La más famosa imagen del Sagrado Corazón de Jesús

El autor es un italiano de principios del siglo XVIII

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Nació en Lucca en 1708; su padre fue un hábil orfebre e impone al hijo el menester de la familia, el joven rápidamente se distingue por su habilidad en la decoración y elaboración de metales preciosos, pero a la edad de 19 años Pompeyo abandona el laboratorio del padre para ir a estudiar pintura en Roma. En la ciudad eterna el joven pintor queda fascinado por las antiguas esculturas en el Vaticano y los frescos de Raffaello y Aníbal Caracci.

Se vuelve inmediatamente famoso por su habilidad en copiar las esculturas clásicas. Batoni fue muy buscado por sus retratos que realizaba en su taller en Vía Boca de León 25 (hoy Plaza de España, en Roma), pero era muy lento en las entregas porque los detallaba con tan sumo cuidado que impacientaba cada vez que él se concentraba haciendo fondos del Coliseo ó de las antiguas ruinas. Sus retratos se distinguen por los peinados extravagantes y las primorosas composiciones pero, sobre todo, por la penetración psicológica del personaje y la delicadeza que encarnaba. Retrató también al emperador José II de Austria y al papa Pío VI.

Un retrato de amor

En 1760 Batoni realizó su obra de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que fue puesta en una espléndida capilla de la Iglesia de Jesús en Roma. Esta obra de arte se convirtió en la imagen oficial para la devoción popular del Sagrado Corazón de Jesús.

El artista, al realizar el Sagrado Corazón de Jesús, se inspiró en las visiones de la monja santa francesa Margarita María Alacoque (1647-1690). En la primera aparición sobrevenida en 1673 en el monasterio de Paray-Le-Monial, en el día de san Juan Evangelista, mientras la santa se encontraba delante del Santísimo Sacramento, ella cuenta que “El Divino Corazón me fue representado en un trono de llamas, más fulgurante que un sol y transparente que como un cristal, con la llaga adorable; ésta estaba circundada por una corona de espinas y sobremontada por una Cruz”. 

Batoni ha representado a Cristo, vestido con una túnica roja (color de sangre, del martirio y de la humanidad) y un manto azul (color del cielo y de lo divino), joven y bello, con largos cabellos rizados sobre la espalda, Su Rostro estaba rodeado de una breve barba, mientras que con la mano derecha indicaba el propio corazón irradiado por las flamas y rondado por una corona de espinas, sobre el cual había una cruz.

El relato de Santa Margarita María continúa, ella refiere las palabras que Jesús ha dicho: “Mi Divino Corazón es tan apasionado de amor por los hombres y por ti en particular que no pudiendo contener en sí mismo las flamas de su ardiente Amor, siente la necesidad de difundir por medio tuyo y de manifestarse a los hombres para enriquecerlos con preciosos tesoros […] Para llevar a cabo mi plan te he elegido a pesar de la indignidad e ignorancia, a fin de que aparezca claro que todo se cumple por medio mío”. Jesús pidió a Margarita María de posar su cabeza sobre Su Pecho, solicitando la entrega de su pequeño corazón, que Él toma e introduce en el fuego de Su Corazón Divino, restituyéndolo a la santa inflamado de amor. 

Detalles que cautivan

La habilidad del artista resalta en la mirada de Cristo que penetra al observador, y Su mano derecha es una invitación para quien observa a posar la cabeza sobre el pecho de Jesús, como ya hizo el apóstol Juan y como ha hecho Santa Margarita María. La religiosa entrega rápidamente el propio corazón para dejarse contagiar por la pasión de Dios por la humanidad. 

Observando la imagen y reflexionando sobre el hecho de que Jesús toma el corazón de Margarita María y lo sumerge en el suyo, restituyéndolo inflamado, surgen una pregunta: ¿a quién pertenece aquel corazón que Jesús pone a la mirada del observador? ¿Es el Corazón de Jesús o el de la santa que se transforma en uno similar al suyo?

La respuesta se puede encontrar en esta oración, que la tradición de la Iglesia invita a recitar en el mes de junio, mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, se trata de una breve jaculatoria, que si es dicha con fe e insistencia ciertamente portará su propio fruto: “Jesús, manso y humilde de corazón, ¡haz mi corazón igual al tuyo!”.

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Agnese Scavetta

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