La incógnita de los alimentos transgenéticos

¿Son saludables los alimentos transgénicos? Aunque la atención en estos
días está centrada en el síndrome de la encefalopatía bovina espongiforme,
la enfermedad de las «vacas locas», las cosechas de alimentos genéticamente
modificados siguen dando que hablar a científicos, empresas alimentarias y
grupos ecologistas.

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Hasta hace poco, los alimentos de este tipo habían entrado en los
supermercados sin mucha controversia en Estados Unidos, pero a finales del
año pasado la retirada de algunos productos indicaba que crecían las dudas
en América. Mientras tanto, en Europa la opinión pública sigue dominada por
grupos activistas que condenan cualquier producto que haya sido modificado
genéticamente.

Miedo fabricado

En no pocos casos, los temores a las cosechas transgénicas aumentan como
resultado de verdades parciales. El pasado 14 de diciembre, «The Times» de
Londres revelaba que la amenaza a las mariposas del maíz transgénico,
ampliamente divulgada, era una exageración. La mariposa «monarch» emigra
cada año desde México a las áreas donde se cultiva maíz en Estados Unidos y
Canadá. Algunos grupos denunciaron que un estudio de 1999 demostraba que
estas mariposas morían a causa del polen de una forma de maíz alterado por
la adición de un gen que le permite producir su propio pesticida.

Según «The Times», esta acusación encendió en Europa la chispa de las
protestas contra los alimentos transgénicos. Sin embargo, ahora se sabe que
los temores eran injustificados. Pero las rectificaciones ocuparon sólo una
pequeña parte de la atención que los medios dedicaron a las primeras
noticias sobre los peligros para las mariposas.

Los experimentos que causaron el pánico se realizaron con larvas de
mariposas que habían sido alimentadas con hojas que tenían altas
concentraciones de polen. Las larvas se vieron obligadas a comer el polen
tóxico o no comer. Las dosis de polen eran ocho veces superiores a los
niveles que se encuentran en el campo.

Posteriormente, en experimentos separados llevados a cabo en campos de maíz
de Minnesota, Iowa, Maryland, Michigan y Ontario, investigadores de varias
universidades no encontraron diferencias significativas, en cuanto a la
supervivencia de las mariposas, entre las zonas con maíz transgénico y las
convencionales.

El estudio de Minnesota indicaba que las «monarch» eran más numerosas en
los límites de una plantación de maíz que en una zona boscosa cercana. Y un
experimento de la Universidad de Maryland puso de relieve que las mariposas
de este tipo estaban mejor en los campos de maíz transgénico, que no están
fumigados con pesticidas, que en los convencionales, rociados con estas
sustancias.

Argumentos en favor de los alimentos transgénicos

En el número de enero de la revista norteamericana «Reason», se publicaba
un artículo, firmado por Ronald Bailey, que indica los beneficios de las
nuevas cosechas. Por ejemplo, existe el «golden rice», un tipo de arroz que
puede prevenir la ceguera de entre medio millón y tres millones de niños
pobres en un año y aliviar la deficiencia de vitamina A de unos 250
millones de personas del mundo en vías de desarrollo. Implantando tres
genes, dos procedentes de la planta del narciso y uno de una bacteria,
científicos del Instituto Federal de Tecnología suizo crearon una variedad
de arroz que produce el nutriente beta-caroteno, el precursor de la
vitamina A.

Otro prometedor avance, anunciado por el «Financial Times» (4 noviembre) es
un tipo de batata, genéticamente modificada, que comenzará a ser
experimentada. Las batatas han sido objeto de ingeniería genética por parte
de científicos del Instituto de Investigación Agrícola de Kenia, con el
apoyo de la empresa Monsanto, fundaciones privadas y el Gobierno
norteamericano, para hacerlas resistentes a un virus que puede destruir el
80% de la cosecha. Los estudios indican que este logro puede suponer un
beneficio para Africa de 500 millones de dólares al año.

A pesar de estos beneficios, Bailey indica que las campañas contra los
alimentos transgénicos han tenido bastante éxito. Varias empresas líderes
del mercado alimentario, incluídas «Gerber» y «Frito-Lay», han hecho saber
que no usarán cosechas con mejoras genéticas para elaborar sus productos.
Desde 1997, la Unión Europea ha prohibido el cultivo y la importación de
cosechas y productos de la biotecnología. El pasado mes de mayo, unos
sesenta países firmaron el Protocolo de Bioseguridad, que obliga a colocar
etiquetas especiales a los alimentos biotecnológicos y requiere
notificación estricta, documentación y trámites de valoración de riesgos
para este tipo de productos.

