La labor social de la Iglesia no es política, asegura Juan Pablo II

Al encontrarse con un grupo de obispos brasileños

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CIUDAD DEL VATICANO, 21 octubre 2002 (ZENIT.org).- La labor social que realiza la Iglesia, especialmente en los lugares en los que la pobreza tiene en ocasiones implicaciones dramáticas, no puede ser reducida a simple obra política o material, afirma Juan Pablo II.

Al encontrarse este sábado con un grupo de prelados del nordeste de Brasil, el pontífice les recordó que la primera misión del obispo es la del anuncio de la verdad del Evangelio, sin la cual la obra de la Iglesia perdería su sentido.

«Como vicarios y legados de Cristo –les dijo el Papa– estáis llamados ante todo a ofrecer un anuncio claro y vigoroso del Evangelio».

El sucesor de Pedro les pidió a los prelados brasileños que no tengan «reservas en asociar la palabra de Cristo a las actividades caritativas por un mal entendido sentido de respeto por las convicciones de los demás».

«No es un acto de caridad dejar a los hermanos en la obscuridad sobre la verdad; no es un acto de caridad dar de comer a los pobres o visitar a los que sufren llevándoles recursos humanos y no comunicarles la Palabra que salva», insistió.

El Papa describió las graves dificultades que experimenta el nordeste de Brasil –falta de empleo, de casa, problemas de educación elemental y de salud, diferencias sociales, agresiva presencia de las sectas–, pero pidió «no reducir la acción pastoral a la dimensión temporal y terrena».

«No es posible pensar, por ejemplo, en los desafíos de la Iglesia en Brasil limitándose a algunas cuestiones importantes, pero circunstanciales, relativas a la política social, a la concentración de la tierra, a la cuestión del ambiente, y demás», dijo.

«Reivindicar para la Iglesia un modelo participativo de carácter político, donde las decisiones son votadas en la «base», limitada a los pobres y excluidos de la sociedad, pero abstraído de la presencia de todos los segmentos del Pueblo de Dios, desvirtuaría el sentido original redentor anunciado por Cristo», aclaró.

Por el contrario, subrayó, «la misión fundamental del obispo es la evangelización, una tarea que debe desempeñar no sólo individualmente, sino como Iglesia».

Esta misión, añadió, se concreta en el triple mandato de «enseñar, santificar y gobernar».

Enseñar
El Santo Padre reconoció que los obispos del nordeste brasileño deben ejercer su labor de «enseñar» en un clima cultural marcado por el alto nivel de analfabetismo, divorcio, violencia infantil, desnutrición, y en medio de la superficialidad promovida por algunos medios de comunicación.

En este ambiente, añadió, el deber del obispo consiste en «invitar a los miembros de las Iglesias particulares a él confiadas a aceptar en toda su plenitud la enseñanza de la Iglesia respecto a las cuestiones de fe y moral», a pesar de que vayan contra la corriente de la mentalidad dominante.

En particular, aclaró, esta labor debe realizarse con los jóvenes –mayoría entre la población de Brasil– promoviendo «la formación de la conciencia moral, que debe ser respetada como «santuario» del hombre a solas con Dios, cuya voz resuena en la intimidad del corazón».

Al mismo tiempo, aclaró, «recordad a vuestros fieles que la conciencia es un tribunal exigente, cuyo juicio debe siempre conformarse con las normas morales reveladas por Dios y propuestas con autoridad por la Iglesia».

En esta labor educativa, sugirió el «necesario retorno al sacramento de la reconciliación, hoy desgraciadamente bastante abandonado, incluso en las regiones católicas de vuestro país».

Santificar
Por lo que se refiere a la segunda misión del obispo, «santificar», Juan Pablo II pidió a los prelados impulsar los dos sacramentos fundamentales de la vida cristiana: el Bautismo y la Eucaristía.

La vivencia de la Eucaristía, «fuente y centro de toda la vida cristiana», tiene dos desafíos decisivos en Brasil, constató el Papa: por un lado la falta de sacerdotes o su distribución desigual, y por otro la reducción preocupante de los fieles que asisten a la misa los domingos.

«Es evidente que esta situación sugiere una solución provisoria, para no dejar a la comunidad en el abandono, con el riesgo de un progresivo empobrecimiento espiritual», subrayó.

«Si embargo –explicó–, el incompleto carácter sacramental de esas funciones litúrgicas, llevadas a cabo por personas no ordenadas (laicos o religiosos), debería inducir a toda la comunidad parroquial a orar con mayor fervor para que el Señor envíe obreros a sus mies».

Gobernar
Por último, el Papa profundizó en la misión de «gobernar» del obispo, que ante todo debe velar por los sacerdotes «sobre todo cuando tardan en llegar los frutos del trabajo pastoral, con la posible tentación de desánimo y tristeza».

«Muchos pastores no tienen la impresión de trabajar en una viña evangélica, sino en una estepa árida», reconoció, pero les recordó que «el Señor resucitado camina con vosotros y vuelve fecundos vuestros esfuerzos».

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ZENIT Staff

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