La importancia de las comunidades de paz en el conflicto palestino-israelí

La religión es un “fermento capaz de unir”

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ROMA, martes 10 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Para arreglar los problemas del conflicto palestino-israelí, hay que resolver las tensiones de naturaleza económica, social y política, y centrarse en las comunidades que representan la verdadera y propia palestra de convivencia pacífica más allá de la diversidad religiosa.

Está convencido de ello Gianluca Solera, administrador de la red de la Fundación “Anna Lindh”, que trabaja para el diálogo entre las culturas del Mediterráneo y tiene la sede en Alejandría (Egipto).

Católico de lejanos orígenes judíos sefarditas, después de haber pasado muchos años en Bruselas como consejero político del Parlamento europeo, Solera viajó a Pelestina en verano de 2004 y permaneció dos años en los Territorios estudiando árabe en la universidad de Bir Zeit.

Sus experiencias fueron recogidas después en el volumen “Muri, lacrime, za’tar” (“Muros, lágrimas, za’tar”), prologado por monseñor Michel Sabbah, Patriarca latino de Jerusalén durante veinte años.

En una entrevista a ZENIT, Solera indicó algunos problemas que afectan a la base del camino de paz, como el “proceso de teologización ligado a la creación del Estado de Isreael” y la “gran confusión entre el plano cultural, espiritual y afectivo y el plano religioso, político e institucional que está consumiendo a Israel desde el interior”.

El filósofo judío Martin Buber afirmó en 1947 que el conflicto árabe-israelí es un conflicto de dos pueblos en una misma tierra. En este sentido, explicó Solera, el problema de los asentamientos judíos constituye un grave obstáculo a la reconciliación entre las dos partes.

Actualmente, 450.000 colonos judíos viven en unos 150 asentamientos en Cisjordania y en Jerusalén Este. Los llamados puestos de avanzada, es decir, las colonias no autorizadas, rondan el centenar. Todas las leyes internacionales consideran ilegales tanto las colonias como los puestos de avanzada.

La Hoja de ruta solicitada por la ONU, la Unión Europea, los Estados Unidos y Rusia ha pedido la congelación de los asentamientos israelíes existentes antes del 2003, además de la evacuación de los construidos posteriormente.

“Hay colonos -explicó Solera- que van allí expresamente a luchar y sacrificar su propia vida por la tierra de Israel”.

Las causas de esta situación, en su opinión, se encuentran en una “cultura, fruto de la historia de persecuciones de los judíos, que ha generado un estado permanente de alerta y una especie de obsesión colectiva”.

Sin embargo, ésta no es la norma, sino que es expresión de una minoría. De hecho, en su libro, Solera habla de grupos que se comprometen efectivamente en la integración y el diálogo, como la asociación Rabbis for Human Rights («Rabinos por los Derechos Humanos”), que en 2006 ganó el premio por la paz de la Fundación Niwano, conocido como el “nobel de las religiones”.

Esta asociación, escoltada por la tradición judía, vigila lo que ocurre en los puntos de control, ofrece asistencia legal, ayuda a la recogida de la oliva en tierras, propiedad de palestinos, colindantes con los asentamientos israelíes.

“Israel, estando reconocida por las Naciones Unidas, es un país sin fronteras ciertas”, afirmó Solera.

En la época de la división de Palestina en 1947 y del nacimiento del Estado de Israel, las Naciones Unidas definieron Jerusalén como un cuerpo independiente.

Sin embargo, en 1981, Israel proclamó unilateralmente la annexión de la ciudad, incluyendo los distritos orientales ocupados en 1967, declarándola su capital, decisión nunca avalada por la comunidad internacional.

En este sentido, destacó, “si la identidad judía se reduce a una cuestión de fronteras, pierde su naturaleza”.

Por otra parte, denunció una “islamización en el movimiento político palestino” y un “recurrir a la identidad religiosa como último recurso para reforzar las batallas del movimiento nacionalista, en una lógica que toma prisionero a Dios”.

Sin embargo, precisó, “también hay que estar atentos para no representar, políticamente o en los medios de comunicación, la cuestión palestino-israelí como un desencuentro entre civilizaciones”.

“Éste es un error político y cultural gravísimo en Occidente, que crea las condiciones para la inestabilidad y genera tensiones en el interior de nuestra sociedad”.

“Las consecuencias pueden ser devastadoras también para nosotros, para nuestras relaciones con el mundo árabe y para la estabilidad de nuestras mismas comunidades en Occidente -añadió-. Así se cava una fosa todavía más profunda entre las dos orillas del Mediterráneo”.

“Las diferencias en términos de desarrollo, de democracia, de reconocimiento de los derechos culturales, de dignidad, que pueden existir entre la comunidad árabe y Occidente son un factor de inestabilidad mayor que las incomprensiones entre el ser musulmán y el ser cristiano”.

“Creo que la política del diálogo intercultural -continuó- no tiene ningún sentido si no se afrontan primero las tensiones de naturaleza política, económica y social”.

Para Solera, “refugiarse en la identidad cultural y religiosa es un subproducto de la incapacidad para afrontar estas cuestiones cruciales”.

“Tenemos por tanto que desactivar las bombas de la diversidad” porque éstas constituyen “el terreno sobre el que el fanatismo puede echar raíces y crecer”.

“Y en este contexto los cristianos desempeñan una función fundamental al mostrar que se puede coexistir a pesar de la diversidad religioso-cultural”, declaró.

Por ejemplo, en Taybeh, la antigua Efraím donde Cristo se refugió junto a los discípulos, el último pueblo completamente cristiano de Tierra Santa, hay una comunidad muy viva que ha abierto las escuelas a los niños musulmanes de los pueblos circundantes.

Allí, las parroquias católicas han creado, además, una residencia de tercera edad y un centro de rehabilitación para discapacitados sin recursos de Palestina y el extranjero.

“Es necesario defender las comunidades que viven en coexistencia pacífica -afirmó-. Pero hay que defenderlas de verdad: a través de las peregrinaciones, las visitas, el hermanamiento entre las parroquias, a través de un trabajo de fondo entre los fieles de la comunidad”.

Y concluyó: “Los cristianos deben demostrar ser portadores de hermandad más allá de las conveniencias políticas”.

[Por Mirko Testa, traducción del original italiano por Patricia Navas]

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ZENIT Staff

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