Las campañas contra los alimentos transgénicos han causado un declive en el
índice de incremento de este tipo de plantaciones. Estados Unidos es líder
en la comercialización de nuevos cultivos y, en 1999, las variedades
transgénicas alcanzaban el 33% del área dedicada al cultivo del maíz, el
50% del de soja, y el 55% del de algodón en Estados Unidos. Sin embargo,
según el «Financial Times» (21 diciembre), el área dedicada en el mundo a
soja, maíz, colza, algodón y patatas de este tipo aumentó solamente en un
11% en el año 2000, en contraste con el crecimiento del 44% del año
anterior y el 150% de 1998.

Respondiendo a quienes dudan de la seguridad de los alimentos transgénicos,
Bailey citaba un informe del «National Research Council», del pasado abril,
que no había podido encontrar «ninguna evidencia que haga pensar que los
alimentos que están hoy en el mercado sean peligrosos debido a su
modificación genética». Por su parte, «Transgenic Plants and World
Agriculture», un informe publicado en julio que fue preparado bajo los
auspicios de siete academias científicas, en Estados Unidos y otros países,
respaldaba con fuerza la biotecnología aplicada a las cosechas,
especialmente en el caso de agricultores pobres del mundo en vías de
desarrollo.

Otro defensor de las cosechas con tratamiento genético es Norman Borlaug,
ganador del premio Nobel de la Paz en 1970 por sus logros en agricultura.
En un artículo escrito para el «Wall Street Journal» (6 diciembre) Borlaug
indicaba que quienes protestan acusan a la ingeniería genética de disminuir
la biodiversidad y degradar el medio ambiente.

Sin embargo, Borlaug indicaba que los cultivos tratados genéticamente no
presentan mayor amenaza a la salud que las cosechas tradicionales.
Subrayaba que, aunque los activistas critican la introducción de un gen de
otra planta o de una especie dentro de otra, olvidan que los cultivadores
tradicionales han estado haciendo lo mismo durante muchos años.

La única diferencia ahora, sigue el artículo, es que antes en las
plantaciones los cultivadores se veían obligados a conservar genes no
deseados junto a otros que poseían resistencia a los insectos o a las
enfermedades, en una nueva variedad de cultivo. Los genes extra a menudo
tenían efectos negativos e hicieron falta años de cruzamientos y selección
para eliminarlos.

Borlaug también afirmaba que los cultivos genéticamente modificados
proporcionan un buen modo de proteger el hábitat de los espacios naturales,
y asegurar que no se sigan roturando tierras adicionales para la
agricultura, en un intento de alimentar a toda la población. En 1960, la
producción de los 17 cultivadores más importantes de alimentos, piensos y
fibra en Estados Unidos fue de 252 millones de toneladas. En 1999, se
incrementó en 700 millones de toneladas, pero usando 10 millones de acres
menos de los que se cultivaban en 1960.

Aprobación cualificada

Aunque los cultivos biotecnológicos no causen un daño significativo al
medio ambiente o a los consumidores, las empresas han sido culpables de
tratar de introducirlos sin una adecuada información y sin avisar de su
presencia en productos que ya están en venta. Aunque se debe evitar un
rechaz
o irracional de la nueva tecnología, tampoco es deseable la confianza
ciega en el progreso científico.

Y aunque es razonable una legítima compensación comercial para las empresas
que han desarrollado nuevos cultivos, surge la preocupación de que las
patentes de las nuevas semillas conduzcan a un dominio del mercado por
parte de un pequeño número de firmas, en detrimento de los productores de
los países del tercer mundo.

Por lo tanto, si bien hay que rechazar las acusaciones alarmistas y
pseudo-científicas sobre los peligros de la biotecnología, es deseable un
ulterior debate sobre este tema, de manera que el mundo se pueda beneficiar
de una nueva revolución agrícola, a la vez que se evitan los inconvenientes.
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Contenido provisto por SEMANA INTERNACIONAL
(c) Innovative Media, Inc.

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ZENIT Staff

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