La Iglesia está llamada a participar en la política, pero no a ser usada

Homilía de apertura de la Asamblea plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano

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LAGO DE GUADALUPE, martes, 25 abril 2006 (ZENIT.orgEl Observador).- Al iniciar los trabajos de la 81ª Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano el lunes, el presidente del organismo que reúne a los obispos de la segunda nación con mayor número de católicos del mundo, monseñor José Guadalupe Martín Rábago, se refirió al momento histórico que vive el país –previo a las elecciones– e instó a toda la Iglesia católica en México a comprometer su voto por el bien común.

Tras los saludos y la explicación del significado de la Asamblea, en vías de reestructurar y fortalecer el trabajo de las comisiones episcopales, monseñor Martín Rábago recalcó los siguientes puntos que, por su importancia, transcribimos íntegramente:

* * *

I.- NUESTRA RESPONSABILIDAD PASTORAL ANTE EL PRÓXIMO PROCESO ELECTORAL.

La cercanía del Proceso Electoral del 2 de Julio es un acontecimiento que nos concierne e interpela a todos como ciudadanos. Los obispos no podemos permanecer indiferentes o asumir una pasiva neutralidad que nos haría responsables de no haber actuado proféticamente en el campo que nos corresponde, como Pastores de la comunidad. Ya habíamos expresado esta convicción en el Comunicado que emitimos el 25 de Marzo del 2003: «Ningún partido representa a la Iglesia y los católicos pueden militar o dar su voto al partido o candidato que mejor responda a sus convicciones personales, con tal que sean compatibles con la ley moral natural y que sirvan sinceramente al bien común de la sociedad. Nuestra misión, en cambio, ha de ser la de orientar con los principios éticos de la Doctrina Social Cristiana sobre los derechos y deberes políticos de los fieles laicos, ayudando a formar una conciencia social» (Comunicado: Votemos con responsabilidad»).

a) Impulsar el ánimo de participación.

La voz de la Iglesia en este momento del acontecer político es tanto más necesaria, cuanto más se necesitan palabras que impulsen a consolidar la convicción de que podemos y debemos fortalecer la participación ciudadana, y de que es necesario confiar en las instituciones que nos hemos dado para construir procesos democráticos transparentes.

Lamentablemente, en nuestro país se vive un fenómeno presente en la mayor parte de las naciones del Continente Latinoamericano: «Constatamos una gran indolencia y un profundo desinterés entre incontables jóvenes para asumir responsabilidades políticas y prepararse para ella […] Es palpable cierta crisis de las instituciones políticas de representación por la dificultad de adaptarse a los nuevos tiempos y de captar de buena gana el surgimiento de la sociedad civil organizada de manera diferente» (D.P. – V CELAM – N° 131).

Entre nosotros es patente la falta de interés por participar en el proceso electoral que se avecina. Son muchas las causas que han producido este fenómeno: desde la desilusión por la falta de concretización de las reformas estructurales, tantas veces anunciada y otras tantas aplazada, hasta la sensación de que poco importa la transición democrática si no se traduce en una mejora en la distribución de la riqueza.

El estilo que han llevado algunas campañas ha acrecentado la indiferencia, porque hay quienes las perciben más hechas para la confrontación violenta que para las propuestas reflexivas. Hay quienes dicen que no se escuchan ofrecimientos claros, distintos, entusiasmantes y de ahí nace la afirmación: «¿Por qué votar si todos son iguales?» Ante este panorama es preciso que los profesionales de la política sean conscientes del gran riesgo que corren si la sociedad les vuelve las espaldas. En frase de un politólogo mexicano «si los políticos no modifican su visión y su conducta y muestran su lado constructivo, corren el riesgo de ahondar aún más la distancia que los separa de una sociedad que no está muy lejos de hacer suyo el lema de los argentinos ‘que se vayan todos’, un lema imposible de llevar a cabo, pero que puede desembocar en ingobernabilidad y retroceso, un lujo que ya no podemos darnos».

Junto a otros actores sociales, a nosotros, Pastores, nos corresponde aportar nuestra capacidad educativa y nuestro nivel de credibilidad para que apoyemos el fortalecimiento de nuestras instituciones y del Estado de Derecho. Con el Papa Juan Pablo II tenemos que decir que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación política […] destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común» («Christi Fideles Laici», 42).

