La «hora» de Jesús, revelación del misterio Dios-amor

Cuando Cristo ya nos había entregó todo, nos dejó a su madre; explica monseñor Comastri

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CIUDAD DEL VATICANO, 14 marzo 2003 (ZENIT.org).- La contemplación de la «hora de Jesús», su pasión y muerte, centró la atención en la mañana de este viernes de los ejercicios espirituales en los que está participando Juan Pablo II hasta este sábado.

Monseñor Angelo Comastri, arzobispo del Santuario Mariano de Loreto, explicó que si bien en todos los momentos de la vida de Jesús es posible descubrir el rostro de Dios, esta revelación alcanza su plenitud en ese momento que él mismo llamaba «mi hora».

En el Evangelio de Juan, Jesús habla por primera vez de su «hora» con su Madre –recordó el predicador hablando en la Capilla Redemptoris Mater del Vaticano–. Fue en las bodas de Caná, cuando María le dijo con humildad: «Hijo, ya no tienen vino».

«Es la oración más bella, la exposición de la pobreza», constató. «Jesús responde a su Madre: «Mujer, no ha llegado todavía mi hora». Quiere decir a la Virgen: «Mira, Madre, yo haré el milagro –de hecho lo hará–, pero, ese milagro revela otro milagro, hace referencia a ‘mi hora’. El verdadero milagro, la auténtica transformación del agua en vino, la haré en aquel momento. Entonces, Madre, tú que tienes el corazón dócil, mira en esa dirección, en la dirección de ‘mi hora'»».

Al relatar la «hora» de Jesús, su pasión y muerte, el evangelista Juan comienza el capítulo XIII con estas palabras: «Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».

«¿Cuál es el punto en el que no se puede amar más?», preguntó monseñor Comastri. «Es la muerte. De hecho, en la Cruz, Juan pone en los labios de Jesús esta palabra: «Todo está cumplido»» (Juan, 19, 30).

«Es la palabra-síntesis de toda la vida de Jesús, la última palabra», constató. «Quiere decir: «He amado hasta el final», es decir, he desvelado el misterio del amor de Dios; he contado a los hombres quién es Dios». La Cruz, aclaró, «grita a la humanidad esta verdad: «¡Os amo!»».

Este es el rostro de Dios revelado por Cristo, dijo, y en este «gesto de amor» queda involucrada María.

«María está allí, junto a Jesús, y María entrega al Hijo. En ese momento, está en sintonía perfecta con el misterio de Dios, con el misterio de Dios-amor. Y en el momento en que lo entrega, María vuelve a ser fecunda. Hasta el punto de que Jesús, antes de morir, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»».

Jesús quiere decir: «Mamá, en el momento en que tú entregas conmigo tu vida, recuperas una fecundidad extraordinaria, una maternidad inmensa: te conviertes en la Madre de los creyentes. Por eso, Madre, no pienses en mí; piensa en ellos. Ahí tienes a tu hijo».

Y dirigiéndose a Juan, siguió evocando el predicador, Jesús dijo: «Ahí tienes a tu madre: recibe este don. Yo, en el momento en que estoy muriendo, he dado todo al mundo y le entrego también la maternidad de mi Madre para que se convierta en signo y en un canto del amor de Dios».

«María no es nunca un muro que impide el encuentro con Dios –concluyó–. María es una mano maternal que nos conduce hacia el misterio del amor de Dios, pues ella es la mayor experta».

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ZENIT Staff

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