo todos los clientes seguían bebiendo, con sus queridas del brazo».

«Asistimos a una pérdida de legitimidad de los actores económicos clásicos –aclara–. De aquí la urgencia de un Consejo de Seguridad económico que contemple la presencia de representantes de los diversos estados al máximo nivel, con el fin de poder reformular las reglas del juego. Admitiendo en su interior a los países en vías de desarrollo, los pondría en situación de responsabilidad y no sólo en condición de asistidos».

«La pobreza –dijo en la ponencia– no disminuye, más bien aumenta, incluso en los países ricos». Pero se puede luchar contra la pobreza. Con realismo: sabiendo que no hay una receta. También con campañas, como la de la Conferencia Episcopal italiana (que busca comprar deuda de los países pobres a condición de que éstos inviertan en salud y educación) o la internacional «Jubilee 2000», apoyada por Juan Pablo II.

Pero estas campañas, añade, no deben hacer olvidar que la eliminación del lastre de la deuda es sólo un primer paso hacia una meta más comprometida: la construcción de un desarrollo más humano para todos.

En este sentido, las instituciones internacionales, según Delors, están cambiando de postura. El año pasado, se diseñaron medidas para que 22 de los 41 países más endeudados puedan gozar de una promesa de cancelación de la deuda, aunque hasta hoy sólo Uganda se ha podido beneficiar de la remisión total.

Se ha comprendido, siguió diciendo Delors, que la lucha contra la pobreza no es sólo una cuestión contable. Para explicarse citó al presidente del Banco Mundial, James D. Wolfenhson, que en octubre de 1998, dijo: «El desarrollo no es simplemente una cuestión de ajuste, de balances que hay que resanar, o de remedios de tecnócratas».

Y, ante un auditorio joven y en el que destacaban las preguntas sobre el llamado «pueblo de Seattle» (el movimiento internacional de organizaciones de los más variopinto que corre por el planeta para manifestar su desacuerdo), Delors responde: «En esta batalla es indispensable el papel de la sociedad civil. Rebelarse contra el actual desequilibrio internacional es sacrosanto. Pero rompiendo escaparates no se construye una alternativa. Es tiempo de propuestas».

Por eso insiste en que hay que pensar en una nueva reunión, como en Bretton Woods, que devuelva al mundo instituciones internacionales más atentas («si no se tiene en cuenta la peculiaridad de las situaciones, se corre el riesgo de hacer morir a los pacientes, una vez curados»).

Sobre todo, hay que estudiar nuevos métodos para crear riqueza y criterios más igualitarios para repartirla: «Hacer crecer la tarta no sirve para nada si luego las porciones más grandes van siempre a los mismos».

Delors, no se quedó en propuestas, constató también los signos positivos actuales: «Además de Italia, en cuando a la reducción de la deuda se han movido Gran Bretaña y Estados Unidos; Noruega, Suecia y Australia han decidido cancelar totalmente la propia deuda bilateral hacia los países en vías de desarrollo; Canadá y Francia están caminando en la misma dirección».

Pero Delors considera que si no hay un golpe de timón, sobre todo de tipo cultural, no tendremos políticas que pongan en el cetro a la persona, con sus necesidades. Hay que privilegiar, concluyó, los campos de la sanidad y de la escuela.

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ZENIT Staff

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