La ley argentina sobre “matrimonio” homosexual carece de legitimidad social

Declaraciones de monseñor Alfonso Delgado

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BUENOS AIRES, sábado, 17 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos unas declaraciones de monseñor Alfonso Delgado, obispo de San Juan (Argentina), tras la votación del Senado de ese país de la Ley de «matrimonio» entre personas del mismo sexo (15 de julio de 2010).

* * *

El empeño por la dignidad de la persona, de la familia y de los niños más vulnerables no termina con esta votación del Senado. Empieza a expresarse de un modo muy ciudadano y a comunicarse de una manera nueva ante las agresiones políticas y las discriminaciones casi habituales. Este panorama está sirviendo para que el pueblo empiece sacar cuentas: qué legisladores y gobernantes están a favor de sus convicciones y quiénes están en contra.

La norma legal aprobada carece de la necesaria legitimidad social porque desconoce la fuerte expresión del federalismo argentino y el amplio consenso social observado en el país y verificado en las Audiencias Públicas. Se trata de un daño grave al bien social. ¿Es este el «regalo» que unos cuantos legisladores y gobernantes hacen al pueblo argentino, en estos Bicentenarios de la Patria?

Un sector importante del oficialismo y quienes van detrás, han legislado unos derechos y unos beneficios para una minoría que ha sido respetada y no ha sido discriminada por nadie. En cambio, se ha dictado una ley en contra de los derechos de la mayoría del pueblo argentino y de los niños más vulnerables. Todos somos iguales ante la ley en las mismas circunstancias de la vida. Pero la diversidad que se proclama genera derechos y beneficios diferentes.

Los argentinos saben muy bien que la familia surge del matrimonio entre una mujer y un hombre, que produce nueva vida y se responsabiliza de esa vida. No es igual que otros tipos de uniones de personas. Los legisladores que han aprobado la ley tampoco se han detenido a pensar en las personas más vulnerables -los niños huérfanos-, que así se convierten en «objeto» de afecto en vez de ser «sujeto» de amor y calidez de una familia con padre y madre. Esto es duro decirlo, pero esta ley se ha «perpetrado» en un país donde las leyes priorizan los derechos de los niños por encima de cualquier otro derecho, por más legítimo que sea.

No es la primera vez que se favorece a pequeñas minorías en detrimento de derechos e intereses de la mayoría del país. Se beneficia a unos pocos con grandes negocios y se niega el derecho a los jubilados a percibir una jubilación que les permita vivir con dignidad, aunque esté determinado por la ley. También se brindan amplios beneficios al llamado «capitalismo de amigos» en contra de los derechos e intereses del resto de la población. Tampoco olvidemos que Argentina está en la lista de los países más corruptos, corrupción que siempre favorece a los más afines al poder político. Pero esa fuerte corrupción se paga con dinero del bolsillo de los argentinos, especialmente de los pobres y carenciados. Y no hablemos de la inflación galopante, el otro gran «impuestazo al pobre», situación que no se puede ocultar porque sería como querer esconder una montaña. Y así podríamos seguir…

No es la primera vez que ocurren estas cosas en gran parte del sector gobernante. Casi parece un modo habitual de proceder. En cambio, otros graves problemas de la mayoría silenciosa siguen sin resolverse: la pobreza y la exclusión, una educación para todos, la seguridad, la transparencia y tantas cosas más.

Quisiera felicitar a los ciudadanos, hombres y mujeres, que han expresado claramente sus convicciones con todo respeto, sin discriminar ni ofender a nadie. También quisiera felicitar a los legisladores y gobernantes que han sabido representar verdaderamente a la inmensa mayoría del pueblo argentino. El pueblo sabrá reconocerlo y recordarlo. En cambio, es de lamentar la conducta tan poco republicana de quienes han silenciado sus intenciones y no han tenido la valentía de expresarlas con anterioridad. También es de lamentar la conducta de los que han aplastado su conciencia y sus convicciones, sin la fortaleza necesaria ante los aprietes y presiones que acompañaron todo este proceso. Esto también sabrá recordarlo el pueblo, que quiere y valora a la familia tal como es. Son tiempos buenos porque son tiempos difíciles, que nos alientan aún más a fortalecer el bien común, la familia y la buena ciudadanía.

«El Dios de la esperanza acompaña a su pueblo en las situaciones más desafiantes y los anima a construir la paz y la solidaridad».

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ZENIT Staff

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