Tenemos que hacer oír nuestra voz para que pasemos de una sociedad peticionaria a una sociedad participativa. Lo lograremos si nos involucramos, si educamos al pueblo para que exija el cumplimiento de las promesas y la rendición de cuentas claras que ayude a superar el mal endémico de la corrupción. Hay que inculcar en la conciencia social, y especialmente en el corazón de los actores políticos, que la meta de la política debe tener un fin más noble que el aniquilamiento de los unos por los otros. Se debe rescatar el criterio de que el ejercicio político encuentra su justificación y su nobleza en el empeño por servir, comprometiéndose en la consecución del bien común.

«Nosotros, como pastores, no tenemos como objetivo ganar elecciones sino ayudar a construir la comunidad; para eso necesitamos ayudar, enseñar, persuadir, predicar, y cuando se requiera, desafiar y pedir cuentas». Estas son palabras de los obispos de Estados Unidos de América ante el proceso electoral de su nación en septiembre de 2003.

b) Política y responsabilidad ética.

«Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación, que consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar solución a los problemas sociales» (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 410). Estamos conscientes que es posible superar la falsa idea difundida en algunos sectores sociales, convencidos de que no se debe meter la dimensión ética en la política porque esto no es redituable. Sin embargo, «una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 850). La moral es indispensable en el actuar político, sin confundirla con el moralismo. Sólo quien cree en valores que definen la dignidad de la persona puede responder con verdad a preguntas fundamentales: ¿Qué clase de hombre se pretende construir con el proyecto político que se propone? ¿Se está proponiendo acaso un modelo de vida digno de ser vivido y rico en humanismo integral?

Muchas de las ofertas que hacen los diferentes partidos contienen elementos contingentes; sin embargo, en la conformación de los proyectos partidistas, los actores políticos deben estar concientes que hay «PRINCIPIOS QUE NO SON NEGOCIABLES» (S. S. Benedicto XVI ) es decir, que se fundan en exigencias morales de validez absoluta. El Papa señala concretamente tres principios.

–«Protección de la vida en todas sus fases, desde el primer momento de su concepción, hasta su muerte natural».

–«Reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como una unión entre un hombre y una mujer, basada en el matrimonio y su defensa ante los intentos de hacer que sea jurídicamente equivalente a formas radicalmente diferentes de unión que en realidad la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel social insustituible».

–«La protección del derecho de los padres a educar a sus hijos».

Sería indebido apelar a la laicidad del Estado y al pluralismo religioso para cuestionar la legitimidad de estos principios que, como el mismo Pa
pa señala: «no son verdades de fe, sino que están inscritos en la naturaleza humana y por tanto son comunes a toda la humanidad. No son de carácter confesional; su olvido o descuido implica una ofensa a la verdad de la persona humana y una grave herida a la justicia misma» (S.S. Benedicto XVI – 29 Marzo 2006 – Discurso a los Participantes en el Congreso promovido por el Partido Popular Europeo).

Confiamos que los esfuerzos que hemos realizado y los que habremos de realizar, sean apreciados como contribuciones que sólo pretenden fortalecer la madurez democrática de nuestra nación. Nuestra acción no es partidista y hemos manifestado que estamos abiertos al diálogo con los candidatos y líderes políticos, buscando conocer sus proyectos, expresando también nuestras expectativas e inquietudes. Queremos establecer intercambios en un ambiente de claridad y cortesía. Estamos convencidos que la Iglesia está llamada a participar, pero no a ser usada.

* * *

Finalmente, monseñor Martín Rábago, en nombre de los obispos mexicanos, concluyó diciendo que «en este momento trascendente para nuestra nación, en comunión con nuestro Pueblo, queremos hacer una pública declaración de confianza en el Dios de la historia en cuyas manos depositamos nuestro futuro. Queremos ser heraldos de la esperanza que se apoya en las promesas de Dios y en la fidelidad a su palabra que tiene como certeza inquebrantable la Resurrección de Cristo y su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte».

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ZENIT Staff

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