La inmigración oportunidad para el diálogo interreligioso

Monseñor Fumio Hamao al congreso de los obispos asiáticos

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CIUDAD DEL VATICANO, 7 julio 2002 (ZENIT.org).- El fenómeno de la inmigración «ha abierto un nuevo camino para el diálogo interreligioso», ha constatado el hombre del Papa para las cuestiones migratorias.

El arzobispo japonés Stephen Fumio Hamao, presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Migrantes e Itinerantes, la expuso al congreso que se ha celebrado esta semana en Kotakinabalu, Malasia, promovido por la Oficina para el Desarrollo Humano de la Federación de las Conferencias Episcopales Asiáticas.

Del reconocimiento de la «verdad fundamental» de que todos somos «hijos de Dios», subrayó el prelado, «deriva el deber de tratar a cada persona, cristiana o no, en el respeto de la dignidad humana».

Monseñor Hamao exhortó, por tanto, a los creyentes de las diversas religiones a considerar el «diálogo como una vía primaria a seguir», un instrumento indispensable para «remover las barreras de la desconfianza y del prejuicio».

Si el arzobispo animó a los cristianos a proseguir en la «no fácil» vía del diálogo «con paciencia y confianza», explicó también que tal diálogo «no debe ser llevado adelante en el indiferentismo religioso» porque se revela indispensable para los cristianos «dar un claro testimonio de la propia fe».

Deteniéndose en la condición de los inmigrantes irregulares y de los que buscan asilo, el presidente del dicasterio de los emigrantes subraya que la dignidad humana «no desaparece nunca». Es tarea de la Iglesia, añadió, escuchar a estas personas en dificultad para «conocer de modo adecuado la propia situación, proveyendo a la satisfacción de sus necesidades fundamentales».

Monseñor Hamao recordó que «la Declaración universal de los derechos humanos, de pleno acuerdo con la enseñanza del Evangelio, proclama el derecho de cada uno a la vida», un derecho «que va más allá de cualquier ley» y debe por tanto ser reconocido también a los «inmigrantes ilegales».

Por otra parte, constató el prelado, «esto no significa querer oponerse o negar el derecho de toda comunidad ordenada y civilizada a proteger el propio territorio».

Pero la «solidaridad cristiana –añadió– hace necesario cuidar a los seres humanos, especialmente a los jóvenes que son incapaces de defenderse» por falta de un estatus jurídico que los proteja o porque «no conocen la lengua del país en el que se han visto obligados a buscar refugio».

Para el presidente del dicasterio vaticano, a la hora de acoger a los inmigrantes, las naciones no deben mirar, por tanto, exclusivamente a la «mera defensa del propio bienestar» sino comprometerse a garantizarles el derecho «a vivir con sus familias y a preservar y desarrollar el propio patrimonio cultural y religioso».

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ZENIT Staff

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