La Iglesia universal da en Roma su adiós a Juan Pablo II con un solo corazón

Celebradas las exequias del Romano Pontífice

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 8 abril 2005 (ZENIT.org).- «Con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud»: estas palabras del cardenal Joseph Ratzinger en su homilía durante la Misa exequial de Juan Pablo II describieron la actitud con la que más de un millón de personas participaron en Roma y en el Vaticano en la solemne celebración de la mañana de este viernes.

La noche a la intemperie, el frío y el viento constante de la mañana no desanimaron a los peregrinos de los cinco continentes, entre los que la presencia polaca fue muy importante, así como la española.

En las calles y soportales próximos a San Pedro, en el Vaticano, a las 4.00 de la mañana se preparaba ya la multitud para entrar en la Plaza, donde a las 6.00 en punto se encendieron las luces; poco antes habían empezado a llegar enfermos y discapacitados; en silla de ruedas ocuparon un lugar preferencial en el pasillo central de la Plaza de San Pedro durante la ceremonia de exequias.

Personal de seguridad describió a Zenit la situación como «magmática», por los cambios que iba experimentando casi a cada minuto. Otra vez fue necesario distribuir mantas –como en las largas colas de fieles que quisieron despedirse del Papa esta semana– mientras empezaban a hacer su ingreso los invitados por la columnata de Bernini, desde Porta Cavalleggieri. Prelados y miembros del cuerpo diplomático comenzaron a ocupar sus lugares hacia las 7.30, mientras se vestía el altar.

Una hora antes de que empezara la Misa exequial, la Plaza estaba llena, en su mayoría de jóvenes. El ambiente, de serena espera. Se empezaron a corear «vivas» al Papa. Cientos de sacerdotes concelebrantes ocuparon la zona delantera, próxima al «sagrado» –atrio–, donde no sólo multiculturalidad, sino el caracter ecuménico e interreligioso entre los presentes –con delegaciones de las Iglesias ortodoxas, Iglesias ortodoxas orientales, Protestantes, del Judaísmo, del Islam, del Budismo, sijs e hindúes– fue significativo.

Con solemnidad y sobriedad se desarrolló la celebración, iniciada pasadas las 10.00. Doce sediarios –antiguamente portaban la silla gestatoria— depositaron el féretro cerrado con el cuerpo de Juan Pablo II ante el altar.

El Pontífice difunto fue recibido con un largo y conmovido aplauso de la multitud, y junto a él ardió durante todo el rito el cirio pascual. El altar careció esta vez de palco. Tampoco hubo adornos florales. Al fondo, sobre la puerta central de la Basílica Vaticana, un enorme tapiz con la imagen de Jesús Resucitado presidió la ceremonia.

Durante su homilía, el cardenal Ratzinger, decano del colegio cardenalicio, quien no dudó en destacar la presencia de los jóvenes, fue interrumpido con aplausos en varias ocasiones mientras subrayaba los aspectos más importantes en la vida sacerdotal de Juan Pablo II.

Tras la comunión, los purpurados concelebrantes rodearon el féretro del Papa para iniciar el rito de la última recomendación y despedida, y al gesto volvieron a unirse los fieles con un largo rato de aplausos, a la vez que desplegaron muchas banderas más y pancartas en las que podía leerse en italiano: «Santo subito» («Santo ya»). Se volvía a corear el nombre del Papa («¡Giovanni Paolo!») y se daban palmas rítmicamente, como se hizo costumbre en todos estos años en sus viajes apostólicos y Jornadas de la Juventud por todo el mundo.

El canto mariano del «Magnificat» empezó a acompañar el traslado del féretro al lugar de la sepultura. Los sediarios, tras una profunda genuflexión y reverencia, tomaron las andas y se dirigieron a la puerta central, pero giraron sobre sí mostrando por última vez el Santo Padre a la Iglesia universal presente en Roma y a todos los que han querido estar a su lado en estos momentos.

Los fieles rompieron a aplaudir y a llorar, y la campana grande de San Pedro empezó a tañer lentamente a difunto. El coro siguió cantando en uno de los momentos más intensos del rito de exequias y el féretro fue introducido en la Basílica –pasando bajo el tapiz de Cristo Resucitado— hacia el lugar de la sepultura, en las grutas vaticanas, donde se procedió al entierro.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación