La India: Encuentro de Francisco Javier con los «hijos de Tomás apóstol»

La Iglesia siro-malabar, una realidad de gran vitalidad y crecimiento

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CIUDAD DEL VATICANO, 20 noviembre 2002 (ZENIT.org).- La evangelización del apóstol Tomás en la India, primer misionero de Oriente, generó la actual Iglesia siro-malabar, perteneciente a la tradición ritual caldea. El hallazgo de esta comunidad por parte de san Francisco Javier la llevó a la plena comunión con Roma. Se unió así decisivamente la misión de estos dos gigantes de la evangelización.

En medio de importantes celebraciones, la Iglesia en la India recordó este fin de semana el 1950º aniversario de la llegada de santo Tomás apóstol a la nación y la muerte de San Francisco Javier hace 450 años, dos figuras que marcaron la historia de este pueblo con su evangelización en tiempos muy distintos.

Acudió a la cita en Ernakulam –lugar de la celebración–, como enviado especial del Papa, el cardenal Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Se llegaron a congregar más de 100.000 personas en un encuentro marcado por la variedad de credos presentes.

El apóstol Tomás se dirige a Oriente
La presencia cristiana en Oriente tiene raíces antiquísimas, como recuerda la agencia FIDES en un informe. Los cristianos de esta parte del mundo –desde Irak a la India– se definen «hijos de santo Tomás».

Según la tradición, en el año 40, después de la muerte y resurrección de Jesús, el apóstol Tomás partió de Jerusalén y evangelizó entre los años 42 y 49 a todas las poblaciones de Oriente Medio que habitaban los actuales territorios de Irán, Irak, Afganistán y Beluchistán.

El ardor misionero de Tomás no se detuvo ahí, y el primer misionero de Oriente se dirigió a la India para llevar el anuncio del Evangelio. El apóstol predicó la fe de Cristo por primera vez (años 53-60 d.C.) en la costa sud-occidental de la India (zona de Malabar, hoy Kerala) a poblaciones que acogieron con entusiasmo su predicación.

Después Tomás consiguió llegar a la costa sur-oriental de la India (zona de Coromandel), donde continuó con su misión evangelizadora hasta sellar su misión con el martirio: murió a golpe de lanza mientras anunciaba la Buena Nueva en Calamina (hoy Mylapour, un barrio de Madras) entre los años 68-72 d.C.

Una antigua tradición llama a Tomás «guía y maestro de la Iglesia de la India, que él fundó». Desde entonces, estos católicos son denominados «cristianos de Tomás»: sobrevivieron hasta nuestros tiempos en la costa de Malabar y ven en este apóstol a su padre espiritual.

De la predicación del apóstol santo Tomás nacieron la Iglesia Caldea –su cuna está en el actual Irak– y la Iglesia siro-malabar –su foco está en Kerala–, de grandísimo florecimiento en la India sud-occidental.

San Francisco Javier llega a la India
Junto a los comerciantes portugueses llegó a la India otro gran apóstol de Oriente, san Francisco Javier (1506-1552), jesuita, «la mayor figura del cristianismo en Asia después de santo Tomás apóstol (…), como un soldado de Cristo, dispuesto a soportar todos los sufrimientos, dotado de una fe ciega e inmensa en la inspiración divina de su misión», le describe el historiador Raimond Panikkar.

Francisco Javier llegó a Goa –capital del Imperio portugués de las Indias Orientales– en 1542 después de trece meses de travesía. Goa, ciudad rica e importante, era el punto de partida de los jesuitas evangelizadores en Extremo Oriente.

Rechazando educadamente el alojamiento que se le ofrecía en el episcopado de la ciudad, Francisco Javier se fue a vivir cerca del hospital para ayudar con mayor facilidad a los enfermos. Recorría calles y plazas tocando una campanilla, reunía a los fieles, los llevaba a la iglesia y allí predicaba y les instruía. Los domingos los pasaba con los leprosos y visitaba a los pobres y prisioneros.

Fundó el colegio de la «Santa Fe» para educar a los jóvenes y formar a los cristinos. Francisco Javier se quedó dos años en aquellas tierras y, con ayuda de algunos intérpretes, se esforzó por aprender el idioma, tradujo oraciones y anunció la Buena Nueva.

Con ayuda de los catequistas, las conversiones que se produjeron fueron incontables. Se sabe que en un solo mes convirtió y bautizó a 10.000 personas. Los biógrafos hablan de miles de curaciones, incluso algunos difuntos volvieron a la vida, gracias a su oración.

Tomás y Francisco Javier «se encuentran»
Con gran estupor, Francisco Javier halló un pequeño grupo de cristianos en la India. Al llegar a la isla de Socotra (hoy perteneciente a Yemen) encontró habitantes que se decían «cristianos». Es más, «se declaran honrados por llamarse cristianos y poseen iglesias, cruces y lámparas», escribió el propio jesuita en sus cartas.

«Aquí los sacerdotes, sin saber leer ni escribir, conservan aún plena memoria de las oraciones –añadió–. No comprendo las oraciones que recitan porque no están en su lengua: creo que están en caldeo. Son devotos de santo Tomás: dicen que descienden de los cristianos que santo Tomás convirtió en estos lugares».

En mayo de 1545, Francisco Javier viajó a la actual Mylapour para venerar la tumba de santo Tomás. Probablemente fue cuando recuperó la reliquia del apóstol que, en el momento de su muerte, se le encontró en el pequeño relicario que llevaba al cuello.

La pequeña comunidad que encontraron los misioneros de la Iglesia de rito latino conservó durante más de mil años una fe incontaminada, transmitida de generación en generación. Albergaba la semilla de una fe primitiva, pero auténtica.

Esta Iglesia local de la India se empeñó en un largo proceso de conocimiento e integración en la Iglesia de Roma, no sin etapas dolorosas. Finalmente prevaleció la voluntad de plena comunión con el Santo Padre sobre la base de la fe en el único Salvador, Jesucristo.

La Iglesia siro-malabar
Actualmente el pastor de esta Iglesia es el cardenal Varkey Vithayathil, y los fieles superan los tres millones y medio. En 1992, Juan Pablo II la reconoció como «Iglesia autónoma» en plena comunión con Roma.

La gran vitalidad y crecimiento de la Iglesia sirio-malabar se refleja especialmente en la capacidad de generar vocaciones sacerdotales y a la vida
consagrada: en este momento, cerca del 70% de las 120.000 vocaciones de la India (cuya población total de católicos es de 15 millones) proceden de esta Iglesia. Ello ha llevado a la India a ser la nación con el porcentaje más alto de vocaciones del mundo respecto al número total de la población católica.

La Iglesia está reconocida y es definida como «siríaca» por sus vínculos con la lengua del mismo nombre (lengua aramea), en uso en la liturgia hasta 1968, cuando por primera vez se celebró la Santa Misa en malayalam, la lengua-madre de Kerala.

La Iglesia siro-malabar –tiene su cuna en Kerala, la zona con mayor densidad de católicos en la India– conserva una peculiaridad y una riqueza de ritos, gestos y ornamentos que se expresan incluso en una tradicional danza folclórica llamada «Margam Kali», que narra la historia de la evangelización de la zona.

El rito siro-malabar, junto al siro-malankar y al latino, es uno de los tres ritos católicos de la India contemporánea. La Iglesia siro-malabar está profundamente enraizada en la cultura india, cosa que se hace evidente en la práctica del matrimonio, la unción de los enfermos, en los ritos ligados al nacimiento y a la muerte, la formación del clero y la construcción de iglesias.

Asimismo, las fiestas y los ayunos de los fieles católicos aún llamados «cristianos de santo Tomás» siguen reglas locales. Recientemente, el Sínodo de la Iglesia siro-malabar ha introducido algunos cambios, por ejemplo en el color de la casulla para los obispos y las mitras –éstas se realizarán con formas y decoraciones más cercanas a la cultura local–.

Se recuperarán los títulos de «archidiácono» y «archimandrita», típicos de la tradición oriental, y la cruz de los obispos de rito siro-malabar también se modificará: llevará la imagen de santo Tomás, el primer misionero de Oriente.

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ZENIT Staff

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